Hace 48 años que Roberto Raúl “Yuli” Dziewa y Teresa Ilda Rojas abrieron por primera vez las puertas de su almacén de ramos generales, y siguen al servicio de los pobladores de las colonias. Lo hicieron en el mismo lugar que su padre, León Dziewa, construyó el local de madera cuando llegó a la colonia Santa Rosa. La pareja lo acondicionó para seguir con las actividades y, más tarde, lo convirtió en una edificación de material. En realidad, “Yuli” y sus hermanos, forman parte de la tercera generación de comerciantes. Ya el abuelo, Estanislao Dziewa -se pronuncia yeva, aclaran- que vino de Polonia escapando de la Primera Guerra Mundial, pudo armar un negocio en la zona de Cerro Azul. “Dice que en aquellas épocas vinieron de Polonia los que venían disparando, y los que lo hacían en viajes programados, acomodados económicamente. Mi abuelo vino entre la gente humilde. Los dejaron en Posadas entre los vagones del tren, y le dieron un mes para ubicarse por su cuenta. Así, tuve tíos que eran polacos, otro que nació bajo bandera italiana y otros que son argentinos”, confió el protagonista de esta historia que, sentado en el living de su casa, no deja de hacer ademanes.
Añadió que su antecesor “ya tenía negocio en Cerro Azul”, y que traía las mercaderías desde Posadas en carro. “Contaban que cuando iban o venían y crecían las aguas de los arroyos Garupá o Zaimán, tenían que acampar y esperar que mejore el tiempo y baje el caudal para poder continuar viaje”, aclaró. Después, “seguramente buscando nuevos horizontes”, vinieron a radicarse en Gobernador Roca y, más tarde, a Roca Chica. “El abuelo quedó allá y papá vino a Santa Rosa. Acá se casó con Juana Pujalski, que también era descendiente de polacos, pero cuyos padres vinieron desde Brasil. Y aquí se encontraron”. Se instalaron a sólo 500 metros de la ubicación actual y en 1947 León compró el terreno en el que sigue funcionando el almacén de ramos generales.
“Yuli” insiste con que “pertenecemos a una familia de almaceneros. En Argentina, y contando a mi hija, vamos por la cuarta generación. Tengo dos hermanos que tienen negocio desde hace más de 40 años, Alfonso en colonia Yacutinga y Oscar Alfredo en colonia Roca Chica, y en colonia Bonito, yendo hacia Campo Viera, está Héctor Amado”. Su hermana Olga Elsa, que reside en Merlo, Buenos Aires, también era comerciante. Elva vive en Posadas y Rita, que abrazó la vocación religiosa, en La Pampa, acotó, al tiempo que recordó a Eva y Susana, que fallecieron a poco de nacer.
Se conocieron en la cancha
Dziewa nació ahí mismo, en Santa Rosa, dentro de la casa paterna “porque no era como ahora, que van al hospital”. A punto de cumplir 49 años de casados, contó que contrajo matrimonio el 30 de diciembre de 1972 con Teresa Ilda Rojas, oriunda de Gobernador Roca cuando él tenía 21 y ella, apenas 16. La ceremonia religiosa fue en la iglesia San Casimiro. “Nos conocimos mientras yo jugaba al fútbol, cosa que hacía bastante bien. Y como la de ella era una familia de futbolistas entonces nos vimos en la cancha”, agregó.
Teresa recordó que después de la boda “vivimos alrededor de tres meses en el pueblo, mientras él era camionero” y transportaba maderas hacia el Norte de la provincia. “Su papá ya estaba dejando el almacén porque se estaba dedicando más a la administración de las chacras. Entonces nos consiguió créditos, vinimos a limpiar, trajimos las mercaderías de ramos generales, hicimos la reposición y el 22 de mayo de 1973, abrimos por primera vez las puertas. Había una casita de madera que estaba cayendo, la arreglamos y nos instalamos para vivir”.
“Yuli” aseguró que tenía cierta experiencia en el rubro porque “siempre ayudé a papá y a mamá en el negocio. No es como ahora. En una oportunidad me quebré la mano y venían muchos empleados de la empresa que tenía a su cargo la apertura de ruta 6 y, como no podía hacer otra cosa, tenía unos nueve o diez años, me mandaron a anotar los artículos que llevaban. Siempre teníamos que trabajar”.
Si bien en los alrededores ya había negocios grandes, “yo despacito me fui insertando y así fueron pasando los años. Nos dedicamos exclusivamente al comercio. Acá venía gente de las colonias linderas, que vivía a quince o veinte kilómetros, de reforestaciones, secaderos. Cuando empezamos no teníamos nada de nada. Durante los primeros días mamá nos compraba carne para que tuviéramos para comer. Empezamos el 22 de mayo y el 24 era el cumpleaños de Teresa, y comimos porotos. Empezamos de cero y, gracias a Dios, nos fue bien”, celebró, mientras hilaba las anécdotas que le venían a la mente.
A partir del momento en que se quedó a cargo del negocio por tiempo completo, llevaba productos de la chacra, principalmente mandioca, para vender en Posadas hasta donde llegaba dos o tres veces a la semana para traer mercadería. Mientras tanto la responsabilidad recaía en Teresa, su sostén y compañera, aunque reconoció que durante los primeros tiempos “no me podía acostumbrar, extrañaba a Roca, pero ahora soy una santarroseña más”.
“Llevaba mandioca para que cierren los números. Y así fue pasando el tiempo. Hace unos quince años tuve problemas de visión, por lo que ahora, si necesito trasladarme a Posadas, me tienen que llevar”, acotó, quien hace unos años recibió un reconocimiento de la Municipalidad de Gobernador Roca por “apostar al crecimiento de la colonia Santa Rosa”.
Sostuvo que “estoy agradecido a la vida porque aprendí que tenemos que procurar amar nuestro trabajo, porque si uno ama el trabajo vive feliz, es diferente a si uno trabaja por obligación. Vivo feliz, contento con mi trabajo, es todo lindo. Aprendí que el sol sale para todos, hay muchos negocios, pero jamás podría tener envidia a otro porque sé que todos tenemos que trabajar y todos tenemos que vivir”.
Contó que muchos le dicen: “¡pero tantos años! ¿No te cansa la gente?, y les contesto que no, que, por el contrario, ¡a mí me gusta la gente!, comparto y soy feliz de esta forma”. Para Teresa, en tanto, el almacén es “como un confesionario de los pobladores. Acá uno se entera de muchas cosas, las personas vienen y descargan sus problemas”.
Aunque en los comienzos fue de madera, el local de “Casa Yuli – Ramos generales” estuvo siempre en la esquina, en el mismo lugar, sobre caminos de tierra colorada que llevaban a pujantes colonias, sumamente pobladas. Después se hizo de material, con las mismas dimensiones, pero tenía dos puertas y una ventana, como los negocios de antes, recordó Teresa. Con el tiempo, “empezamos a remodelar, pusimos el ventanal grande, sacamos la puerta chica, y quedó habilitada solamente la puerta de la esquina. Anteriormente era una parte almacén y la otra casa de familia. Más adelante comenzamos a levantar la casa propia, nos cambiamos y transformamos todo ese espacio en almacén”, refirió.
Hace 30 años que ambos forman parte del equipo de trabajo de la Capilla Santa Rosa, que pertenece a Corpus Christi, donde se realizan las más grandes fiestas de la zona. “Ahí también aprendimos mucho. Para nosotros no hay odio, no hay rencor. Quiero a todos por igual y creo que eso es algo que se lo debo a la iglesia. Trato de poner en práctica lo que ahí aprendo. Siempre busco la forma de colaborar, aunque con la pandemia no puedo participar mucho porque estoy en una edad de riesgo, pero hasta que empezó todo era Ministro de la Eucaristía, visitaba a los enfermos, además de ser parte activa de la comisión económica de la capilla”, aseguró “Yuli”.
Cuando empezaron a trabajar en la iglesia, formaron un grupo juvenil que también jugaba fútbol femenino, bajo la atenta mirada de Dziewa. Durante muchos años, dos o tres veces a la semana, viajaban hasta Gobernador Roca, “para llevar a las integrantes del fútbol femenino y a chicos de otras categorías, mientras que los domingos era yo el que se dedicaba al fútbol”.
Amor del bueno
La mujer había terminado la escuela primaria y vivía con sus padres, Concepción Nuñez y José Rojas, cuando conoció a quien sería su esposo. “No tuve tiempo de nada porque a los 15 años lo conocí y a los 16 nos casamos. Nos conocimos en la cancha del Ágil, donde jugaba, al igual que mis hermanos que eran todos jugadores. El que mejor lo hacía, era José Orlando, al que le decían Artime” -en alusión al mendocino Luis Artime, 9 de River-. Ramón, Roberto y Domingo, también eran de la partida.
Eran ocho hermanos en total. La lista se completaba con María Luisa, Úrsula Beatriz y Carmen de la Cruz. “Nuestra salida de los domingos con papá y mamá era a la cancha. Y ahí lo conocí pero prácticamente no nos veíamos porque él vivía en Santa Rosa, a unos quince kilómetros, yo en Gobernador Roca. Era complicado, iba poco al pueblo, y todavía no había teléfono. A veces pasaban quince días hasta que nos volvíamos a encontrar. Pero llevamos toda una vida juntos”, dijo, a lo que “Yuli” acotó mientras abrazaba a su esposa: “siempre le digo a ella que, si a mí hoy me tocaría buscar una compañera de vida, sería ella. La volvería a elegir”.
Según “Yuli”, en la época en la que decidieron casarse, “veníamos de no estar muy bien económicamente, y ella era más humilde. Entonces después que nos casamos queríamos tener algo para que cuando llegaran los hijos, para poder darle lo que nosotros nunca tuvimos. Finalmente tuvimos una sola hija, Claudia Marilina, que nos dio cinco hermosos nietos (Ezequiel, Emanuel, Alan, Lian y Ayleen) y un bisnieto (Noah), a quienes disfrutamos mucho. Somos felices, la pasamos bien”. Teresa agregó que, a diferencia de otros abuelos, “que en muchas partes sufrieron muchísimo durante la pandemia por no poder ver a los nietos, nosotros no tuvimos problemas porque estuvimos juntos, duermen con nosotros. Fue una bendición”.
Todos identificados
Teresa fue siempre un puntal en el negocio. “Siempre estuve al lado de él, en lo que hacía falta. Hay muchos vecinos que cuando vine, eran jóvenes, y ahora ya no están. Muchos eran chicos y ahora son papás, abuelos, pasaron varias generaciones, pero siguen comprando. Había un secadero de yerba de Luis Lukoski, y de ahí venía gente a comprar. El poder adquisitivo de los obreros era grande, no como ahora que uno trabaja mucho y no le alcanza para nada. Una persona que trabajaba una semana en el secadero, comía y podía comprarse dos mudas de ropa. De a poquito eso fue mermando. Las cosas fueron cambiando pero tenemos a nuestra gente que responde. A veces vienen algunos niños desconocidos y la pregunta obligada es: ¿y vos?, ¿hijo de quien sos? Acá se dedican a las plantaciones anuales, son feriantes, es una zona que da la impresión que estamos en un oasis. Es una zona bendecida”.
En la zona no existe una sola persona que “Yuli” no conozca. Es raro que eso sucediera. Es que “doy mucha importancia a la gente que era de la zona y ahora anda por otros lados. Muchas veces vienen cuando está cerrado y preguntan si le puedo atender. En una oportunidad la cliente era una chica a la que le vendí una gaseosa. Me preguntó si era ‘Yuli’. Le contesté que sí. Y ¿vos? Me contó que vino desde Buenos Aires a la casa de fulano y no querría volver sin conocer a ‘Yuli’ porque mamá, en Buenos Aires, siempre habla de usted, y entonces me dije: voy a llegar al negocio para conocer a ese señor”, agregó entre risas el propietario de “Casa Yuli – Ramos generales”, que es como figura en los factureros porque “aunque estamos lejos, también tributamos”. Aunque le contaron que en Google Street View “aparece como Mercado Yuli”.
Prohibido gritar goles
Entre las anécdotas divertidas, la pareja mencionó que cuando vino a vivir a la colonia, aún no había llegado la electricidad y la heladera que tenían funcionaba a kerosene. Para el Mundial de Fútbol, que se disputó en Alemania Occidental entre el 13 de junio y el 7 de julio de 1974, se dieron el lujo de comprar un televisor que, por ese entonces, solamente se podía ver en los negocios. Tamaño acontecimiento hizo que se juntara mucha gente. “La tele era a batería, en los cortes se apagaba para poder ahorrar la carga. En 1978 apareció, con ATC, el televisor color. Esto parecía una fiesta. Lo puse en el negocio y los chicos miraban, se llegaban a juntar unas 80 personas. Pero cuando jugaba Boca con River, la condición era que nadie podía gritar el gol porque la situación se podía descontrolar. Y me quedó eso. Soy del azul y oro y cuando miro los partidos no quiero ni comentar”, alegó.
Añadió que más tarde, cuando llegó la electricidad, los particulares comenzaron a comprar televisores. “En casa de unos vecinos compraron uno e invitaron a otros vecinos para mostrar lo que ese aparato significaba. Todos se sentaron alrededor mientras pasaba la publicidad. Cuando encendieron, ya empezaba el noticiero y el locutor dijo: ¡que tengan ustedes muy buenas noches!, y los televidentes saludaron al unísono, como si estuvieran en la misma sala. Eso fue motivo de risa por mucho tiempo”.
Teresa agregó que durante la final del Mundial 78 estaba en su casa con una vecina mientras “ellos -por los hombres- miraban el partido en el negocio. Cuando Argentina salió campeón, todos salieron del local a gritar ¡Argentina! ¡Argentina!, y en medio de la algarabía el esposo de la vecina, se fue. Cuando estaba por llegar a la casa se acordó de la señora y volvió a buscarla”.
“Yuli” rememoró que tenía unos doce años cuando estaba en un colegio de Córdoba capital “cuando escuchamos que decían que se miraba partidos por televisión, y después analizábamos que no podía ser porque cómo en un aparato tan pequeño se puede ver cosas tan grandes”.
De todo un poco
La pareja confió que en las buenas épocas, la venta de ropa era el fuerte. Después, cuando se fue habilitando el ingreso de indumentaria desde otros países, “tuvimos que dejar de comercializar aunque ofrecíamos sólo camisas, pantalones, porque ropa confeccionada para dama no había. Sí se vendían muchas telas para sábanas, cortinas, manteles, para vestidos. En Posadas teníamos una casa que nos proveía. Don León ya les compraba allá por el 50 y pico”, dijo “Yuli”. Y sostuvo que en ese aspecto “fue fácil porque cuando me quedé al frente del negocio, papá me recomendó e iba y traía nomás. Después se iba pagando. Se ve que mi padre era buen pagador, lo que generó confianza en el comerciante. Pero eran épocas en las que la palabra tenía valor. Era todo. En ese aspecto no nos costó porque era como una continuación del negocio”.
Cualquiera de los dos se ocupaba de vender. Después la gente comenzó a ir a Posadas, a La Placita, más tarde a Paraguay.
Ahora solamente comercializa mangueras para conexiones de agua, artículos de electricidad. “Lo básico. Focos, portafocos, enchufes, sogas, clavos. También hay maíz en grano, alimentos para pollos, para cerdos. Antes había machetes, foizas, bebidas. Había un tiempo que se trabajaba con bebidas al por mayor. Compraba en cantidad vinos de Mendoza, pero cuando me jubilé pasé a ser monotributista y ya no podía hacerlo. Acá se vendía unos cien cajones de caña común por mes”, aseguró.
Con los días de lluvia, los caminos de la zona se convertían en pantanos, y no se podía salir. Incluso no se podía transitar sobre la ruta 6, que une la 12 con la 14, hasta que se asfaltó. hace unos 30 años. Pero cuando para muchos esa situación era preocupante, para Dziewa significaba aventura, aunque a su esposa no le causaba mucha gracia. “Uno de mis hobbies era manejar con barro. Apenas llovía y yo ya quería venir por el camino de tierra para patinar y probar la muñeca. La ruta 14, que comunica a Campo Viera con Aristóbulo del Valle, todavía era de tierra. Cuando llovía los domingos, cerraba el negocio y nos íbamos. Después volvíamos por la ruta 7 desde Aristóbulo hasta Jardín América. Así conocimos Comandante Andresito incluso antes de su creación. Para mí era como una obligación ir por barro. Una vez la travesía me costó muchísimo y opté por no ir más”, resumió.