Aún no se cumplieron tres años que la obereña Valentina Ferrari D’Agostini (22), modelo de D’Management, reside en Milán, pero el encierro que debió soportar debido a la pandemia, hizo que su estadía en Italia pareciera eterna. “Estar encerrados por más de un año hizo que cambiara nuestra vida cotidiana, que el trabajo disminuyera, e influyera muchísimo en la vida social. Y lo peor, es que no pudimos ver a nuestros seres queridos. Quise visitar Argentina después de dos años de no ver a mi gente pero, lamentablemente, no pude hacerlo. Es muy duro”, manifestó la joven que espera que, poco a poco, todo vuelva a la normalidad, y que asegura que cuando regrese a la Capital del Monte “¡se va a enterar medio mundo!”.
Celebró que desde el lunes pasado la ciudad en la que vive volvió a la “Zona blanca”. Quiere decir que “ya no hay toque de queda, los restaurantes pueden servir en la parte interna, se puede viajar de una región a otra, estamos más libres para poder circular, y eso influye en mi modo de sentirme”, señaló la exalumna del Instituto Carlos Linneo.
Valentina se inició en el modelaje profesional desde chica. A los 14 años, alternando con los estudios secundarios, viajaba a Buenos Aires para cumplir con los compromisos que se iban presentando. Cuando decidió instalarse en la gran urbe para estudiar Ciencias de la Comunicación en la UBA, el trabajo se fue acrecentando hasta que una agencia de París, le propuso probar suerte en Europa.
En 2017, con apenas 18 años, emprendió su primer viaje importante. Francia la albergó por tres meses. Ese tiempo de prueba fue de gran experiencia. Regresó a la Argentina, pero con las ganas de probar otros mercados. Maduró una decisión y en 2018, ya con 19, voló hacia Milán. Allí reside su pareja, el periodista Alessandro Politi (33), lo que hizo que las cosas resultaran un poquito más fáciles.
Decisiones difíciles
Tramitar la visa en el Consulado de Buenos Aires le resultó estresante porque “estuve tres semanas yendo a insistir todos los días. Cuando me la dieron, tomé el ticket y, como el vuelo salía desde Foz de Iguazú, pasé por Misiones y dije chau, chau a los míos. En un solo día junté las cosas necesarias para vivir un año afuera y las puse en una valija”.
Fue un momento en el que decía: “Dios mío ¿qué estoy haciendo? ¿Es justo lo que estoy haciendo? Tenía mucho miedo, incertidumbre. Iba a lo de mi novio, que era una persona a la que conocía desde hacía cuatro meses. Si bien cuando nos vimos sentimos al toque un feeling especial, esto era algo complicado”, rememoró. Es que en una sola jornada “tuve que saludar a la familia, y hacer la valija de 23 kilogramos como máximo. En ese entonces no era vegana, entonces llevaba el dulce de leche, la mermelada de la abuela, dos paquetes de yerba sin marca, ropa, lo que podía. Pensaba que no podía comprarme cosas al llegar a Italia porque no tenía plata. Era un estres único. Llegué con una valija de 23 kilos y una de mano en la que puse termo, mate, y un par de regalitos (cucharitas de tacuara) de Oberá, para mi novio y su familia, y 500 euros para un año”, agregó.
La presencia de su novio fue de gran ayuda porque la albergó en su casa y no debía pagar alquiler pero como el joven no residía en Milán, sino en un pueblo distante a unos 40 kilómetros, significaba un traspié para Valentina que a cada rato recibía un llamado desde la Agencia. “Me decían corré a este casting dentro de 20 minutos, y era imposible. Tenía que tomar los medios de transporte, y tardaba dos horas en llegar. Ahora estoy haciendo la licencia de conducir, acá se dice la patente, que es muy difícil y cara. Obtenerla cuesta mil euros y otros 200 entre cursos y práctica. Si bien sé manejar porque lo hacía en la chacra, nunca había sacado carnet. Mi papá era chofer y yo desde los diez años manejaba en las rutas de tierra”, comentó.
“Mi visa duraba un año y sabía que no iba a volver por ese tiempo. Era la primera vez que venía a Milán, tenía que empezar a conocer las marcas, a los clientes, y ellos me tenían que conocer a mí. Volver implicaba costos. Era un trabajo mal pago, por ende sería imposible pagar un ticket de avión y permitirme unas vacaciones. Si regresaba a Argentina tenía que permanecer al menos tres semanas o un mes, de lo contrario sería un viaje larguísimo y caro para poco tiempo”, expresó.
El amor la cautivó
Valentina llegó a Italia en septiembre de 2018 y estaba un poco triste porque había terminado con su expareja, un obereño con el que llevaba cinco años, con el que había terminado “por cuestiones de tiempos y distancia”.
Quiso empezar esta etapa de cero, con un nuevo pensamiento. “Me dije: ahora tenés que concentrarte en vos, enfocarte, estar tranquila, sin pretender buscar, si va a llegar, va a llegar. Ese era mi mantra, tanto para el amor como para el trabajo”, expresó. Pero a una semana de llegar a Milán, una amiga argentina, también modelo, la invitó a una cena. “Le dije que no, que estaba engripada a raíz del cambio de clima, porque en Argentina hacía frío y acá, calor. Estaba tirada en la cama. Encima no soy de salir, menos de ir al cumpleaños de un amigo de mi amiga, que no sabía quien era. Me insistió, y agregó: ‘andá a saber si no vas a conocer al amor de tu vida’”.
Ante tanta insistencia, salió, y conoció a Alessandro, un periodista de “Le Iene” (formato comprado a CQC de Mario Pergolini), que ese día había salido por invitación del amigo de su amigo. Ella cree que el universo conspiró para que suceda porque el joven “tampoco sale. Prueba de ello es que “cuando nos pusimos de novio yo me ponía re mal porque el dedica su vida a su trabajo, es un apasionado, es admirable. Al verlo uno se da cuenta que su trabajo está hecho con pasión y con amor, y que le produce satisfacción”, alegó.
Y ese día dijo: “está bien, voy. Empezamos a vernos todos los días, y al mes lo hicimos oficial. Estuvimos juntos tres meses, hasta que tenía que volver a Argentina porque terminó el período de permanencia en Italia. Empezamos a preguntarnos ¿qué hacemos? Hasta hablamos de casarnos, como último recurso. Averigüé para sacar la ciudadanía y era imposible tramitarla rápido. Estaba la opción de la visa de trabajo pero las agencias no te la hacen. Al final me cambié a una que me dio la visa y me abrió las puertas para obtener el permiso y poder quedarme”, relató, mientras ceba el tereré desde una jarra de vidrio con tapa de plástico, que compró en un supermercado chino.
A modo de broma agregó que muchas veces culpa a su “ragazzo”, “amoroso” o “pichinino” -diversas maneras de llamar al novio, depende de la región que se habite- de estar lejos de su patria, a la que el joven no conoce. “Maldita sea, por tu culpa estoy acá, extraño la tierra colorada”, contó, entre risas.
Viste ropa de segunda mano
Valentina confesó a Ko’ape que nunca le gustó tener la etiqueta de modelo. “Nunca me sentí tan referenciada, porque no soy una modelo normal. Me siento una modelo rebelde porque tengo mis sueños, mis proyectos, mis objetivos. No me mueve la gente, los clientes o la agencia, me muevo por mí misma. De chica, siempre me destaqué, quizás por la forma en que crecí, quizás por ser del interior del país. Ser una modelo de Misiones, yendo a Buenos Aires, era lo más. Y siempre me gustó ser diferente”.
Entiende que, quizás, todo empieza “por la humidad de mi familia -papá Luis (fallecido), mamá Marilen D’Agostini (54) y hermana, Agustina Ferrari (25)-. No teníamos dinero para comprarnos ropa de marca o en los locales. De chiquitas recibíamos donaciones de las primas, y empezamos a ir a los mercados de segunda mano”.
A la obereña, siempre le gustó la calidad de la ropa vieja. Y así empezó todo, “como algo natural, como algo que está de moda. Y es hora que la gente lo tome como algo natural y no como que un asco. La ropa se desinfecta, se lava cinco veces aunque con una bastaría. Acá si querés vender una ropa de segunda mano, es legal. Me gusta que se hable más y que la gente diga que está de moda. Considero que es un nivel de conciencia que la gente toma por el cambio climático, por la sensibilidad”.
Aseguró que “tengo mi estilo, mi personalidad, voy a los casting con ropa vintage que pagué dos euros. Me ven los que hacen el casting y me dicen que chik, que fashion, que cool. Es algo que realmente nunca antes había pensado que esta fuerza podía cambiar todo. Antes me sentía mal, veía a las modelos lindas, chochas con sus cosas de temporada, de estación, y yo, al margen de no tener el dinero para comprarme, dije: empiezo a usar blazers, que se usan ahora, pero de segunda mano. Y ahí me encontré”.
Consideró que “eso es lo importante, que una se pueda sentirse identificada con lo que usa, que se pueda sentir orgullosa, no es porque estoy a la moda sino por la moda sostenible, por cuanto me apasiona, el dar una segunda oportunidad a las cosas, carteras, anteojos”. Insistió con que hay personas “que miran con asco, con repudio, pero hay cada vez más sitios web, aplicaciones, donde comprar ropa de segunda mano. Hay mucha demanda y es accesible. Acá la gente utiliza tres, cuatro, cinco veces, y lo regala o lo vende porque muchas veces compran y no la usan. Eso es algo que noté mucho en París, en Londres, en Noruega. De esta manera evitas el consumismo, y que marcas fuertes contaminen el ambiente y se aprovechan de los trabajadores. Además, muchas veces no producen en Italia, sino en países más pobres”.
A todo eso, Valentina acompaña con otras acciones. En el restaurante, por ejemplo, cuando cambian una carta, la tiran o la rompen, entonces “la corto y me hago una especie de anotadores en los que realizo los machetes cuando estudio. O cierro la canilla mientras me cepillo los dientes”.
Sostuvo que lo importante “es que todos se tomen un objetivo, que cada uno ponga su granito de arena, porque hay alternativas pero el problema son las ganas para enfrentar. Todos tenemos que tener un nivel de conciencia. No digo que voy a parar el calentamiento global si uso ropa de segunda mano, pero en mi mundo, en mi pequeño círculo, es algo. Al menos me siento mejor porque estoy haciendo mi parte. Es ideal que cada uno lo haga. No se tiene que pensar en uno, sino en los hijos, nietos, sobrinos, primos”.
Pregunta crucial
“De Oberá, deberían preguntarme ¿qué no extraño? Extraño todo: la gente, la tierra, la tranquilidad de las personas, el modo en el que se mueven, cómo trabajan, la lluvia, el olor a tierra mojada, los pájaros, el reviro, los momentos con la familia, de ir a un arroyo, de compartir con los amigos, arrancar naranjas o limones en la chacra de la abuela, la fiesta del inmigrante, la mateada con amigos, con familia, lo simple de las cosas, disfrutar pequeñas cosas. A veces me pregunto ¿cómo carajo pude separarme de eso? ¿Porqué tuve que optar? Por suerte fue más fuerte pero te queda ese pedazo de corazón en la familia, en la tierra colorada”, reflexionó.
En Italia, “una llega a un punto y nunca es suficiente. Entonces nunca se disfruta de ese momento. Fui al psicólogo porque el cambio es muy difícil, porque nunca me sentí feliz por mis logros. En las pequeñas cosas me di cuenta cuanto crecí. En charlas con amigas, quizás de la misma edad, observo que somos dos mundos diferentes. Esto es la enfermedad del milanés. Si bien no es la capital pero es donde se concentra todo el mundo. Tenés ese sentimiento donde nunca nada es suficiente”.
Adelantados del COVID
Alessandro vive en un monoambiente que compró con mucho sacrificio en un pueblito que pertenece a Monza, donde se encuentra el Circuito de Fórmula 1, a 40 kilómetros de Milán. En marzo del 2020 la pareja contrajo COVID por lo que compartió los días de cuarentena. Fue todo muy raro porque “el cierre total se produjo dos días después que nos enfermáramos. Nos agarramos así, de la nada. Estaba entre nosotros sin que lo notemos. No sabemos todavía cómo. Pero lo llamativo es que el 5 de marzo del 2020 ya teníamos síntomas y el 9, se cerró todo. Pude haber sido la primera obereña en el mundo en tener COVID. Quedamos encerrados por tres meses porque su positividad permaneció por 51 días”.
“Él tuvo bastante fiebre, y la secuela es una inflamación en los intestinos. Yo tuve un poco de fiebre, pero siendo misionera, pata colorada, soy súper fuerte, aunque me jugó en contra en la cuestión de peso. No lo padecimos físicamente, sí a nivel psicológico. El miedo y el estrés, que te baja las defensas”, recordó la joven que, apenas conocida la situación, envió un mensaje a su familia de Oberá para decirles que “estamos bien y que no se preocupen”.