Ya sea por diferencias ideológicas o por necesidades antagónicas, hace mucho ya que el Mercado Común del Sur (Mercosur) dejó el rumbo que se había trazado en un principio para transformarse en una usina de vanidades y una tribuna de críticas regionales. Al fin y al cabo, en cada cumbre se terminan ventilando las broncas presidenciales a través de las cuales los países integrantes van tomando distancia uno de otro.
Porque a diferencia de lo que puede ocurrir en otros bloques en los que se discuten las diferencias para arribar a una mejor solución, en el Mercosur las disparidades alejan imposibilitando cualquier aproximación a lo que se pensó como un bloque continental industrial, abroquelado cultural y socialmente.
La tensión existente hoy entre los estados que “convergen” en el Mercosur quedó lejos de ser resuelta en la cumbre del 8 de julio pasado y ahora suma otro capítulo de la mano del ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, quien dijo que, si fuera por él, reduciría el Arancel Externo Común (AEC) “mañana, esta semana”. El jefe de la cartera económica de Jair Bolsonaro se sumó así a las expresiones del presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou.
El AEC implica que los países miembros deben respetar la misma tarifa aduanera en el comercio extra-zona, en tanto las eventuales modificaciones de los porcentajes deben llevarse a cabo por consenso.
Sobre las posturas de cada país respecto a esto, Guedes las sintetizó de esta manera: “Argentina se opone, Uruguay nos apoya y Paraguay se hace la que no se posiciona”.
Así las cosas, ahora que la Presidencia Pro Tempore queda en manos de Brasil, se abre una nueva etapa de tensiones y diferencias que harán del Mercosur una hoguera de vanidades y no una usina de soluciones para la región.