Clara Riquelme nació el 12 de agosto de 1912, en el municipio de Cerro Corá. Hija de Juan Riquelme y Gerónima Rolón. En este 2021 celebró rodeada de algunos de sus hijos, nietos y bisnietos, sus 109 años. Una colorida pancarta en el frente de la casa señala el extraordinario acontecimiento, que la familia de la abuelita, quiso compartir con los vecinos de este barrio de la Capital del Monte.
Clara se casó con José Valenzuela, cuando tenía apenas 18 años y se instalaron a vivir en una chacra en Fracrán, que depende de la localidad de San Vicente. De esa unión nacieron catorce hijos, cinco varones y nueve mujeres, una de las cuales falleció hace dieciocho años.
En la década del 80, José decidió trasladarse con su familia a la ciudad, vendieron la chacra y se instalaron en el barrio Cien Hectáreas, de Oberá, lugar donde aún reside Clara con una de sus hijas, Herminia (69). José falleció a los 92 años, hace más de dos décadas.
“Tener a mamá es una bendición”, coincidieron los hijos. Cuando tenía 101 años, tuvo una caída y ya no se pudo levantar, fue cuando Herminia decidió retornar desde Buenos Aires a la tierra colorada, para ocuparse de sus cuidados. “Ya nos dimos cuenta que sería difícil que vuelva a caminar. Me dije que llegó el momento de jubilarme y aunque me costó mucho dejar a la familia con la que trabajaba, creí que debía cuidar a mamá. Mis hermanos tienen sus familias, una hermana vive al lado, pero yo soy sola y ella me necesitaba”, explicó Herminia, dedicada al cuidado de su madre.
“Nos da mucha alegría tenerla viva, venimos a verla cada vez que podemos. Siempre nos cuidó mucho, fue una gran madre”, expresó su hijo Clementino.
La abuela Clarita, tiene momentos de lucidez, reconoce a todos y está bien de salud. “Gracias a Dios está bien, siempre tiene controles médicos. En el último control dijo la doctora que está un poco anémica pero se encuentra en tratamiento. Ella siempre está de buen humor y su cigarro (de hoja de tabaco) no le puede faltar”, confesó Herminia. “Nunca se queja, es tan positiva, de la muerte ni habla. Ahora dijo que cumple quince, varios quince”, ríe.
La menor de las hijas, Rosa, vive todavía en Fracrán. “Estoy a dos o tres kilómetros de casa, de donde vivíamos. Me acuerdo una vez, ella sola con 65 años hizo seiscientos kilogramos de tabaco, cargando sola. Siempre fue tan guapa, eso me acuerdo tan bien. Trabajaba a la par de papá”.
Contar su descendencia se vuelve una tarea complicada, pero la fecha amerita, reconoció la familia. Por lo que sacando cuentas, anotando nombres, llegaron a la conclusión de que la abuelita tiene sesenta y cuatro nietos. Ciento sesenta y cuatro bisnietos y ciento dos tataranietos. “Mi mamá sufrió para tenernos a nosotros, luchó por nosotros, para criarnos a los catorce. Fue una madre puro corazón, yo necesito verla y es una bendición de Dios tener a mi madre”, expresó Clotilde. “Mi papá fue el partero de todos. Vivíamos en la chacra, ella decía que venía la cigüeña y papá nos llevaba al galpón, nos dejaba ahí y volvía para atenderle. Cuando ya todo pasaba, venía y nos decía, vengan hijos que la cigüeña trajo un bebé para ustedes”, recordó.
“Fue una madre coraje. Yo le pregunté qué hacía papá y ella me dijo, él se sentaba y esperaba, cuando veía que asomaba la cabecita, ahí ayudaba. En realidad ella hacía todo sola. Cuando yo nací, papá no tenía el hilo para atar el ombligo y ató con una telita, así que agarré una infección, mamá me tuvo cuatro meses a upa para que no llore y no abra el ombligo”, agregó Herminia. “A veces me dice que sueña con él, con papá”.
Los 109 años de la abuelita, reunió a una parte de la increíble familia. Una de las que no pudo estar fue la hija mayor, de 90 años, pero todos hicieron llegar su saludo y afecto.
“Pienso cómo Diosito le dio tantos años de vida, porque lo que sufrió teniendo catorce hijos en el monte, en la chacra. Está hasta ahora por bendición de Dios. Y agradezco por mi hermanita, Herminia, que está bien y que no le deja nunca, le cuida tanto” remarcó Beatriz, otra de las hijas de Clara.
La casa que cobijó a la familia cuando José decidió dejar la dura tarea de la chacra, se nutrió de recuerdos, anécdotas, risas, emociones y agradecimiento. “Ella como mi tía Herminia son puro amor. Por eso estamos todos eternamente agradecidos, por sus vidas. Cada vez que venimos nos da su bendición para que Dios nos cuide siempre. Eso nos queda grabado, nunca se nos va a borrar” sostuvo Ramona, una de las nietas.
Para los hijos, Clara, tuvo la vida sufrida y sacrificada de la chacra, en tiempos en donde poco se accedía a las bondades de la ciudad. Sin embargo ella nada reclama, de nada se queja, solo sonríe y sus ojos reflejan paz, tranquilidad y posiblemente la alegría de ser el centro de atención de la familia.