Aún en la cresta de la ola de una crisis económica con final abierto y encontrándole la vuelta al segundo año pandémico, los argentinos nos embarcamos en una nueva aventura eleccionaria en la que abundan los diagnósticos, la lectura de los escenarios, la administración de responsabilidades hacia el pasado y el presente y todo eso a lo que nos fuimos acostumbrando cada vez que fuimos convocados a votar.
Mientras tanto, severos eventos que determinan nuestro presente y determinarán el futuro de nuestros hijos se suceden a diario, dejándose observar en el aire que respiramos, en el humo que percibimos, en las sequías que sufrimos y hasta en los alimentos que consumimos. La agenda ambiental, esa de la que muy pocos candidatos hablan, debería ser uno de los ejes centrales dada su relevancia, pero casi nada se escucha de ella.
¿Acaso la inflación, el dólar, las culpas hacia atrás o hacia el presente serán relevantes cuando el aire sea irrespirable? Y no se trata de omitir estos temas para instalar otros, sino de elevar la discusión y traer a colación que, sin futuro sostenible, de nada importará seguir discutiendo la economía e incluso la política.
La agenda ambiental es tan relevante que al día de hoy sucedieron ciertos eventos que ya modificaron la vida cotidiana de todo el planeta y dejaron secuelas irreparables.
Es tan importante que, a partir de datos concluyentes, se puede inferir que las cosas se complicarán sobremanera en los próximos años.
Sin embargo, la instalación de esta agenda brilla por su ausencia en casi todo el discurso político nacional que, en todo caso, prefiere hundirse en el barro de la chicana cotidiana.
Quizás sea conveniente reflejarlo: mientras el oficialismo debate el daño de las fotos por el “cumple” en Olivos y la oposición se autoagrede en sus internas, casi todo el país sufre una crisis hídrica histórica, mientras a diario se queman o deforestan miles de hectáreas encaminando todo hacia un escenario insostenible.