Con 22 años, casi cinco después del ¿fin? de su pesadilla, Natascha Kampusch rogaba que la llamen Frau Kampusch (señora Kampusch), cansada de que banalicen su nombre, ese “Natascha” tan familiar y sonoro, como si ella fuera aún el juguete que en verdad fue en manos de Wolfgang Priklopil, el hombre que la secuestró el 2 de marzo de 1998, cuando tenía diez años, y la mantuvo presa hasta el 23 de agosto de 2006.
Ese día, siendo ya mayor de edad, reunió la fuerza suficiente para escapar del influjo de aquel al que debía llamar “maestro”, al que tenía que obedecer y servir; un “paranoico de rostro delicado” que la maltrató y la hizo protagonista de una película que sólo existía en el “mundo enfermo de su mente”.
Abrió la verja de la casa donde estaba encerrada, anduvo los treinta metros que hay hasta la esquina, y corrió
pidiendo ayuda. “¡No me pises el césped!”, le gritó una vecina desde una ventana antes de llamar a la Policía. Los agentes no daban crédito. Al descubierto quedaba su ineficiencia de años. Y el secuestrador, al volar su presa, se quedó perdido: se suicidó arrojándose al paso del tren.
En su infancia soñaba con ser una estrella. Pero su fama fue la más triste, como víctima de un delito. “El interés que se muestra por una víctima es engañoso. Se siente afecto por la víctima sólo cuando uno se puede sentir por encima de ella“, advertía años después la propia Kampusch en entrevista con el diario El País de España.
Para entonces, le habían quedado cientos de efectos colaterales: pesadillas, claustrofobia, agorafobia, resignación, culpabilidad, huellas de la tortura psicológica y física que su secuestrador le infligió, el miedo a que la abandonara o a volver al mundo real… Priklopil la convenció de haber sido olvidada por su familia. “No han pagado el rescate, no te quieren, no vienen a por ti, sólo me tienes a mí… Ya no tienes familia… Ahora soy yo todo para ti… Me perteneces”. Ocho años y medio así.
Su libro
3.096 días con sus noches prisionera en el sótano de una casa con jardín en Strasshof, a las afueras de Viena. Se ignora por qué el albañil y ex ingeniero Priklopil lo construyó. ¿Tenía planeado el secuestro, lo había usado antes, era un búnker antinuclear?
Lo cierto es que tras la “autoliberación” de Natascha y el suicidio de su captor, la casa fue “invadida” por curiosos: “Todos querían sentir el escalofrío del terror. A mí me parecía horrible que un perverso admirador del secuestrador pudiera adquirirla, por eso me ocupé de que me fuera adjudicada como indemnización”, contó la joven en su momento.
A Frau Kampusch le ofrecieron cambiarse de identidad. Y ella se negó. En cambio, invirtió los cuatro años siguientes en poner en papel toda su historia con la ayuda de dos periodistas, Heike Gronemeier y Corinna Milborn. “El libro está sirviendo para que se me entienda mejor. Deseaba aclarar malentendidos: por qué no había huido antes, por qué no acusé al secuestrador o dar mi respuesta a falsedades…”, justificó durante la presentación de “3.096 días”.
¿Cómo es hoy su vida?
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Se apartó de la vida pública, pero supo reenfocar su camino. Se labró una profesión como diseñadora de moda y de joyas y, lo más importante, ha sabido canalizar todo lo sufrido para apoyar a víctimas de casos similares al suyo: donó dinero a Elisabeth, otro caso que estremeció al mundo porque fue secuestrada durante años por su propio padre, Josef Fritzl, conocido como “el monstruo de Amstetten”, quien la llegaría a dejar embarazada varias veces.
También se pronunció en el caso de los Turpin, rescatados en 2017 de “la casa de los horrores” en la que sus padres los tenían cautivos en condiciones infrahumanas. “A los 13 hermanos se les debe permitir ver cara a cara a sus padres para que puedan decidir si les odian o les perdonan”. Eso, decía, “les ayudará a comenzar un proceso donde puedan hacer frente a la situación que han tenido que vivir y ser más estables en el futuro”.
Además, ha hecho campaña para dar a conocer la situación de los refugiados sirios, así como otras acciones en favor de la ONG en defensa de los animales PETA.
Mientras, a sus 33 años y 15 después de haber logrado escapar, Natascha continúa yendo a terapia todas las semanas. En ocasiones, se ha comentado que había rehecho su vida, pero explica que las relaciones con otras personas son un tanto difíciles para ella (en lo que ha jugado también un factor decisivo las dudas hacia su persona una vez libre).
Su tiempo libre lo dedica a montar a caballo y a clases de canto y, a pesar de lo vivido y de los obstáculos que después se ha encontrado, cuando se le pregunta si es feliz responde: “Creo que sí”.
Fuentes: diario El País (España) y Tu Otro Diario