Son los inicios del siglo XX. El mundo se acelera y crece con entusiasmo, y el futurismo es justamente la estética de la velocidad. Un movimiento de vanguardia creado en Milán en 1909 y llevado adelante fundamentalmente por artistas italianos (el cuadro que elegimos no es de un italiano sino de la rusa Goncharova, porque es un ejemplo claro de muchas de las características de la pintura futurista).
Los artistas expresan su admiración por la modernidad, la fascinación por las máquinas y su intención de romper absolutamente con el pasado. En su propio manifiesto, redactado por el poeta Marinetti, llegan a decir: “…un automóvil rugiente (…) es más bello que la Victoria de Samotracia”, se refiere a una de las esculturas más maravillosas que atesora el Louvre.
Para transmitir la idea de movimiento, de velocidad, se utilizan formas angulosas y líneas enérgicas. También se logra el efecto representando varias imágenes del objeto o la figura en posiciones ligeramente distintas al mismo tiempo (como si se superpusieran en el mismo cuadro varios fotogramas de una escena en movimiento -un recurso que se ha popularizado en los cómics y los dibujos animados).
La superposición de puntos de vista y las formas geometrizadas son herencia directa del cubismo. Por eso se dice a veces que “los cuadros futuristas son cuadros cubistas, en movimiento”.
Todo arte suele reflejar la realidad de su tiempo, y esa realidad que representa el futurismo tiene dos caras: por un lado vemos plasmada en su estética la magnífica representación del progreso, el mundo nuevo en movimiento; pero la otra cara, la ideológica (que se refleja en su manifiesto), representa la ambición de un nuevo orden, la destrucción del pasado, la “purificación”, que glorificará la guerra cercana y desembocará en el fascismo.
Artistas representativos: Boccioni, Balla, Severini, Carrà, Goncharova.