La crisis que atraviesa la coalición gobernante del Frente de Todos por los resultados de las elecciones Primarias del domingo pasado, desencadenó una fuerte presión de ministros y funcionarios de relevancia para conseguir cambios en el Gabinete de las figuras cuestionadas, a las que atribuyen ser los “mariscales de la derrota”.
El ala más cristinista del kirchnerismo decidió “poner a consideración” de Alberto Fernández sus renuncias y, con ello, afectó la fortaleza (que ya venía “golpeada”) nada menos que del primer mandatario nacional.
Si el Presidente les acepta las renuncias romperá con su vicepresidenta la alianza política, aunque ello le permitirá avanzar con nombres propios en ministerios comandados por el Instituto Patria. El saldo puede resultar negativo en la relación del Ejecutivo con el Congreso, por más que Sergio Massa aparezca más aliado a Alberto que a CFK.
Pero de no aceptarles la dimisión, dejará una sensación de debilidad ante la presión interna. Más aún si termina echando a los tres más cuestionados internamente: Matías Kulfas, Martín Guzmán y Santiago Cafiero.
Los gobernadores ayer seguían con preocupación la movida política elegida por la Vicepresidenta con sus allegados. Temen que el escándalo del Olivosgate, el resultado de las PASO y ahora esta embestida interna, terminen de erosionar la figura presidencial.
Porque se trata justamente de una puja de poder en el Frente de Todos pero se manifiesta en un plano institucional de un país que no atraviesa por el mejor momento económico y social. Y que cualquier cimbronazo político solo podría agravar las cosas.
Una gestión de medio término, con una elección perdida aún en los distritos que se consideraban más afines, debe buscar la forma de continuar hasta cumplir su mandato constitucional. La historia de 2001 no debe repetirse, como sus consecuencias tampoco.