
Por: Lic. Sergio Dalmau
No pasaron ni dos años de gestión y ya quedó claro que no era de “todos”, nada lo era, mucho menos el poder. El resultado de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) ocurridas hace una semana desató una crisis dentro del Gobierno nacional que hizo tambalear la coalición y sacó a relucir las internas que taparon, al menos por un momento, la difícil situación económica.
“Escuchamos el mensaje del pueblo”, expresó desde el búnker ya en la madrugada del lunes el presidente Alberto Fernández. “No perderemos ni un día. Desde mañana saldremos a dar vuelta la elección”, agregó.
Es hasta aquí una reacción habitual, un mensaje esperable de un mandatario que sintió un duro revés en 17 de las 24 provincias del país. Sin embargo, la sorpresa del momento, las caras largas de los principales dirigentes y la mirada muchas veces perdida de Cristina Fernández decían mucho, pero guardaban algo más.
Un frente de tormenta se estaba forjando y traía consigo una turbulencia que hacía tiempo no se vivía entre los integrantes de un Ejecutivo. Pases de factura, deslinde de responsabilidades y la figura de varios ministros como los principales apuntados, formaban parte del combo. La mecha se había encendido y en el Frente de Todos, nadie supo, nadie quiso o nadie pudo apagarla.
El primer día todo siguió como era entonces, el Presidente llevó a cabo su agenda habitual. Se mostró con sus principales allegados dentro del Gabinete y junto a empresarios reafirmó que su apuesta va a ser siempre dirigida a la industria. Hay que decirlo, en Balcarce 50 hubo poca autocrítica y desde el Senado, está claro, la paciencia se iba acabando. Se esperaba algo más.
Alberto Fernández no se hizo el desentendido, decidió bancar desde el primer momento a los suyos, al menos hasta noviembre. Como si fuera un mensaje entre líneas, encabezó un acto con sus ministros más allegados y más cuestionados. Cristina esperaba un llamado, que según dicen, nunca llegó. El diálogo se había cortado y las bases exigían medidas de manera urgente. La mecha se consumía, la tormenta estaba llegando y ganaba fuerza.
El miércoles una reunión y parecía que todo se acomodaba. Cristina y Alberto iban a intercambiar ideas y juntos, se presumía, iban a diagramar la campaña. Anuncios económicos era lo que estaba pautado, pero todo explotó. Como de costumbre y sin anunciarlo, CFK marcó la cancha. Sin expresarse públicamente, hizo otra de sus movidas de ajedrez a las que ya nos tiene acostumbrados. No se fue, pero quiso al menos, sacar a los suyos.
Una decena de funcionarios que responden al Instituto Patria, el bastión “k”, pusieron su renuncia a disposición. El ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro marcó el camino e hicieron lo propio el de Ciencia, Tecnología e Innovación, Roberto Salvarezza; de Cultura, Tristán Bauer, y la titular de la ANSeS, Fernanda Raverta, entre otros.
Pero tal decisión no se constituyó como un vacío de poder sino como una demostración del mismo. El kirchnerismo duro inició un mecanismo de presión hacia quien ocupa el Sillón de Rivadavia. Una jugada, me animo a decir, tiene pocos precedentes en la historia reciente de Argentina.
Se apuntaba desde un principio a Santiago Cafiero y a Martín Guzmán. Como lo fue en 2009 y en 2013, la derrota -en este caso contundente- en las primarias siempre debe traer consigo cambios en Economía y en la Jefatura de Gabinete, por lo menos. La Gobernación de Santa Cruz y la de Axel Kicillof, habían dado el ejemplo.
Al Presidente esta vez o mejor dicho otra vez lo agarraron de sorpresa y tuvo poca reacción. En Casa Rosada advirtieron que las renuncias fueron primero mediáticas y eso también molestó. Desde ya un mensaje contundente, que el albertismo se tomó como una traición. Aunque un poco lento de reflejos, el Presidente se recluyó con los suyos, necesitaba aguantar la embestida.
Hubo cónclaves en todos lados. En la Rosada, en el sindicalismo y en el Patria. Cada uno jugaba su partido, buscaban llevar agua para su molino. Históricos y polémicos dirigentes volvieron a la escena, por momentos los Fernández fueron tres.

Mientras tanto, el Presidente fue sumando apoyos, logró encolumnar a algunas provincias y un llamado de Cristina a Guzmán calmó las aguas. Fue una jornada sin cambios, pero la crisis estaba lejos de terminar, era más bien como la calma que antecede al huracán.
Lo que vino después no sorprende, pero siempre es difícil de explicar. Audios filtrados y declaraciones varias, abuso del Twitter y mucho más. El Presidente fue tratado de “Okupa, de enfermo e incapaz”. Mientras tanto él, sin tomar decisiones iba confeccionando el mensaje que bastante tarde salió a dar. “A mí no me van a presionar”, fue quizás lo más contundente que llegó a expresar.
“La gestión va a continuar de la manera que yo considere conveniente”, advirtió, en un hilo de la red social del pajarito. Por momentos evitó nombrarla, pero no hacía falta aclarar.
“Cristina sabe, que no me van a presionar”, reforzó cuando volvió hablar, esta vez con uno de los medios más afines. Fue una reacción que muchos exigían que debía dar, pero tampoco había mucho más para mostrar. Era hasta ahí la tapa del lunes, un jueves, claro, hasta que la vicepresidenta volvió a contraatacar. En este caso Cristina dejó más expuesto que nunca, todo lo que siempre hubo por detrás.
Usando su página web y reflotando el título de su histórico libro con el cual relanzó su figura política, Cristina no sólo salió con los tapones de punta, lo acorraló. La titular del Senado lo responsabilizó de la derrota, lo acusó de hacer una lectura equivocada de todo el contexto y la situación. “Se confió en las encuestas”, fustigó.
Detalló casi una por una las conversaciones que mantuvieron entre los dos y reconoció que le ofreció una opción para el reemplazante de Cafiero, Juan Manzur fue desde el vamos su elegido. Pero no terminó ahí y fiel a su estilo y a las confrontaciones que muchas veces suele generar, Cristina quiso dejar en claro que no es ella la que jaquea al Presidente, sino la realidad.
Además, reconoció que fue ella quien de manera unipersonal lo impulsó como Presidente. Entonces, por eso le pidió que honrara no sólo la decisión del pueblo, sino también su decisión. Ahora sí… para qué agregar algo más.
Me resulta difícil saber cómo esto puede llegar a terminar. Lo que está más que claro es que durante toda esta semana, los que comandan el país se olvidaron de gobernar. Por el momento, el mensaje que le dio el pueblo lo están dejando pasar y si deciden escuchar, ojalá no sea pensando sólo en noviembre, que haya algo más. Suena algo trillado, pero la situación no se soluciona simplemente con un bono y ya.
A esta altura me atrevo a tomar las palabras del obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), monseñor Oscar Vicente Ojea, quien alertó que en el país se “discute poder, no proyecto de Nación. Entre ellos comienzan a preguntarse quién va a ser el más importante en el Reino. Empiezan a discutir poder”.
La gente el domingo se expresó y dejó en claro que algo están haciendo mal, aunque creo que a veces es más difícil encontrar qué están haciendo bien. La crisis económica y la interna que se acaba de desatar, exigen que el Presidente tome decisiones rápidas y certeras.
Quizás el primer paso Alberto Fernández lo dio en la noche del viernes con la conformación de su nuevo Gabinete. Entre las principales novedades anunciadas se destaca que finalmente el Presidente accedió a la designación del gobernador de Tucumán, Juan Manzur, como nuevo jefe de Gabinete, y es Aníbal Fernández quien se hizo cargo del Ministerio de Seguridad, en reemplazo de Sabina Frederic.

A su vez, al menos en el momento en el que se realizaba este escrito, informaron desde Casa Rosada que los ministros cuyos reemplazos no fueron anunciados seguirán en sus cargos.
Por último, el “nuevo equipo” sigue contando con Santiago Cafiero, pero esta vez en una posición mucho menos trascendente como lo es el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.
Julián Domínguez también se sumó para estar al frente de Ganadería, Agricultura y Pesca, Jaime Perczyk fue nombrado en Educación, en lugar de Nicolás Trotta, Daniel Filmus estará en Ciencia y Tecnología y Juan Ross será secretario de Comunicación y Prensa.
Con estas designaciones, hay consideraciones que quedan claras. El Presidente finalmente perdió terreno y no podría asegurar que la gestión siga como él lo consideró. De lo que sí estoy seguro es que tendrá la difícil tarea de continuar al mando de un barco que a veces parece ir a la deriva.
Otra de sus obligaciones será volver a trasmitir confianza, deberá tapar seguramente algunas heridas, pero sabiendo de antemano que hay situaciones que no tienen vuelta atrás.