En el centro del pecho detrás del esternón, el hueso donde la gente toca cuando dice yo, hay una pequeña glándula llamada Timo. Su nombre en griego, “thýmos”, significa energía vital. El Timo es la glándula de la felicidad, la emoción y uno de los pilares de nuestro sistema inmunológico. El Timo crece cuando estamos alegres y se encoje a la mitad cuando estamos estresados y aún más cuando nos enfermamos.
Esa característica confundió durante mucho tiempo a la medicina, que sólo lo conocía a través de las autopsias y siempre lo encontraba achicado y encogido. Se suponía que se atrofiaba y dejaba de trabajar en la adolescencia, tanto es que durante décadas los médicos americanos bombardeaban timos perfectamente saludables con altas dosis de rayos X, creyendo que su ‘tamaño anormal’ podría causar problemas.
Más tarde, la ciencia demostró que encogiéndose después de la infancia sigue estando activo; es uno de los pilares de nuestro sistema inmunológico junto con las glándulas adrenales y la espina dorsal, y está directamente conectado a los sentidos, la conciencia y el lenguaje. Como una central de teléfonos por donde pasan todas las llamadas, hace conexiones para afuera y para adentro. Si somos invadidos por microbios o toxinas reacciona inmediatamente produciendo células de defensa. Pero también es muy sensible a imágenes, colores, luces, olores, sabores, gestos, toques, sonidos, palabras y pensamientos, por lo que es conocida también como la glándula de la felicidad.
El amor y el odio lo afectan profundamente. Los pensamientos negativos tienen más poder sobre él que los virus y bacterias.
Como esa actitud negativa no existe en forma concreta, el Timo intenta reaccionar y se debilita, luchando contra un invasor desconocido y abre espacios para síntomas de baja inmunidad, como los herpes.
En compensación, pensamientos positivos consiguen activar todos sus poderes, recordando que la fe remueve montañas.Una simple acción puede demostrar esa conexión. Cierra los dedos pulgar e índice en la posición de “ok”, apriete con fuerza y pide a alguien para intentar abrirlos o separarlos en cuanto piensa “estoy feliz”. Después repita pensando “estoy infeliz”.
La mayoría de las personas conserva la fuerza en los dedos con el pensamiento feliz y se debilita cuando piensa que está infeliz, es decir cuando dices “estoy feliz” no es posible separar los dedos, mientras si dices “estoy infeliz pierdes fuerza” y pueden separar tus dedos con toda facilidad. Sustituya los pensamientos por un delicioso helado de chocolate, una torta rellena con crema, paz, violencia, guerra, muerte para ver qué sucede.
Nos seguimos comunicando.