Transcurrieron ya más de cinco siglos, pero siguen pasando los años, los gobiernos, las denominaciones y, al final del viaje, este día nos encuentra prácticamente en el mismo lugar: casi más un homenaje a Juan Sebastián Elcano (el primer marino capaz de dar la vuelta al mundo) que al desliz geográfico de Cristóbal Colón cuando llegó a estas tierras que -cabe la aclaración- por entonces no tenían nada de americanas.
Lo cierto es que cada 12 de octubre vuelven a repetirse los debates sobre el “descubrimiento”, el “encuentro” o el “sometimiento”; sobre la importancia de proteger a los pueblos originarios y sobre la hora (o no) de liberarse del lastre historiográfico que -según se discursea con frecuencia- mantiene postergado al continente desde la época de la conquista.
En ninguno de esos debates se ha avanzado demasiado, pero lo más grave es que tampoco ha habido mucho avance en la situación de los originarios de estas tierras (y de los cuales, cabe matizar también, quedan muchos menos herederos que los que alzan sus banderas en esta fecha). Ellos, en todo el continente, siguen siendo ciudadanos de segunda. Y no sólo porque sus derechos aún no estén plenamente reconocidos en unos casos o efectivizados en otros; o porque siempre ocupen el escalón más bajo del nivel socioeconómico: el mayor atraso se sigue verificando en la construcción social, en la cotidiana falta de respeto a sus culturas, en la persistencia de esa visión etnocéntrica que -no exenta de buenas intenciones, no tan lejanas de aquellas que motivaron a los jesuitas a crear las reducciones en nuestra región- insiste en “integrar” a esos pueblos al sistema imperante en lugar de establecer con ellos un diálogo horizontal.
Contra todo eso se enarbola este “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”, que reemplazó al otrora gozoso festejo (sólo para algunos, claro) del “Día de la Raza”, pero que, once años después, todavía no logra hacer pie en la realidad. Tal vez por aquello de que, al fin y al cabo, “un día es un día”…