En octubre celebramos el mes de las misiones, que nos invita a reflexionar sobre el valor de la fe y la dimensión misionera de nuestra vida como cristianos y bautizados. Cada vez que hablamos de la misión, es un momento para reconocer nuestra vocación como seres humanos que estamos llamados a compartir la vida. Quisiera retomar algunos aspectos de nuestra vida como misión a la luz de las reflexiones que nos ha compartido nuestro querido Papa Francisco sobre la misión de los bautizados.
En el sentido más amplio la propia vida de cada uno de nosotros es una misión, por el sentido que encontramos para la propia vida. “El simple hecho de que estemos en este mundo sin una previa decisión nuestra, nos hace intuir que hay una iniciativa que nos precede y nos llama a la existencia”. Desde la fe estamos llamados a vivir una misión en esta tierra, como nos invita a reflexionar en este mes el Papa Francisco sobre nuestra realidad como seres humanos: “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”.
En primer lugar la misión nos invita a descubrir el verdadero sentido de nuestras vidas, desde nuestro entorno familiar o desde el lugar que ocupamos en la sociedad, ya sea en el trabajo o en las tareas a la que estamos abocados. Desde ese lugar que nos toca en esta tierra, descubrir nuestra misión nos llama a reconocer la vocación como cristianos y bautizados. Y cada vez que nos abrimos a la gracia de la fe en Dios, descubrimos la fuerza espiritual que nos acompaña por la gracia de la fe en Dios.
En este sentido la primera misión de cada ser humano es vivir con alegría la vida que nos toca compartir con nuestros seres queridos. Pero conservar esta alegría en un mundo materialista y que se aleja cada vez más de lo espiritual es un gran desafío. Para poder descubrir nuestra misión necesitamos fortalecer nuestra vida espiritual desde la oración y la meditación de la Palabra de Dios que son herramientas que nos abren a la misión que Dios tiene para cada ser humano. Serán nuestra fortaleza en medio de las adversidades que atravesamos en estos tiempos.
Además de vivir con alegría la vida, estamos llamados a transmitir nuestra fe. La misión nos llama a creer en Dios y en la gracia de la fe. Y como misioneros estamos convocados a compartir la experiencia de fe que vivimos en lo cotidiano: en el servicio humilde y silencioso en nuestros hogares, en la entrega que hacemos en cada uno de nuestros trabajos, en los pequeños gestos de solidaridad y amor que vivimos cada día… Somos misioneros por la medida que nos abrimos a la vida, a la entrega y al compartir. Estamos llamados a “contagiar” a nuestra sociedad el amor de Dios que hemos recibido y que estamos gozando.
La misión nos abre a la experiencia de encuentro de unos con los otros. En ese encuentro que tenemos todos los días en nuestra vida cotidiana, somos invitados a transmitir nuestra experiencia de fe, desde el amor y la caridad. Las obras de solidaridad y amor que compartimos hace que nuestra fe sea fecunda y misionera, al servicio de los demás como el mismo Jesús nos enseña.
Por encima de todo en este mes descubramos el gran valor de la fe en nuestra vida y animemos a vivir la misión que Dios nos ha dado desde los pequeños gestos de amor y entrega de cada día. Que seamos misioneros en el testimonio de la fe en Dios y en una vida entregada al servicio. ¡Que María la primera misionera por excelencia nos anime y bendiga nuestra vida y misión!