
La pobreza y la riqueza tienden a reproducirse durante generaciones, y de hecho la movilidad social (la posibilidad de que un niño aspire a mejorar el nivel de vida de sus padres) es ahora menor que en la década de los cuarenta del siglo pasado, advierte un informe del Relator de la ONU sobre la extrema pobreza, Olivier De Schutter.
El informe hecho público esta semana por la organización con sede en Washignton aporta numerosos datos que muestran que la meritocracia que supuestamente viene con el acceso a la educación es una falsedad, pues la escuela es un lugar “donde las jerarquías se reproducen o, en el peor de los casos, se magnifican”.
Además, un hogar rico puede responder con recursos a gastos inesperados, mientras que en un hogar pobre una situación de crisis agrava inmediatamente su situación social. Los niños nacidos en familias desfavorecidas tienen más probabilidades de vivir en la pobreza cuando crezcan.
Las consecuencias se manifiestan muy pronto: en Estados Unidos, un niño de una familia de ingresos altos conoce el doble de palabras que uno de familia pobre; en consecuencia, al terminar los estudios, la mitad de los hijos con padres en las posiciones directivas siguen el mismo camino después de sus estudios, mientras que solo un cuarto de niños cuyos padres ejercen trabajos manuales lo logra.
La salud también se resiente inmediatamente de todas estas desigualdades, y la consecuencia es que una persona de un entorno pobre vive de media 10,5 años menos que una de clase media.
En Europa, por ejemplo, la diferencia es apenas menor: una persona que no superó la escuela secundaria vivirá ocho años menos que otra con estudios universitarios.
En conclusión, la pobreza “no es resultado de la pereza, la falta de autocontrol o una planificación deficiente: tiene sus fuentes en factores estructurales como el alto desempleo, los salarios estancados y la discriminación”, señala el informe de Naciones Unidas sobre la extrema pobreza.
Efecto profundo
En los hogares de bajos ingresos los niños comienzan a trabajar temprano y, a menudo, asumen grandes responsabilidades a una edad para aprender, jugar y soñar. “Si la persistencia de la pobreza está muy arraigada en países ricos, es aún más alarmante en el mundo en desarrollo”, señala un estudio realizado en EEUU.
La pobreza tiene efectos profundos en los bebés: en su salud, su desarrollo emocional y sus oportunidades de acceso a la educación superior, señala ONU.
Especialistas en salud pública advierten que los adultos con una experiencia temprana de pobreza durante la infancia tienen mayor riesgo de desarrollar hipertensión o inflamación crónica, debido al estrés que experimenta su familia.
Además, la pandemia agravó el problema. La fundación Save the Children y UNICEF, el fondo de las Naciones Unidas para la infancia, estiman que 1.200 millones de niños en todo el mundo son ahora multidimensionalmente pobres, privados en áreas críticas como nutrición, salud, vivienda y educación, un aumento del 15% desde el inicio de la crisis de COVID-19.
En un país relativamente rico como el Reino Unido, un tercio de los niños vive ahora por debajo del umbral de pobreza: en sus hogares ingresa menos del 60% de la renta media.
“Hay que invertir en la educación”
Para el Relator, este estancamiento en la movilidad social puede revertirse con las siguientes políticas: “Invertir en educación y cuidados en la primera infancia, garantizar que las escuelas son verdaderamente inclusivas, y apoyar a los jóvenes mediante una garantía de renta básica (para) romper los círculos viciosos que hacen que la pobreza se perpetúe”.
Esto -concluye el funcionario de la ONU- no solo va en interés de las personas en situación de pobreza: interesa a toda la sociedad, que no puede permitirse desperdiciar talento ni tampoco el deterioro del tejido social”.