El proyecto surgió hace unos cuatro años, a raíz de una convocatoria del padre Héctor Zimmer, que quería buscar la forma de completar la fachada de la parroquia y darle una impronta bizantina, de acuerdo al estilo que presenta la arquitectura. En primera instancia, convocó al escenógrafo y docente Roberto Germán Playuk a fin de consensuar el tipo de imagen y el material a utilizar. Tras largas conversaciones, se decidieron por una que fuera “ecuménica y que invitara al diálogo interreligioso”.
“En algún momento pensamos poner una imagen de la Virgen Orante, pero nos pareció que en este momento histórico era mejor que el mismo Cristo, que es quien convoca, ocupara ese lugar, y que la Madre no estará enojada por el cambio. Estamos en comunicación con oriente, la madre de la iglesia bizantina, con Santa Sofía, la sabiduría de Dios, y con el Cristo de la Misericordia. Y si lo intentaron y lo lograron, estamos ante la mirada de un Dios muy cercano a la biblia, el verdadero Dios que se nos reveló. Y me parece un hermoso regalo para la ciudad. Quisiéramos ser una comunidad que esté constantemente en proceso de transfiguración. Estamos en una humanidad desfigurada y tenemos que pasar a una transfigurada y eso se hace a través de la configuración con Cristo”, reflexionó el padre Héctor Zimmer.
“Elegimos la imagen de un Cristo Transfigurado, que presenta el misterio de la humanidad y de la divinidad de Cristo, al mismo tiempo. Él se manifiesta así frente a sus discípulos: perfectamente Dios y perfectamente Hombre. Estas realidades de Cristo son las que se quieren transmitir también como comunidad. Que sea un espacio que cobije la divinidad y que reciba a toda la comunidad de Posadas porque la parroquia está abierta a todos”, manifestó Playuk, mientras ajustaba los detalles para la colocación. Fue así que solicitaron a la iconógrafa Lucía Makarchuk (responsable de la decoración interna de la parroquia) que escribiera esta imagen en una tabla, que lo transformara en ícono, y a partir de ese cuadro -que fue consagrado en Buenos Aires-, comenzó la meticulosa tarea de la prestigiosa mosaiquista Lorena Costantini.
Según Playuk, desde la gestación, el proyecto “tiene un sentido trascendente. Es a través de la belleza como queremos llegar a la gente, entonces esa belleza tiene que ser perdurable, no tiene que sufrir deterioros con el tiempo. Misiones tiene un sol intenso que hace que los colores de muchas obras se vayan perdiendo con el paso de los días. La característica de este material, justamente, es que perdura con el paso del tiempo. No se deteriora. Esa Belleza que perdura, esa Esperanza que se transmite a través de la obra, es la que queremos regalar a la comunidad”.
Sostuvo que, como esto intenta ser un “regalo sorpresa” para la sociedad posadeña, las personas involucradas en que se concrete la colocación del mural en su sitio “actuaron con mucha cautela y pertinencia”. Agradeció al arquitecto Luis “Lucho” Barchuk, que junto a su equipo se prestó para el armado de la estructura para poder realizar la colocación. Y a otros feligreses que de alguna forma colaboraron para que “esto sea una realidad, además de las hermanas basilianas (OSBM) que acompañaron y brindaron hospedaje”. También al transportista Luis Olinuck y a su esposa Carmen Cus.
Arte simbólico
Playuk es un apostoleño que desde los 19 años vive en Buenos Aires. Entre sus estudios, se destaca como escenógrafo. Se dedicó a la restauración, trabajando en varios lugares, entre ellos, la Basílica de San José de Flores, que es donde el papa Francisco asistía a las celebraciones durante su infancia y adolescencia. “Siempre trabajé en el medio eclesial, entonces conozco un poco el lenguaje de este ámbito. Recibí formación teológica y filosófica que me permitió conocer un poco en profundidad el sentido del arte en la iglesia. Siempre me gustó mucho el arte simbólico, y dentro del arte simbólico entra la iconografía. Entonces me encantó trabajar con las religiosas Basilianas recuperando un poco en las comunidades esta veneración a los íconos”, explicó.
Añadió que, para ellas, se hicieron varios íconos en mosaico. El primero fue el de San Basilio, que está en la ochava de Trincheras de San José y Rademacher, y tiene un sentido de recuperar los orígenes del arte simbólico y la materialidad bizantina. “Todo lo que tenía que ver con la identidad de estas comunidades de rito oriental católico bizantino, para mí era como fuente de inspiración. Es como que hice mucho hincapié en volver a esas cosas que hacían únicas o distintivas al arte, la espiritualidad y religiosidad bizantina”, indicó.
Zimmer lo convocó a raíz de los trabajos que se hicieron y que el sacerdote pudo observar. Debía ser un mosaico, por la perdurabilidad y porque es lo más apto para el exterior. “No se puede comparar con una mayólica, con una impresión, ni con una pintura. Todas esas expresiones o esas materialidades tienen la dificultad que con el tiempo se deterioran. En cambio, éste no. De hecho, hay iconos bizantinos que llegaron a nuestros días desde Bizancio bien conservados, entonces es un buen ejemplo”, completó.
La ley del amor
Explicó que los rostros de los íconos, sobre todo del Pantocrator -representación de Dios Todopoderoso propio del arte bizantino -, tienen “en una mitad una expresión que habla de ternura, de compasión, de invitación a acudir a Cristo. Y la otra parte del rostro es un poco más ‘severa’, que tiene que ver con la justicia, con ese Dios que acompaña al hombre, con la ley del amor. Esa ley del amor es también la que tiene en el pergamino de su mano izquierda. Es la Buena Noticia que Cristo trae a los hombres. En este ícono se quiere transmitir un poco eso, en momentos tan complejos como los que estamos viviendo, que Cristo sea una invitación a vivir ese amor de Dios, que no tiene interés, que nos transporta a otra realidad, y que nos une mas allá de las diferencias, invitándonos a la comunión”.
De acuerdo a la narración de Playuk, el rostro de Cristo está inspirado en un “Pantocrátor” que se encuentra en la basílica de Santa Sofía de Estambul. Se trata de un templo muy grande que permanece desde los primeros siglos, y es en el que se basó San Wladimiro para erigir a Santa Sofía de Kiev, que “con su belleza y su esplendor inspiró que todo un reino fuera bautizado en la fe católica”. Ese Cristo estuvo por mucho tiempo cubierto de yeso. Es que cuando los musulmanes invadieron Constantinopla, se taparon con ese material las imágenes religiosas, católicas, cristianas. Con el tiempo, se declaró Patrimonio de la Humanidad, y se descubrieron los mosaicos más representativos, más antiguos, enteros, ya que muchos quedaron destruidos.
“Ese rostro es sin igual. Tiene esa ambivalencia. Las dos actitudes que Dios tiene hacia el hombre, de estar presente y de invitar a incorporarlo a su vida. Más allá que es un rostro bellísimo, es un rostro que también tiene su historia y queríamos compartirlo con la comunidad de Posadas”, dijo, y agregó que la mirada de este Cristo “es particular: depende del lugar en el que uno se detenga, la mirada te acompaña”.
Siempre es un desafío
Cada convocatoria que realizan a Lorena Costantini para realizar una obra, es un desafío. Y ella misma lo admitió. E indicó que en ésta ocasión no fue la excepción por su tamaño y ubicación en altura, que son cosas a tener en cuenta desde el principio, “desde el momento en que me presentan el ícono para reproducirlo en mosaico. Estos desafíos me encantan, son el motor que a una como artista la llevan a seguir adelante”, aseguró.
Este trabajo está hecho con un material nuevo en Argentina. Anteriormente el esmalte se compraba en Italia. Pero Murvi, una empresa nacional, que se encuentra en Avellaneda (Buenos Aires) y con la que Costantini trabaja desde hace muchos años, empezó a desarrollar la fabricación y es la primera obra importante que se concreta con este material. “Teníamos algunas restricciones en cuanto a colores porque es la primera producción. Pero yo misma quedé asombrada del trabajo que pudimos realizar. Sobre todo, se ve en el rostro que es lo más importante y lo más difícil de lograr. Con un catálogo acotado, pudimos hace algo maravilloso”, aseveró.
Una de las especializaciones de Costantini es trabajar sobre mosaico sacro, y bizantino, sobre todo. “Presentado el boceto que tenía que reproducir, lo primero que hice fue la elección de los colores para las vestes, para la ropa del Cristo, color piel para las manos y el rostro, y para la almendra que lo rodea. Así fuimos avanzando y armando este gran mosaico”, contó.
Por ser de generosas dimensiones (2×5 metros), desde el principio fue necesario seccionar la imagen en partes, en lugares estratégicos, para que se vea lo menos posible, y que no se corra riesgo de quedar fragmentado. “Esto termina como un gran rompecabezas donde cada pieza va numerada según el sentido de la colocación, y se va montando de a piezas, hasta formar la imagen completa”.
Al momento de iniciar la obra, se tiene en cuenta la distancia desde la que se verá el trabajo. “Es importante tener en cuenta ese detalle para que los colores no se empasten, para que los contrastes estén más marcados. Se necesita ese contraste para lograr que a la distancia se vea perfectamente la imagen completa”, aclaró.
El material no se desgasta con el tiempo, es algo eterno, bien colocado, con un buen adhesivo. No sufre alteraciones con las inclemencias del tiempo. “Se lo verá siempre como ahora. Y eso es muy importante. Es por eso que se requiere siempre la técnica del mosaico para hacer este tipo de trabajos al exterior, porque perdura. Es realmente para siempre”, apuntó.
El mosaico se empezó a armar en los primeros días de enero y se terminó en los últimos de octubre. Cuando la obra llegó, los artistas dedicaron una tarde para desembalarla. “Llevó el mismo tiempo que utilicé para embalarla en el taller a fin de estar segura que viajara y llegara en perfectas condiciones. Posteriormente, ajustamos las medidas del mosaico al nicho existente, y se preparó la pared para asegurar la buena adherencia”, recordó. Y, finalmente, el martes 2 de noviembre se realizó la colocación a una altura aproximada a los ocho metros, “con total éxito”.
Costantini, tres años de carrera en Italia
Lorena Costantini reveló que ser mosaiquista nació a raíz de una iniciativa de su papá, Benito, que nació en Dignano, pueblo de Italia de 800 habitantes. Vino a Argentina con 16 años, después de la Segunda Guerra mundial. Al momento que pudo volver, regaló a cada uno de sus tres hijos un pasaje para conocer ese pueblo de la provincia de Udine. Lorena fue la primera en viajar. Cuando llegó, los amigos de la infancia de Benito le preguntaron a qué se dedicaba.
Tenía 21 años y estaba estudiando diseño en Comunicación Visual en la Facultad de Bellas Artes, de La Plata. “Por estar relacionada al arte, me contaron que cruzando el rio Tagliamento, provincia de Pordenone, existía una escuela de mosaico, la única en el mundo que daba un titulo profesional de mosaiquista. Estaba a dos kilómetros, que es lo que mide le puente. Al otro día un amigo de papá que cursó en esa escuela, me pasó a buscar y me llevó a conocerla. No podía creer lo que estaba viendo. Prácticamente no sabía que era un mosaico. No sólo quedé maravillada, sino que me parecía algo imposible de hacer”, manifestó.
Empezó a preguntar cuáles eran las condiciones para ingresar y “todo se dio como para que, si quisiera, me pudiera inscribir. Subimos a la secretaría a preguntar su había lugar y, si bien el cupo estaba prácticamente lleno, me dijeron que al ser extranjera y al saber de qué se trataba, me podía inscribir”, agregó. Llevó la documentación y comenzó esta travesía. Desde el principio “me fue muy bien y me quedé maravillada con la escuela”.
En el primer año aprendió sobre mosaico romano, en relación a la historia; en el segundo, bizantino, y en el tercero, moderno y contemporáneo. “La escuela es muy formadora, por eso es tan importante, y por eso uno sale de la escuela sabiendo hacer todo”, subrayó, fascinada.