Pasaron casi dos meses desde aquel domingo en el que al Gobierno argentino se le nublaron las expectativas, cuando la mayoría de los argentinos le hicieron saber que el rumbo no guardaba relación con la venta de expectativas y que con las exhortaciones al optimismo la actual administración no llenaría las heladeras.
Hubo tiempo para hacer cosas, quizás no para torcer el rumbo de las elecciones legislativas que están a punto de concretarse, pero al menos de fijar nuevas pautas y generar mejores ánimos de cara a lo que viene.
Sin embargo hoy, aun cuando casi se cumplió el plazo para dar vuelta la historia y dejar una mejor imagen, ver hacia atrás resulta casi paradójico. Porque ni el oficialismo hizo algo positivo con el tiempo y los recursos disponibles, ni la oposición edificó sobre lo que estaba mal, o propuso constructivamente explicando cómo salir del meollo en el que estamos metidos y del que también son responsables.
La campaña hacia las elecciones de medio término, de las peores que hayamos presenciado los argentinos, no fue sino otra cosa más que ataques y contraataques, una interna política dirimiéndose en paralelo a un país que clama por soluciones.
Argentina es hoy, entre otras cosas, uno de los países con mayor volatilidad de precios relativos. Es también uno de los países con mayor índice de pobreza de la región. Es uno de los países con mayor inflación promedio anual en todo el mundo.
Pero cuando estos tópicos formaron parte del discurso de campaña, lo hicieron como ejes de chicanas y ataques, nunca como punto de partida hacia soluciones de fondo que le pongan fin a tanta tensión.