“Al ver sólo los resultados de la obra realizada por los Jesuitas, se olvida a menudo el proceso que llevó a ellos, así como las dificultades y los riesgos por los que estuvo marcado dicho proceso. En el fondo, para los misioneros se trataba nada menos que de iniciar en los valores cristianos a indios que desde los tiempos más remotos practicaban la poligamia, el canibalismo ritual y, a menudo, la magia”.
(Sélim Abou)
Si bien la vida de los jesuitas y la de los guaraníes en las Reducciones ha sido extensamente investigada -y quedan testimonios en los libros impresos y cartas- no ha sido suficientemente divulgada a nivel popular y menos
aún, enseñada en las escuelas.
El padre Ruiz de Montoya cuenta que, cuando llegó a la Reducción de Loreto, encontró a los padres Cataldino y Masseta empobrecidos: “Sus sotanas estaban tan remendadas que la tela original casi había desaparecido; también sus calzados habían sido groseramente reparados con trozos de sotana. La cabaña, el mobiliario y los alimentos hubieran convenido muy bien a los anacoretas. No habían probado ni pan ni sal durante muchos años; estaban obligados a sembrar con sus propias manos el trigo necesario para las hostias; una media arroba de vino les duró cinco años dado que sólo lo empleaban para la consagración. Para no importunar a los indios, los padres tenían su pequeño jardín donde cultivaban algunas legumbres, batatas, mandioca, que integraban sus comidas; en cuanto a la carne, sólo la probaban de tanto en tanto, cuando sus neófitos tenían a bien aportarles un pequeño trozo de lo obtenido en la caza”.
Sombrero de plato
Los misioneros usaban una sotana de tela burda, teñida con barro y el zumo de determinadas hojas. Y se cuenta que un Padre, como no tenía plato, usaba su sombrero para comer, el cual fue devorado por perros salvajes.
“Las sanguijuelas, los murciélagos y los sapos infestan las calles, las casas, las ropas, las cacerolas, la misma iglesia; los lirones, que se desplazan en tropel, arrasan con todo a su paso, roen los tejidos, ávidos de la
carne de buey… muerden a los que duermen” (de Jean Lacouture traducido por Roberto Rolón).
En cuanto a la vida de los guaraníes, hay muchos relatos y descripciones, como esta del R.P. Florentín de Bourges: “La campana suena al amanecer. Misa para todos seguida de la distribución de un caldo de maíz. Escuela obligatoria para los niños a partir de los siete años. Los talleres de artesanos funcionan alrededor del colegio y los labradores requeridos para los trabajos colectivos parten cantando hacia los campos. Una hora de descanso para el almuerzo hacia las once. El tiempo de la tarde, hasta las cinco, se destina al cuidado del terreno familiar. Todas las actividades van acompañadas de ceremonias cantadas”.
Interesante también es saber que en la escuela se enseñaba en idioma guaraní. Sólo aprendían español aquellos que demostraban voluntad para ello. En los talleres se entrenaban en variados oficios: panadero, carpintero, herrero, alfarero, sombrerero, escultor, pintor, músico, entre otros tantos. Las niñas aprendían lectura y escritura, pero también costura, bordado y cocina.
Las jornadas laborables no excedían las seis horas y no se trabajaba ni domingos ni feriados.
Capítulo aparte – y muy extenso, merecen las actividades culturales. Es que los guaraníes tenían una inclinación especial hacia las artes rítmicas. Y en cuanto a la pintura y el tallado de imágenes, sólo basta mirar las que aún se conservan en los Museos Jesuíticos y en algunas iglesias de las Reducciones en Paraguay.
Los jóvenes se casaban a los 16 años y las mujeres, a los 14. El problema era con los caciques, que también debían tener una única mujer. Y la comunidad se hacía cargo de las viudas.
Pero también, en algunas Reducciones hubo de combatirse la antropofagia. Cuenta Máxime Aubert que “hallándose una vieja india a punto de morir, el padre cura de la reducción vino a visitarla y luego de haberle administrado los últimos sacramentos, preguntó, si podría él, de alguna manera, aliviar sus penas…” La moribunda pidió…los huesitos de una manito bien tierna!
Dice Selim Abou…
“Auxiliares despiertos en el terreno científico y técnico, los guaraníes fueron a menudo maestros en el de las artes. Para convencerse de esto, basta haber contemplado en ciertos museos de la Argentina y del Paraguay las esculturas de madera policromada y las estatuas de barro cocido coloreado, que adornaban las iglesias de las Reducciones. Estos vestigios dan prueba no sólo de una notable habilidad manual, sino también de un alto grado de sensibilidad para las formas y las expresiones humanas. Los maestros indígenas más talentosos en este campo fueron Ignacio Azurica y Cristóbal Pirioby”.
“La pasión de los guaraníes por las artes rítmicas era de pública notoriedad. Por eso, desde el comienzo de las Reducciones, Diego de Torres había recomendado a los misioneros iniciar a los neófitos en la música y el canto. No debió pasar mucho tiempo para que cada Reducción tuviera un coro de calidad.
Hacia 1620, los mejores de entre ellos eran a veces invitados a dar un recital en el Colegio de Buenos Aires, en ocasión de la llegada de nuevos misioneros o la entrada en funciones de un nuevo gobernador”.
(Publicado por PRIMERA EDICIÓN el 8 de diciembre de 2011, recopilación de Rosita Escalada Salvo)