Comencé el año misionando en Kenia, África. Aprendí lo que es el verdadero despojo, la enfermedad, el abandono y el verdadero y puro amor. Continué en España, ávida de cultura e hice una gran amiga.
Terminé en Perugia, Italia estudiando Derechos Humanos y comprendí que en algunos lugares, son utopía. Hice grandes amigos y me volví a mi país corriendo del COVID-19. Llegué, me aislé y empezó un nuevo viaje.
Me entristecí, encerré, lloré y comprendí muchas cosas. Y aprendí a soltar.
Acabo este año soltando, dejando hueco para que pase el aire, liberando espacio para lo nuevo. Buscando el silencio para sentir y dejar que me invada y me calme para que nuevos pensamientos lleguen a mi vida y los pensamientos gastados se vayan por al desagüe. Respirando hondo para que todo el aire posible entre en mí y se lleve el dolor acumulado, para que desvanezca las cabañas que el miedo construyó en mi mente y puedo construir yo algo hermoso.
Acabo este año amando lo que soy, aunque a veces no me guste todavía demasiado, aunque no sea perfecto, aunque me tiente la idea de reprocharme y medirme otra vez.
Acabo este año dando gracias a todo eso que suelto y libero porque ha sido parte de mí porque durante años me ha permitido seguir adelante, aunque a tientas y sin darme cuenta de lo mucho que me obligaba a no sentir y lo mucho que me ataba a sufrir.
Bendigo el lastre que suelto porque sin él ahora no me sentiría tan ligera ni podría haber comprendido lo que busco, lo que realmente necesito, lo que no era capaz de ver porque me sujetaba a una barandilla que no existía.
Acabo este año sin buscar excusas para evitar estar en mí. Sin coartadas para huir de lo que siento aunque duela y así poder afrontar lo que me asusta y lo que me conmueve.
Acabo este año cerrando puertas usadas, puertas de muchos cerrojos y contraseñas que sortear, puertas que dejan escapar la alegría, la calma, las ganas, la inspiración.
Quiero quedarme vacía de lo que no soy para poder ser lo que siento.
Acabo este año sin más expectativas que dar el siguiente paso, respirar la siguiente bocanada de aire, encontrar la siguiente mirada, doblar la siguiente esquina, decir la siguiente palabra.
Así, creo que puedo empezar el siguiente sin cargas ni condenas que me impidan ser y sentir. Escribí esta reflexión a fines del 2020.
2021: Año bravo, si los hubo. Año corto. Año de pérdidas, físicas y emocionales. Triste. Duro.
Pero, como todo se acomoda y la vida sigue, me he ido aggiornando a las lágrimas y al cansancio, a las secuelas que aún me quedan del 2020 y del Covid que padecí y ahora, a fin de año, me estoy acomodando.
Derribé, construí y creé. Mi hogar, mi vida, mi familia y mis amigos.
Por estas cosas y las propias de cada uno tomemos de lo que queda de este año, lo que nos permita evolucionar.
Dejemos de pretender ser el ombligo de algo, de alguien o de todo. Y espero con esperanza ¡el 2022! ¡Salud, paz y mucho amor para todos!