Al calor de las internas políticas, cuyos efectos se sienten más en la sociedad que en el ecosistema dirigencial, continúa desarrollándose el gran enemigo de las economías familiares: la inflación.
El fenómeno, que se alimenta de pésimas decisiones, de rupturas políticas y de múltiples factores económicos y financieros, sigue impávido su marcha mientras miles de argentinos ven recortadas sus chances de salir del “pozo”.
Enero fue el mes de cambio hacia el año nuevo, pero trajo consigo los dramas de siempre cuando de precios se trata… y febrero no brinda muestras de que vaya a ser distinto.
Más allá del dato oficial que asegura que en 2021 los sueldos de los argentinos estuvieron por encima de la inflación, algo completamente discutible adoptando otras lógicas más allá de la necesidad oficial, lo cierto es que el año cerró con una inflación superlativa y su inercia se trasladó sin disimulo hacia este año.
Los precios y los aumentos de ciertos servicios y tarifas erosionaron el poder adquisitivo de trabajadores formales a informales casi por igual distanciando esta realidad con la que intentan contagiar los números oficiales.
Y es que esas mediciones sólo tienen en cuenta algunos acuerdos paritarios logrados por algunos pocos gremios sobre el cierre del año que impulsaron la estadística. Pero la inmensa mayoría de los argentinos no corrió con la misma suerte.
Así las cosas, millones de argentinos siguen esperando que se cumpla con la eterna premisa de que, en la práctica y no en las estadísticas oficiales, los salarios le ganen en la inflación.
Y todo sigue sucediendo mientras la dirigencia argentina sigue dando sobradas muestras de falta de empatía y de visceralidad al momento de tomar decisiones que deberían privilegiar lo técnico por sobre lo político.
Acordar, romper, dar continuamente muestras de una dualidad pasmosa mientras nos exhortan a tener optimismo parece ser lo único en el libreto de la dirigencia de un tiempo a esta parte.