35 años con la música significan para el DJ “Nikhy” Zalazar (52) la vida misma. Porque si bien ese es el tiempo que registra oficialmente, todo empezó cuando era apenas un niño, en su casa del barrio Patotí. La realidad es que buscaba dedicarse al fútbol, pero “de un día para el otro, me di cuenta que me gustaba mucho la música”. Fue entonces que colgó los botines y fue tras la meta. En su hogar había discos de vinilo, pero no se escuchaban tanto. Lo que más se oía en ese formato eran las clases de inglés que tomaban sus hermanas y que sonaban en un viejo centro musical “Ken Brown”.
Un día, con nueve o diez años, despertó y empezó a hacer scratching (volver el disco). Pero no sabía que para “no rayarlo” había que “poner un plástico debajo, en el plato de la bandeja, para que resbale. Entonces, cuando volvía hacia atrás, movía con el plato y todo, con la posibilidad de quemar el equipo”, narró.
A los 11 o 12 años, tuvo “la suerte de conocer a quien hasta hoy ‘venero’ como mi maestro, Walter Figueredo, a quien nadie puede igualar. Era mi vecino. Desde casa escuchaba música fuerte y no podía dimensionar de dónde provenía. Salí a ver, di vuelta a la cuadra y me encontré con un equipo de sonido profesional puesto en la vereda. Me acerqué y le dije a un señor que estaba ahí: ‘qué bueno está esto, vivo acá a la vuelta’. Me dijo, bueno, quedate. Luego supe que era Walter. Lo conozco y con él, comencé toda mi historia. Fue él quien me agarró la mano, el que me dijo cómo era la técnica. Son de esas cosas que pasan cuando te va a tocar la varita mágica”, resumió.
En ese tiempo las bandejas giradisco no traían reguladores de velocidad (pitch), para que el plato pudiera funcionar más rápido o más lento, para poder pisar, mezclar la música. Pero Figueredo tenía dos máquinas con ese regulador de velocidad, y con ellas “comencé a poner música. Es decir, que mi inicio fue una cosa súper profesional”.
En una oportunidad, de la mano de Figueredo, le tocó a “Nikhy” cubrir una noche en la discoteca “Cerebro”, de Santo Tomé, Corrientes. Fue el primer boliche donde puso música para la gente. “Era muy pequeño. Papá – Antonio Héctor ‘Gordo’ Zalazar- me dejaba ir con los dueños de la discoteca los viernes para regresar el domingo. Ahí empezó mi vida de DJ dentro de un boliche. Estaba a punto de cumplir 13 años”, recordó.
Anteriormente se ocupaba de fiestas que se hacían en las casas y que se llamaban “asaltos”. En ocasiones “le sacaba el equipo a papá, medio a escondidas, lo llevaba a la casa de los amigos, y ponía música. Tenía mis discos, pero como era un centro musical ocupaba un cassette y el vinilo. Cuando terminaba el vinilo, apretaba un botoncito para mandar el cassette que tenía grabado. Era, por ejemplo, media hora de música grabada por Walter. Mi trabajo era recontra profesional porque la música estaba envasada por un DJ que en ese momento era lo más”, celebró.
Lo hacía por amor al arte. Pero cuando volvió de Santo Tomé, “me di cuenta que podía cobrar, que a la gente le gustaba lo que hacía. Aunque recuerdo que era tan chiquito que tenía que pararme sobre una banqueta para poder ver la pista ya que la cabina estaba en un lugar alto. Me gustó eso de ver bailar a la gente, y me di cuenta que podía hacerlo. Comenzó una linda campaña de publicidad, sin querer, porque difundían que era uno de los DJ más jóvenes que tenía la zona. Y eso ayudó a que mi carrera empiece a elevarse. No eran muchos los DJ que había en la ciudad y los que estaban, eran mucho más grandes. Siempre digo que soy el más chico de esa camada fuerte de DJ que hubo, donde estuvieron Lucky Zárate, Lucho Vargas, Coco Jara, Eduardo ‘Pelo’ Hereter, Flavio Bogado. Siempre fui el más chico de ellos. Era como el mimado”, manifestó.
Trabajó unos nueve meses en Santo Tomé, pero comenzaba el ciclo secundario, se fueron cortando un poco esas salidas largas. La consigna de don Zalazar era “si estudiás, no hay problemas”. Así, empezó a conocer a más gente del rubro. Apareció Pablo “Pájaro” Falabella, con quien conformó la primera discoteca que se llamó “Pa-nik” (Pablo y Nikhy). La primera fiesta que animaron fue el casamiento de “Laly”, la hermana de “Nikhy”, en el Club Pira Pytá. “Esa fue la primera fiesta social, sin estar dentro de un boliche. Había que sacar el equipo afuera, armarlo, era algo totalmente novedoso, con temores, sin saber cómo saldría. No había wedding planner, todo se manejaba entre el maître y quien ponía la música. Era toda una complicación hacerlo, pero con Pablo lo logramos. Hicimos la primera fiesta gigante de Casa Tía, en el Club Vial. Éramos pibes por lo que nuestros padres tenían que darnos permiso, y firmar los contratos”, comentó, haciendo memoria de cómo arrancó la historia.
Después comenzaron a aparecer los boliches de Posadas, “donde conocí gente divina. Con Flavio Bogado nos cruzamos en la calle y terminamos trabajando durante años con las discotecas fabulosas que él tenía: Tekno Show, Video Láser. Hicimos gira por todo Misiones, Corrientes, Paraguay. Aparecieron discotecas grandes como Power, Manhattan, New Face, y pasé por todas ellas como residente (pasar un tiempo prolongado dentro de los locales). Elegí ser DJ de boliche, no de fiestas sociales, aunque hice muchas, pero siempre preferí tener mi cabina dentro de un boliche, y quedarme en un lugar”, señaló el DJ, quien considera que “ni mi habitación era tan pulcra, tan linda como mi cabina, porque es lo que más cuido, lo que más quiero”.
A modo de resumen, mencionó que, en 1985, surgió NeW Face; en 1987/88, Manhattan junto a Power; Octavio en el 90; Barcelona en el 94; luego Lola; en el 97, Géminis; Valentino. Mientras la movida se acrecentaba, tuvo la posibilidad de trabajar con Alejandro Pont Lezica, actual director de Radio Nacional, “uno de los padrinos de la Noche de Posadas. Un tipo increíble, solidario, amigo. Quienes lo conocemos sabemos sobre su calidad de persona y de DJ. Con él pude conocer muchísimos lugares de la Argentina”.
Con su producción hizo una temporada en el Valle de las Leñas, Malargüe, Mendoza. “Ese fue, quizás, el punto máximo donde pude llegar a tocar. Hice casamientos en Buenos Aires, de gente muy importante, recorrimos muchos lugares de la Argentina: Corrientes, Entre Ríos, Asunción, Misiones, también en Agencia Tass, un boliche que había en Foz de Iguazú (Brasil), hasta que terminé en el hotel Julio César, donde permanezco hace quince años”, relató.
Surgió cuando Gustavo Alvarenga fue a verlo a Santa María de las Misiones, la radio de PRIMERA EDICIÓN, y le propuso trabajar juntos. “El hotel se llama así en honor a su hermano Julio César, que nos dejó cuando éramos jóvenes e integrábamos una banda linda de amigos, y eso fue lo primero que me impulsó a venir y a quedarme acá, y a querer tanto a Gustavo como lo quería a su hermano. Soy el DJ del salón bailable del hotel, en el que hacemos producciones y eventos en los distintos salones”.
Vorágine
En 1988, después del secundario, “Nikhy” prestó el servicio militar en la Compañía Comando y Servicios del Ejército Argentino. “Cuando empezaron las salidas, dejaban que me ausentara los fines de semana para ir a poner música en Manhattan, hasta donde llegaba con la cabeza rapada. Fui dragoneante y salí en la primera baja. Mi objetivo era poner música y, por ese entonces, ya quería tener mis cosas, me independicé, con la compañía de la música”, alegó.
Trabajando en Barcelona, en vísperas de la apertura de la FM Santa María de las Misiones, su entonces propietario, Alberto Selva, propuso hacer un programa de radio. “Estaba en estado experimental y comenzamos el mejor programa de radio de un boliche que se llamó “Barsa & coke”, conducido por María Aurelia Mendieta, con una producción increíble y una música bárbara. Era el programa del boliche Barcelona, y por la noche lo conducía Judith Vítores. Fue entonces que empecé a trabajar en esta radio y me quedé, desde hace ya 27 años”, rememoró.
Zalazar entiende que “DJ se nace, ya traés el chip extra incorporado. Los que conozco, te van a decir lo mismo, es algo que sale solo. Gracias a Dios tenemos a Celio Clausen, de Rincón Musical, al que amamos, que nos proveía siempre de música. Tenía a sus mimados, de los que yo me creo parte, porque por ahí a través de un llamado telefónico o cuando pasábamos por la vereda, decía Nikhy tengo guardado esto”. Y esa camada “tuvo la suerte de tener a Encarnación en frente, adonde cruzábamos en lancha dos o tres veces a la semana para poder buscar los discos importados e ir actualizándonos”.
Miguel Ángel Ayala Brítez, que durante 30 años vendió los discos a “Nikhy”, “es un tipo increíble, nos pasaba un disco y nos decía, esto tienen que ver porque esto es lo que va a funcionar. A veces dudábamos, pero volvíamos, lo poníamos y funcionaba. Era una cosa terrible”. Pero, “lo lindo de todo era que había pocas FM en Posadas y no le daban mucha importancia a la música actual. Entonces la gente esperaba los programas de los boliches o de los DJ para conocer un poco de esa música, que no tenía la masividad que tiene ahora. Si querías escuchar cosas nuevas, tenías que ir al boliche. Si querías escuchar algo nuevo, tenías que sintonizar un programa que sea de una discoteca o un DJ, porque no era común, era complicado”.
Decían, por ejemplo, salió un tema nuevo de Madonna, ¿quién lo tiene? “Power. Vamos allá a escucharlo. Y así era la competencia. Pero éramos un grupo de DJ y todo se conversaba. Existían un par de discotecas más, pero la que movía era Power, con Carlos Espíndola y Cocó Behar y equipo. De la noche de los 80 para este lado, lo hicieron ellos. Y nosotros tuvimos la suerte de que nos buscaran para que seamos sus DJ. Era una camaradería. Si Carlos se iba a Buenos Aires, decía escuché tal cosa en tal boliche, vean si pueden conseguir. Y nos poníamos a buscar. Estábamos siempre conectados de una u otra forma, porque no teníamos celulares ni Internet. Implicaba viajar a buscar ese material, y leer las revistas de música, y calcular qué podía funcionar”, explicó, quien se considera “de perfil bajo” y que siempre “puse las fichas a mi trabajo”.
Experiencias
Todos los años se elegía un DJ que acompañara a Alejandro Pont Lezica a hacer la temporada en el Valle de Las Leñas, en Mendoza y “el tipo me eligió a mí. Trabajé durante 117 días desde las 20 y hasta las 7. Fue una experiencia increíble, y además de lo laboral aprendí a esquiar, entre otras cosas. De regreso a Buenos Aires, estaba planificado un viaje, pero por esas cosas de la vida no se pudo dar porque tuve que volver a Posadas por un problema familiar. Y ya no regresé. Me quedé acá porque dije: Dios sabe por qué hace las cosas. En esa segunda parte de mi carrera, arranqué la historia con Barcelona, Lola, Géminis, boliches que hicieron punta”.
También viajó a localidades del interior de Misiones, recorriendo discotecas grandísimas como Kabranca o Xanadú, en Eldorado; la Vínica, en Apóstoles, “lugares donde conocí a muchísima gente”. Se caracterizó por ser DJ de boliches, entonces “mi trabajo siempre era prolijo, empezaba tranqui e iba levantando la fiesta al punto de reventar, y luego comenzaba a bajar, para que se vayan tranquilos. Esa fue la metodología de trabajo, que me resultó hasta hoy. Cuando me ve tocar, alguno todavía se anima a preguntar, ¿vas a poner algún lento? Porque en todas mis fiestas llegaba ese momento. Era predecible”.
Cuando comenzaba a bajar la música, “sabían que en cualquier momento metía un lentazo. Me gustaba eso, y que la gente se vaya preparando. Lo que siempre me apasionó y con lo que siempre trabajé, fue con el ritmo de la iluminación de la discoteca. Cuando la fiesta estaba al tope, la iluminación subía, cuando la fiesta bajaba, la iluminación también. Hubo momentos donde jugaba con la gente, si les hacía cantar, estaban a oscuras, entonces trabajaba con un iluminador. Y con él, preparábamos la noche, nada era improvisado. Era todo programado”.
Todo se hacía con equipos que no tienen la tecnología actual, “que hago un click y bajo todo o prendo todo. Marco el 32 y me sale una grabación de pista. Generalmente mi cabina tiene poca luz porque siempre entendí que la estrella es la música. Además, si el iluminado sos vos, no podés ver la pista y yo trabajo para quienes están en ella”.
Reconoció que generalmente no prepara nada, “salvo que sea un evento privado donde me pasen una lista de canciones y me digan queremos que esto se pase. Respeto mucho mi trabajo, lo que hace que siga en esto, que tenga 52 años y me sintiera un gurisito al volver a un evento después de no trabajar 19 meses a causa de la pandemia. A partir de ahí comencé a trabajar todos los fines de semana. Es como que volví a empezar. Amo lo que hago casi tanto como a mis hijos, ellos son las personas, y la cosa es la música”.
Al referirse puntualmente a la música, sostuvo que “ella me bancó todo y me ayudó. En todo me acompaña la música, en los momentos buenos y en los no tantos. Soy operador de radio, hice producción de radio, siempre vinculado a la música. Caí muchas veces, pero la música no me dejó caer del todo. Por eso más la respeto, quiero que se escuche. Por ella pasa toda mi vida, y mi historia. Por eso creo que la gente entiende, ve y siente cuando estoy haciendo mi trabajo”.
Cuando está distendido, ama escuchar música celta, de las que tiene colecciones que “ocupé solo en tres fiestas. También puedo escuchar a los Tucu Tucu, cuya interpretación me parece una poesía y una música increíble. Hubo un tiempo que musicalizábamos las bodas dentro de las iglesias. Hablábamos con el sacerdote y algunos nos permitían musicalizar toda la ceremonia, y era con música celta”.
Considera que en la música todo es bueno, solamente “hay que escucharlo, interpretarlo, darle tiempo. Si tengo oportunidad de escuchar todo, lo hago. Además, soy fan de los músicos locales. Tengo grandes amigos en ese ambiente, con los que compartí recitales e invitándolos a los boliches, y de quienes reproduzco la música. Me gusta mucho la música que se hace acá porque conozco el esfuerzo que deben hacer para poder tener un disco, para trascender, e ir a tocar en algún lado”.