A Silvia Fuck (50) no le sobran los recursos, pero su gran corazón hace que se ingenie para preparar la cena para los chicos del barrio Aeroclub, en el que reside junto a su familia hace más de 30 años. No es ésta una tarea sencilla porque, si bien, la comida no se sirve todas las tardes/noches, es necesario poder reunir los alimentos para, luego, compartir en comunidad.
El propósito rondaba en su mente desde siempre, pero hace alrededor de un año pudo llevarlo a la práctica. Y eso la hace muy feliz.
Silvia trabaja en casas de familia y cuida a personas ancianas y enfermas para sostener el hogar y poder asistir a los niños más necesitados. Contó que estaba cuidando a una anciana, a la que acompañó durante cinco años, y que, “cuando la abuela falleció, hace alrededor de un año, me quedé con un vacío en el corazón. Era como que me faltaba algo”. Fue entonces que le preguntó a su esposo -Víctor Ramón Encina- “si me apoyaría en esta idea de dar la cena a los chicos. Me respondió que no había problema, más aún, porque sabe que yo siempre quise hacer ese tipo de cosas”.
A pulmón, comenzaron a recolectar la mercadería y Silvia empezó a cocinar tímidamente durante toda la semana. Pero como la demanda era más de la esperada, tuvo que reducir el servicio a los lunes, miércoles y viernes.
Apenas supieron de esta iniciativa, desde la Municipalidad de Posadas le donaron víveres y carne para que también los sábados pudieran recibir la ración de alimento.
“Gracias a Dios, tengo a muchas personas que me ayudan, que son mi esperanza. Cuando salgo de mi trabajo, recorro casa por casa, particularmente sobre la avenida Lavalle, y pido colaboración para esta causa. Explico a los vecinos que estoy a cargo de un merendero y que, si tienen algún alimento para donar, será bienvenido. En ese trayecto siempre rescato un kilogramo de azúcar, un kilogramo de arroz o de fideo. Lo que tengan y esté dentro de sus posibilidades, siempre será bienvenido”, manifestó la mujer, con rasgos de cansancio en su rostro, ya que los cuidados se realizan en horarios rotativos.
En alguna fecha especial les prepara sorpresitas de golosinas porque para comprar juguetes “no me alcanza todavía. Pero no me voy a quedar en el intento, pienso poner en venta una rifa y con lo recaudado poner en marcha esta idea. Más adelante quisiera imprimirles una remera con el logo del merendero”, dijo la mujer, que prefiere no nombrar a los colaboradores porque “puedo olvidarme de alguno y todos los aportes son muy valiosos”.
El número fijo de niños que se acercan al merendero “Carita feliz” ronda los 50, pero siempre están los que se suman y muchas veces la cifra llega a los 70 comensales, confió. Es que el menú que Silvia prepara es muy variado. “Cuando estoy en condiciones de incorporar carne hago pollo al horno con ensalada de arroz, albóndigas con arroz, choripán, cosas ricas que no se comen habitualmente. Otros días se suman los guisos, lentejas”.
La Municipalidad colabora para un día. Para el resto, dispone dinero de su bolsillo. “Para eso cuido enfermos en los domicilios, en los sanatorios, hago lo que puedo y adonde me llaman para poder tener plata y poder comprar comida para ellos, para que nos les falte”, comentó.
Aunque es difícil de entender para algunos, “hago esto porque me gusta”, insistió la “cocinera” a la que también le donan ropas y calzados que lava, acondiciona, y “voy entregando a quienes veo que necesitan. Ahora, en cercanías del inicio del ciclo lectivo, comencé a pedir la colaboración de útiles escolares. A medida que consigo, voy armando bolsitas y entrego a los nenes que vienen a cenar al merendero”.
Silvia es consciente que lo que empezó hace un año, es una responsabilidad muy grande. “Sé que una vez que empecé, tengo que seguir. No puedo dejar, por eso me rebusco, trabajo, hago changas y trato de tener para este fin que es específico”, acotó, al tiempo que lamentó que su esposo, que es quien le ayudaba en la preparación de las raciones, “ahora se encuentra imposibilitado”.
Pero, “lo hago pensando en los chicos, quiero que estén bien, que vayan a dormir con la panza llena, contentos. Los convoco a este sector, al frente de mi casa, porque necesito ver que coman, que se retiren satisfechos, porque muchas veces retiran la comida y los chicos son los que menos reciben”.
Admitió que “ellos se sientan, comparten, conversan entre ellos, se ríen, se genera un ambiente muy agradable. Después se retiran. Además, ellos tienen ganas de venir, al promediar la tarde ya se acercan a preguntar ¿qué vamos a cenar hoy? ¿cuál es el menú? A mí me gusta cocinar, pero lo que quiero es hacer bien y rico. Una sola vez les pude dar milanesa, cuando todavía era accesible. Ahora ellos me reclaman y les digo, ya vamos a volver a preparar. Cuando advierto que están saciados, me siento feliz, aliviada. Me siento tan contenta que haber podido, una noche más, darles de comer. Y ellos, son súper agradecidos. Si tuviera otra entrada, otra ayuda, y estaría en condiciones, permitiría que las familias que necesitan vinieran a retirar su olla de comida”.
Contó que su familia siempre fue humilde pero que nunca les faltó de comer. Eran doce hermanos y su padre trabajaba en el matadero del frigorífico El Zaimán. “Nunca faltó la carne, la achura, papá nunca quiso que por la mañana tomáramos té. Se levantaba bien temprano y le decía a mamá que nos preparara una polenta porque el agua dulce -por el té- no era alimento, no se van a desarrollar”.
Madre de tres hijos adultos, dijo que, en ocasiones, su familia “me cuestiona de buena manera porqué hago esas cosas. Siempre respondo, porque a mí me gusta. El más chico es quien hace videos y toma las fotografías a fin que yo pueda dar fe que la donación recibida fue destinado a los chicos del merendero. Es como un documento para poder seguir adelante”.
Sostuvo que “no tengo estudios, pero soy una persona trabajadora y me defiendo con el cuidado de los enfermos y de las personas mayores, a quienes les tengo paciencia, y me termino encariñando. Siempre tengo voluntad, pero si hay algo que no me gusta que la gente haga las cosas despacio. Aunque duermo poco, porque los turnos son nocturnos en buena parte, nunca me canso. Muchas veces por cuestión de organización, le daba que retiren la comida porque no me alcanzaba el tiempo para servirles”.
Aseguró que puso al merendero “Carita feliz” porque “quiero que siempre estén sonrientes, me gusta verlos felices. Así deben estar siempre, les digo, y ellos sonríen. A veces les sirvo jugo, pero les digo que también tienen que habituarse a tomar agua. Por lo general, coloco las mesas debajo del techo, pero de acuerdo a la cantidad de comensales, muchas veces tengo que armar algunas en el patio. No alcanza el espacio”.
Además de esta tarea tan noble, en ocasiones Silva los lleva de paseo con algún programa “que me ofrecen. Tal es así que pudimos recorrer, en grupos reducidos, la zona de la costa sur, fuimos al cine, al Centro del Conocimiento. Los padres confían y yo trato de protegerlos”.
Insistió con que “siempre quería hacer esto, pero no se me presentaba la oportunidad. Ahora que logré, voy a seguir, aunque sea difícil, no va a faltar porque siempre habrá almas caritativas que buscarán prestar ayuda. Además, creo que, si uno se propone, pone voluntad, en nombre de Dios, las cosas no van a faltar. Hay que rebuscarse. Es todo por los chicos. Quiero verlos contentos, satisfechos, y con la carita feliz, como se llama mi comedor”.