La primera tragedia fue haber tomado semejante crédito. Al fin y al cabo, no sirvió para ninguno de los fines, ni robusteció la estructura económica argentina, ni sostuvo en el poder a quien decidió arriesgar el futuro de varias generaciones. El costo social de semejante desparpajo lo está pagando y lo seguirá haciendo la sociedad.
El costo político también tiene continuidad en el tiempo, porque no se terminó con la derrota del expresidente, sino que, a partir de lo sucedido ayer de madrugada en la Cámara baja, expone la fragilidad de las coaliciones que se arman con el sólo objeto de ganar elecciones.
El acuerdo con el Fondo y su tratamiento legislativo dejó esquirlas en todas direcciones y coincidencias asombrosas. Fracturó a la alianza gobernante, pero también a la opositora. Las disidencias internas quedaron al descubierto a la hora de votar. Al mismo tiempo, el acuerdo puso del mismo lado a facciones que, al menos discursivamente, se declaran en las antípodas.
Liberales, socialistas y centristas votaron igual y lo hicieron bajo argumentos sospechosamente parecidos, aunque a estas alturas ello no parece tan sorprendente.
Y la otra arista política, no menor de hecho, es la situación en la que queda el Poder Ejecutivo argentino a partir de los votos en contra de varios socios políticos.
Quedan un año y varios meses de mandato, pero gobernar con tantos quiebres internos seguramente se volverá agónico, para el Ejecutivo y para todos.