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Desde el 2013 la Cooperativa “Misioneritas” nació como una herramienta para superar la violencia de género que padecían mujeres del barrio A3-2. Con el tiempo, lograron conformar una salida laboral para empoderar a quienes antes vivían sometidas a hogares violentos.
La presidenta de la Cooperativa, Mirta Martínez, contó a PRIMERA EDICIÓN que “somos del barrio A3-2, donde todo comenzó a través de un comedor comunitario. Fui cocinera ad honorem durante muchos años en el barrio, donde fuimos viendo la problemática. Las chicas llegaban llorando y contaban lo que sucedía. Así que dijimos que algo debíamos hacer”.
De esta forma “conformamos la cooperativa, aunque costó mucho y logramos salir adelante. Empezamos siendo 25, ahora somos más de 300 las mujeres. No fue fácil, porque el machismo estaba muy presente en aquel entonces”. Los primeros pasos “fueron a escondidas, con una experiencia triste, pero a su vez buscamos lo bueno porque buscamos empoderarnos”.
La secretaria de “Misioneritas”, Victoria Vázquez, relató a este Diario que “venimos trabajando junto a mujeres que han padecido un flagelo social, la violencia de género. Es una problemática que está en todas las clases sociales, pero las mujeres pobres son más vulnerables al no tener dónde vivir, un trabajo o un plato de comida para sus hijos”.
Lamentó que “por no tener su propia economía, soportan maltratos y se quedan con personas violentas. Así que buscamos la forma de que puedan tener un trabajo digno, salir de ese círculo”, explicó.
Durante la pandemia, contó que “se agigantó la problemática de la violencia al tener que estar todo el día en la casa con su agresor. En los casos más extremos, tuvimos que buscar la forma de que pudieran salir de ese contexto”.
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Victoria recordó que “empezamos en la casa de la presidenta, Mirta, donde nos reunimos para organizar cómo generar todo esto”.
Respecto a las trabajadoras, explicó que comenzaron con mujeres de “los alrededores del barrio A3-2, donde hay muchos asentamientos. Luego se sumaron otras compañeras de otros barrios, como Garupá, Villa Cabello, entre otros lugares”.
Entre las experiencias al salir del círculo de violencia, explicó que, al momento de generarse una independencia económica, “comienzan otra vida, pueden alquilar, sostener su hogar para no estar más junto a un agresor”. Incluso “buscan verse mejor, porque tienen una mayor autoestima”.
En cuanto a las necesidades pendientes, señaló que aún hace falta “apoyo psicológico o de otros profesionales”. Luego de salir de un contexto de violencia, muchas de estas mujeres “quedan con secuelas, entre las cuales tenemos compañeras con fisuras de costillas, otras han perdido las piezas dentales”.
Indicó además que “estamos a la espera de un espacio propio, una obra, a través de un proyecto elaborado y que se necesita con urgencia para la atención de las compañeras”.
Todo tipo de labor
Para poder tener una mejor calidad de vida, comenzaron realizando trabajos de desmalezamiento, pintura, barrido y limpieza. Con el tiempo, sumaron el trabajo textil, donde elaboran camisolines para hospitales.