Esteban Markiewicz fue el primer dentista de Colonia Liebig, y un adelantado de la Zona Sur de Misiones. Se había recibido en Kiev, cuando Ucrania se encontraba bajo dominio de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), de donde logró escapar cruzando fronteras y comiendo raíces. Según su hijo Néstor (78), “para ser odontólogo primero había que ser médico”, por lo que su preparación era muy avanzada para la época. En el consultorio, que se ubicaba junto a la vivienda, recibía a muchos pacientes de Apóstoles a quienes realizaba “paladares, puentes y dientes con cobertura de oro, algo muy solicitado y común para esos tiempos”. En el local tenía un torno a pedal porque aún no contaban con energía eléctrica.
Néstor aseguró que su papá le enseñó “a querer a mi patria. Siendo ucraniano, cuando había alguna celebración importante, era el primero en ponerse el traje y salir a la plaza a festejar, a decir presente, aunque nunca olvidó sus raíces. Nunca dejó de hablar, escribir y leer en su idioma”, ya que recibía el diario “La voz de Ucrania”. “Hacía referencia a la Primera Guerra, pero no mucho. Es que no era fácil porque tuvo que escapar de Rusia de esa época. Llegó a la Argentina como domador de caballos del circo Saraceni, el más grande del mundo en ese momento”, dijo.
Durante un tiempo permaneció en Buenos Aires, y como era ferviente católico y tenía relación con los sacerdotes de la Orden de San Basilio Magno (OSBM), por medio de los religiosos, llegó primero a Apóstoles, y después se estableció en Colonia Liebig, donde era miembro del Consejo de Administración de la Cooperativa local desde sus comienzos, y ocupaba la vicepresidencia de la entidad.
Aquí se desempeñaba como diácono, y en la santa misa, ayudaba al celebrante. “Cantaba muy bien, y sabía tocar el violín, pero lo hacía generalmente en casa”. Fumaba la pipa con tabaco y a la que, a veces, le agregaba la raíz de algún un yuyo como para que le diera un buen aroma. Siempre tuvo tiempo para trabajar la huerta, por lo que en su hogar nunca faltaron las verduras.
“Esa era su distracción, al igual que el arte de los injertos. Le gustaba tener toda clase de frutas, había plantas de nogal, por lo que a las nueces las juntábamos por bolsa. También ciruelas, durazneros, higos, caquis, y un parral de uvas, con las que solía elaborar buenos vinos en época de cosecha”. Todo estaba dispuesto en un amplio terreno, en el que también había espacio para un potrero, algunas vacas, una pequeña plantación de yerba y otra de té, que preparaba de manera artesanal.
De acuerdo a lo relatado por su hijo, Don Esteban, “tenía una vida social muy activa. Era una persona dada, respetuosa, muy querida, a la que nunca escuché hablar mal de nadie. Quizás por eso su funeral fue multitudinario. De él heredé el amor por mi patria, eso me inculcó y es una de las cosas que más valoro”. Además, “me enseñó a caminar derecho, el valor de la palabra empeñada, y que es mejor dar que recibir, porque te da más satisfacción. Aconsejó a no apegarme a lo material porque se esa manera será mucho más liviana la carga cuando tenga que partir de este mundo. También que me cuide de los ‘amigos’, y que no toque lo podrido si no quiero tener olor feo”.
Admitió que “tengo una angustia muy grande por lo que pasa en la tierra que vio nacer a mi padre. De su parte, no tengo parientes en Argentina, todos están en Ucrania. No sé cómo estarán, no tengo comunicación. Pienso que lo que hace Putin es un genocidio, una matanza sin fundamento”, agregó, quien suele decir que “soy un poco hijo de la guerra, porque nací en medio de la segunda, y tuve un padre que estuvo en la primera. Para mí es una cosa desastrosa. Pensé que era algo que nunca más iba a pasar, pero la realidad es otra”, lamentó.
Para la exdocente Eugenia Gloria Markiewicz (94), “papá era un hombre muy bueno, muy de la familia. Con mis hijos, Norberto y Gloria del Carmen, se sentaba sobre un aljibe para contarles cómo era la vida en Ucrania. Sin embargo, yo no tengo el detalle de los recuerdos porque desde muy chica estuve en un colegio religioso, y poco después me casé, por lo que ya no vivía con mis padres”.
Añadió que “era muy colaborador, muy religioso. Dirigía el coro de la iglesia ucraniana, donde era barítono. También enseñaba ballet, y hacía teatro. Le gustaban mucho las plantas. En tiempos libres se ocupaba de la huerta, además de las flores, y los árboles frutales”.
Los mejores recuerdos
Su nieta, Gloria del Carmen “Tuky”, es quien más disfrutó de la proximidad del abuelo y de sus anécdotas. Confió que “lo viví más porque mamá era directora de la Escuela de Colonia Liebig y hubo una época en que, por la mañana, no había un colectivo que nos llevara para que llegáramos a tiempo, entonces dormíamos en la casa del abuelo, nos levantábamos, desayunábamos y desde allí íbamos a la escuela. Mamá fue mi primera maestra y directora”.
Recordó que, después de la cena, mientras su madre limpiaba y ordenaba la cocina para la abuela María, “nos sentábamos sobre un gran aljibe que habían construido para juntar agua, mi hermano de un lado y yo, del otro, y el abuelo fumaba su pipa y nos contaba las historias”. Recordó que a los costados de la huerta, había un caminito por el que “mi abuelo iba y venía después de la cena o el almuerzo, mientras fumaba su pipa y hacía la digestión. Era un hábito”.
“Tenía unos ojos color cielo y una paz de esas que nunca te ibas a imaginar que estuvo en la guerra. Allí había sido prisionero y contaba que, al escapar, dormía en el cementerio y siempre nos decía que era el lugar más tranquilo”, agregó.
Don Esteban era barítono, y fue director del coro de la iglesia ucraniana de Apóstoles. “Cuando mi hermano se casó, lo hizo en esa iglesia y el sacerdote que consagró el matrimonio era el mismo que bendijo el matrimonio de mi mamá. Se llamaba Jorge Melnechen, y era el amigo del abuelo. En esa ocasión, el abuelo le cantó toda la ceremonia en ucraniano y a capella”, dijo.
Agregó que el padre Melnechen “también estuvo en la guerra. Era un hombre casado, con hijos y cuando volvió, no existía el pueblo, no había nadie. Entonces se hizo sacerdote”. El padre también vino a la Argentina y siguió la amistad con Markiewicz, por eso presidió el casamiento “tanto de mamá, como el de mi hermano, años más tarde”.
Gloria del Carmen sostuvo que su madre nació en Buenos Aires y que cuando había cumplido los cinco años, vinieron a Apóstoles. “Su lengua madre era el ucraniano, comenzó más tarde la escuela porque no hablaba en castellano, absolutamente nada. Entonces hicieron que se empezara a relacionar con otros chicos de la zona y así aprenda a hablar en castellano”, dijo.
Antes de su muerte, Don Esteban estaba acongojado por el inicio de la Guerra de las Malvinas. Su preocupación radicaba en que “llevaron a pelear a los chicos, y que esos chicos iban a morir” durante el conflicto bélico. Unos días después enfermó del corazón y falleció el 13 de junio de 1982, a los 88 años, sin saber que la guerra había concluido.
“Me hubiera gustado disfrutarlo más de grande, porque recién cuando una crece se da cuenta de las cosas. Aún me producen nostalgia las festividades como Nochebuena y Pascuas, que solíamos pasar en casa de ellos. Recuerdo como si fuera hoy que el día que el hombre pisó la luna -el 20 de julio de 1969-, estábamos en casa de los abuelos. Son esas cosas que te quedan grabadas para siempre”, acotó, emocionada, la nieta, mientras exhibía algunas fotos familiares de la época.
Después de su partida, los colonos “me decían, todavía tengo una muela arreglada por tu abuelo. Es que todo el mundo iba a Colonia Liebig a arreglarse los dientes con él, y eso a mí me generaba un gran orgullo”.
