
POSADAS. “La mejor manera de aliviar el alma es ayudando a los demás”, le había dicho una mujer a la cabo primero de la Policía de Misiones, Cristina Verón, poco después que perdiera a su pequeña hija a causa de un “distrés pulmonar”. La madre asintió casi sin darle importancia a lo escuchado, pero después de un tiempo algo la impulsó a seguir ese mandato. Fue así que invitó a su esposo, el oficial ayudante José Matías Benítez, a salir a los barrios a preparar meriendas para los niños, llevando ayuda, en un primer momento, hasta casi 50 merenderos.
Verón contó que en 2019 sufrieron la terrible pérdida de su beba de siete meses, que se llamaba Linna Maitena, y que, después de tres meses de esta tragedia familiar, regresó a su trabajo -prestaba servicios en la Comisaría de la Mujer de Posadas-. “Estaba muy mal, no estaba en condiciones de cumplir mis guardias a rajatablas, en ocasiones estallaba en llanto, y en una de esas jornadas se acercó una señora y me dijo: mirá, la mejor manera de aliviar el alma es ayudando a los demás. Ah, sí, sí, le contesté como por compromiso. Pero al reaccionar, salí afuera, y ya no la encontré. Parece irreal, pero es lo que me pasó”, manifestó la madre.
“Nos hace bien”
Después de un tiempo, con su esposo comenzaron a ahorrar y a comprar “leche, azúcar, harina, aceite. Llegó el tiempo de pandemia, y le dije: Mati, vamos a entrar a los barrios, llevamos una olla, hacemos fuego y cocinamos chocolatada para compartir con los chicos. Él aceptó la propuesta y nos largamos. Al final vino gente de todas las edades. Comenzamos con San Onofre, seguimos en el barrio Aeroclub, también en el Belén, íbamos de uno a otro, hasta que llegamos a asistir a casi 50 merenderos”.

Contó que todo “era con nuestros recursos. Solicitamos ayuda, pero nos encontramos con distintas situaciones. Hay gente que colabora, otra que desconfía del destino que pudiera tener su ayuda, pero lo más doloroso fue escuchar que buscábamos fama a través de nuestra hija muerta”. Pero, a pesar de todo esto, “me di cuenta que a mí me hacía bien hacer este tipo de acciones. Ya había acudido a la ayuda profesional y sólo me querían medicar, y para mí eso no era pasar por un proceso de duelo. La cuestión es que empezamos a ayudar en un lado, en otro, y nuestra tarea fue creciendo. Lo llamamos merendero Linna, y cuando los vecinos preguntaban sobre el porqué, volvíamos a contar la historia de nuestra hija. Así decidimos aliviar nuestro dolor. En su memoria, queremos ayudar”.
Confió que “ahora tengo el placer que funcione un merendero en mi casa, en el barrio Itaembé Guazú, pero solamente los domingos porque por ahí no nos alcanza. Así que estamos acá con mi esposo, firmes, para ofrecerles a los chicos algunos momentos gratos”.
“Linna falleció a causa de un ´distrés pulmonar´ y en honor a ella decidimos llevar adelante los merenderos. En un primer momento asistimos a 50, luego quedamos con 30 y después de mi problema de salud y por prescripción médica, nos abocamos solamente a cinco”.
Aseguró que “venimos con esto desde hace casi tres años y lo hacemos de corazón porque es algo que nos hace sentir bien a los dos. Si bien tenemos otros tres hijos (Máximo, Dilan y Teo), el recuerdo de Linna está latente. Y como ella, si sobrevivía, iba a quedar con secuelas y seguramente íbamos a tener gastos en medicamentos y demás, decidimos que ese dinero fuera destinado a esta obra, en beneficio de otros chicos. Y es una manera de tenerla siempre presente”.
Por lo general, el matrimonio de uniformados asiste a los niños “una o dos veces a la semana. Pero muchas veces nos esperan, nos mandan mensajes. Nosotros lo hacemos cuando tenemos lo que dar, cuando tenemos disponibilidad de alimentos o leche con chipa o bollos. Si no teníamos leche, comprábamos algunas gaseosas y armábamos bolsitas con chizitos. Pero los chicos insisten, me mandan audios, diciendo: señora cuando va a venir. Y es duro no poder asistirlos, pero les explico, y se tranquilizan”.
El año pasado, tras el parto de su último hijo, Verón tuvo complicaciones severas de salud por lo que el matrimonio, por prescripción médica, decidió menguar las actividades. “La idea es que alguien nos ayude para que nuestra misión sea permanente. La idea es seguir ayudando, pero no nos vendría mal un empujoncito”, dijo la benefactora, al tiempo que agregó que desde el momento que sus hijos los acompañan a los barrios y ven las necesidades de sus pares, “valoran hasta el aire que respiran. La ropa que ya no les queda, la guardan en un lugar separado para entregar a otros pequeños, y agradecen a Dios por todo lo que tienen”. Confió que hay oportunidades en las que “ocurren cosas que son como señales, por ejemplo, hay días en los que llueve hasta la hora en que tenemos que ir a hacer la merienda. Y cuando terminamos nuestra tarea, la lluvia se reanuda. Es como que se detiene sólo para que podamos cumplir con nuestro objetivo. Es algo muy raro, muy loco, como un indicio que debemos seguir con lo que nos proyectamos”.