Frente a una inflación de alimentos que viene marcando récords para los últimos lustros, la última encuesta de supermercados y autoservicios mayoristas del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) deja buenas y malas noticias.
Una buena, por ejemplo, es que las ventas en los supermercados registraron en febrero un incremento de 6,6% en relación a igual mes del año pasado; la mala relacionada es que las ventas retrocedieron 6,5% en relación a enero.
¿Otra buena? Por cantidades, las ventas en los supermercados alcanzaron el octavo mes consecutivo de mejora, y en los shoppings llegaron a doce, mostrando una recuperación sostenida de las ventas en ambos mega centros comerciales.
¿Por qué es mala? Porque significa que el público consumidor financió las compras, mayormente de alimentos, a través de ese sistema, mientras que en los autoservicios las compras con tarjetas crecieron un 75%.
¿Y cómo empeora? En que un elevado porcentaje esas compras de alimentos con tarjeta de crédito se cuotificaron.
Este fenómeno es consecuencia de la inflación a gran escala, el desempleo y la pérdida de poder adquisitivo. El dato deja al descubierto una sociedad más empobrecida y más endeudada, que compra para comer y después ve como lo paga. Se crea así un círculo de endeudamiento en el que muchos argentinos tarjetean porque están sin ingresos y luego tratan de ir viendo en qué momento logran recobrar recursos para pagar lo que están generando como deuda.
Con un alto porcentaje de la población que no llega a cubrir el costo de la Canasta Básica Total instalada en casi 84 mil pesos, el dato de la financiación de las compras de alimentos agrega tensión a la estructura económica y exige replantearse objetivos.