Por: Mario Domínguez
Mi deseo es relatarle algo inédito pero real y hasta milagroso. Esto nos sucedió durante un viaje a Europa.
Este paseo nos llevó a París, y lo hicimos en familia. Mi hija Mónica, su esposo Carlitos, mi señora Norma y yo, Mario. En esta hermosa ciudad, como lo consideramos nosotros, precisamente nos sucedió algo que a través de los años (fue en junio del año 2000) nunca lo olvidaremos.
Luego de un largo e intenso paseo, disfrutamos mucho de lo que ofrece esta famosa capital de Francia, destaco los museos, las iglesias como la Basílica del Sagrado Corazón , la histórica Catedral de “Notre Dame” donde depositamos nuestra fe y buenos deseos principalmente para nuestra familia.
Luego de esa exhaustiva e interesante caminata, llegó la noche, cenamos y volvimos a contemplar la noche luz de Paris.
Ya de regreso a descansar, bastante tarde, quisimos tomar un taxi que nos lleve a nuestro hotel, sin suerte, por lo que optamos por un subte que nos aproximaría a nuestro descanso.
Hecho esto bajamos a donde se suponíamos que estábamos llegando, quedamos en una esquina, no bien iluminada a fin de poder localizar la dirección de nuestro hotel. Luego de intentar ponernos de acuerdo hacia donde debíamos dirigirnos concluimos que estábamos perdido.
A esa hora, en ese incierto y sombrío lugar, sin nadie a quien recurrir en la inquietante noche vacía, realmente lo estábamos pasando mal. En ese preocupante momento recordé que en una oportunidad un familiar que reside en Francia, nos había recomendado precaución por la presencia de los moros (asaltantes de la noche) no dije nada para evitar otra preocupación.
Imprevistamente se acercó una persona de no muy buen aspecto y con un acento francés raro, nos preguntó a dónde queríamos ir, hecha la respuesta, este hombre nos señala que dirección debíamos tomar, antes de manifestarle que no podía ser insistió en su postura, de una forma exagerada.
Cuando sin resolver qué hacer, mi señora nos habló levantando su voz, nos hizo notar que alguien más se acercó: sin hablar, esa persona dijo con su mano NO y seguidamente señaló la calle correcta que debíamos tomar.
Luego de quedarnos estupefactos ante esa aparición, cuando reaccionamos ya no estaba más, había desaparecido en la luz mortecina de esa calle.
Inmediatamente corrimos hacia lo indicado por esta aparición, emprendimos una veloz carrera y por fin llegamos al hotel.
Ya en el mismo, todavía impresionados por lo ocurrido, en nuestro primer comentario coincidimos que nuestro salvador no fue una persona humana y que fue sin dudas un ángel en París.
Todavía hoy cuando vemos algo de Paris, asociamos con devoción nuestro encuentro con un ángel que siempre veneraremos.
El autor
No me considero un escritor, dijo Mario Domínguez -tras presentar el escrito-, pero si un asiduo lector de PRIMERA EDICIÓN, y me agrada leer la página “Escritores de Misiones”. Soy exjugador de futbol del club Bartolomé Mitre, de la Liga Posadeña de fútbol y visitador médico jubilado.
Discussion about this post