El 2 de junio de 1537, el papa Paulo III promulgaba una bula por la que se reconocía a los indios como seres humanos.
De esta forma culminaba una gran controversia que surgió en Europa con la llegada de los primeros originarios de América al viejo continente, transportados por Cristóbal Colón.
Curiosamente la reina Isabel de España desistió del propósito de venderlos como esclavos y devolvió a ese primer contingente a su lugar de origen.
Para la mayoría europea, los indígenas americanos fueron más extraños culturalmente que los asiáticos o los africanos, ya que de ellos tenían por lo menos algunas referencias.
Las grandes diferencias culturales e intereses que envolvieron la vida entre conquistados y conquistadores dieron lugar a extensas elucubraciones jurídicas sobre la racionalidad de los pueblos originarios de América, que en principio eran vistos como animales con el don de la palabra.
La bula papal, de hecho, fue ignorada en la práctica y la explotación continuó por siglos.