Misiones ha sido por muchas décadas la cuna de la inmigración en el país, una tierra propicia para que miles de personas, de todas partes del mundo, se instalen con sus familias a vivir y trabajar. Así fue que, con la llegada de sus abuelos Michiko y Takemasa, empezó la historia de Midori, una obereña de 26 años, ex reina de la colectividad japonesa que hace un mes cumplió su sueño de irse a vivir a Japón, tierra donde nacieron sus abuelos que hasta hoy día viven en Oberá, conocida también como la Capital Nacional del Inmigrante.
En una entrevista con doce horas de diferencia, Midori Romero Ogawa contó a PRIMERA EDICIÓN cuál fue su motivación para irse y los desafíos que le conlleva vivir del otro lado del mundo.
“Desde hace años lo tenía pensado, de chica participo en la colectividad japonesa, el ballet, la escuelita de japonés y la Fiesta del Inmigrante, y quería estudiar la danza tradicional japonesa y el idioma porque acá estaba muy estancada.”, comenzó narrando entre risas, porque aún dice “acá” en referencia a su natal Oberá, a pesar de estar a más de 18.000 kilómetros de distancia.
“Al principio estaba muy insegura por venir sola, de hecho, nunca me separé tanto tiempo de mi familia y la despedida fue muy triste en la terminal de Oberá”, afirmó.
Sin embargo, las ganas de irse y probar la experiencia de vivir sola en un lugar completamente diferente, dieron fuerza a Midori para soportar estar lejos de su familia, de la cual afirmó ser muy apegada. “No es fácil, al comienzo me pasó que cuando estaba sola tenía muchas ganas de llorar porque necesitaba a mi familia, ese es el lado que más me cuesta, pero trato de estar siempre en contacto y más ahora que tengo una línea de acá”.
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La vida en Kioto
Ubicada a aproximadamente cinco horas de Tokio, Kioto es una de las ciudades más importantes de Japón, por conservar intactos los templos antiguos y la cultura tradicional japonesa. Es ahí donde vive la obereña Midori. “Es un lugar muy tranquilo, hay mucha gente mayor, no hay casi jóvenes, es un lugar bastante tradicional, con muchos templos y lugares turísticos para visitar” destacó.
Es ahí también donde se desempeña como trabajadora en una fábrica de tofu, una comida oriental a base de semillas de soja, algo muy diferente a su trabajo en Oberá, “es re distinto porque allá trabajaba en una tienda de ropa, era re tranquilo, ordenando y atendiendo a los clientes. Pero acá hay varias cintas donde corren distintos tofus a toda velocidad, no podés distraerte ningún segundo porque se te acumulan. Todavía estoy un poco perdida con el tema pero de a poco me acostumbro”, explicó.
Asimismo, otro de los desafíos en Kioto es hacer amigos ya que, como lo mencionó, es una ciudad mayormente de gente grande, y en el trabajo tampoco hay tiempo para socializar. Para eso le ayudó mucho el hecho de que se fue con un grupo de chicos de Buenos Aires, que también estaban esperando que les saliera el viaje, “con ellos nos juntamos siempre que podemos, vamos a pasear, practicamos nuestro japonés y estamos muy unidos”, indicó.
Por otro lado, la ciudad mantiene un perfil que mezcla lo conservador y tradicional con lo moderno. Según lo describió Midori las calles son muy limpias y seguras “incluso los puestos de verdulería por ejemplo no tienen personas atendiendo, vos comprás y te cobrás solo, algo impensado allá”.
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También son muy exigentes con la puntualidad, “al trabajo hay que llegar sí o sí cinco minutos antes y si te retrasás tenés que pedir perdón, está muy mal visto”, afirmó.
En ese marco contó algo que le resultó una curiosidad, “tener un tatuaje está mal visto, varios de los que vinieron tienen tatuajes y se tienen que tapar porque en el trabajo no admiten”.
Un universo cultural muy diferente al que se vive en Latinoamérica pero que, según Midori está siendo una hermosa experiencia y redituable en lo cultural y económico.
En ese marco se atrevió a dejarle un mensaje a esas personas que quieren vivir la experiencia pero que aún no lo hacen por miedo: “A mí me costó, es una decisión que se toma después de un largo tiempo de pensar y analizar, pero le diría que si tienen sueños no se queden, sigan para adelante, y apóyense en la familia y piensen que uno siempre puede volver”.
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