Por Lloyd Jorge Wickström
Al cumplir el 94° aniversario de la fundación oficial de Oberá, pretendo transmitir vívidos recuerdos que fluyen de mi memoria, de sus calles sin cordones cuneta, sin empedrado, sin el asfalto de hoy, que me obligaba a chapalear en el barro munido de galochas de goma cubriendo los zapatos.
Tengo presente a la calle Gobernador Barreyro, entre Estrada (antes 17 de Octubre) y Salta, donde terminaba la planta urbana para limitar con el yerbal de Erasmie y su antigua casona de madera, anteriormente propiedad de Gustavo Adolfo Andersson, que junto a la ubicada sobre José Ingenieros, donde moraba el periodista Fued Chemes, eran las dos primeras del pueblo en el sector chacras. La primera fue la de mi abuelo en la Manzana N°1 de la planta urbana sobre avenida Sarmiento, construida en 1925. También la terraza del Cine Mundial, en la calle San Martín entre Córdoba y Santa Fe, al que concurría con mis padres y hermanas, y dónde –al aire libre-, en las noches del verano se exhibían películas y se gustaba de bocadillos, chopp y los esperados helados, o al Cine Rex, sobre la misma calle, para asistir los domingos al matiné, para disfrutar los capítulos de las series, tales como Dick Tracy, Tarzán, El hombre cohete, entre otras. Se ingresaba sin pagar entrada, debido a que mi padre anunciaba los estrenos en su semanario El Vocero Regional (1939-1952).
A la pequeña iglesia católica ubicada en 9 de Julio entre Córdoba y Santa Fe, donde asistía a la misa dominical junto a mi madre. A la tienda “La Fama”, de Falleimbogen, en la esquina de avenida Sarmiento y Córdoba, al café “San Martín”, de Miguelito Higa, sobre Sarmiento, en el cual disfrutaba de café con leche o chocolate con Bay Biscuit o con sándwich de miga que elaboraba la panadería Grazzioseti, mientras mi padre se reunía con amistades.
A la Cooperativa Agrícola, en la esquina de Buenos Aires y el gran patio sobre ésta, en el cual estacionaban los carros “polacos” de los colonos que venían a realizar sus compras y en la dependencia inferior, en la cantina, a beber un trago o comer algún bocado con chorizo criollo, y al frente de la misma, la Casa Italiana, de los hermanos Morcchio; a la Central Telefónica y al ya desaparecido local del Banco de la Nación donde mi abuelo y mi padre tenían cuenta corriente, y a las tiendas “Casa Mu-Mu” y “La Capital” en la misma vereda. O al “pito de Boldú” de la concesionaria de automóviles de Enrique Boldú, que, con el estridente sonido de la sirena marcaba las horas laborales matutinas y vespertinas; a la Farmacia de Lindolfo Debat, que, a su ingreso, destacaba la sonriente cabeza calva con clavos y tornillos de “Geniol” y que, en la radio, se emitía un jingle: “Cualquier dolor de cabeza, se cura con un Geniol”, y, también de las Pildoritas Ross: “Chiquititas, pero cumplidoras”. Por supuesto, rememoro a la mueblería y juguetería de Repetur y al frente, en una casona de madera, la panadería de Virgilio Marín, en Córdoba y 9 de Julio. A la Escuela N° 185 en la cual cursé el primero infantil, que funcionaba en un edificio de madera en el triángulo de las calles Corrientes, avenida Libertad y 9 de Julio, otrora puesto de la Dirección Nacional de Caminos, que fuera acondicionada como local escolar por Hjalmar Holmström. A él lo recuerdo con alegría porque me trasladaba junto a mi hermana los días sábados a la Escuela Sueca de Villa Svea, cuya primigenia sede fuera inaugurada en 1916, en la que se impartía la enseñanza del idioma sueco, en su automóvil marca Willys negro y al que le gustaba imprimir velocidad en las pendientes del camino, con algunas risotadas y alegría de sus pasajeros (nosotros).
También el edificio donde funcionaba el correo y, posteriormente, el restaurante “Scandia”, de la familia Wickström, sobre Estrada, donde se sirvió el banquete en homenaje al Príncipe Guillermo Bernardotte, hijo del Rey Gustavo V Adolfo de Suecia, cuando visitara junto a su hijo Lenardt y a su esposa, en noviembre de 1947, a la casa de mi abuelo en calle Buenos Aires. Allí se alojaron y a los elevados mástiles que albergaban a las banderas de Suecia y a la Argentina, las que, como gran tesoro, las resguardo.
La primera adquirida en 1903, cuando emigró de Suecia a los Estados Unidos de Norteamérica y la segunda, adquirida cuando llegó con su familia a Yerbal Viejo, portada por mi tía Adri, el 9 de Julio de 1928, en el acto fundacional de Oberá, bandera que era izada el 6 de junio, Día de la Bandera (sueca) y en ocasión del onomástico del Rey y, la argentina, en las fechas patrias, las que, es mi brega, en algún momento, cuando los habitantes de la ciudad y en especial las entidades que nuclean a las diversas colectividades, se preocupen con contar con un Museo Histórico, queden como patrimonio del mismo. Son muchos más los recuerdos de tiempos ya pasados, como para plasmarlos en una nota. Saludos a mi terruño.