Todos los seres humanos usamos máscaras dependiendo la ocasión, mostramos nuestras facetas aceptadas no aquellas que escondemos a veces hasta de nosotros mismos.
Nos criaron diciéndonos: “Tenés que ser bueno” u otras frases similares, así que cuando no lo somos, pensamos que no seremos aceptados.
Usamos estas máscaras para tapar nuestras verdaderas emociones como la rabia, la frustración de no ser aquello que esperan de nosotros, a veces tenemos que mostrarnos más fuertes de lo que somos sólo para encajar en ese personaje que hemos aprendido a ser.
A veces estas máscaras nos salvan y otras veces nos dañan, por eso mirarnos, autoobservarnos, nos ayuda a desarmar ese personaje que hemos aprendido a ser para sobrevivir.
Algunas de las máscaras que usamos pueden ser: el niño bueno, el que aprendió a portarse bien, siempre para ser aceptado, que busca el afecto a través de la dulzura y de satisfacer al otro.
El guerrero es la máscara que se creó en duras batallas y nos permitió salir airosos de grandes adversidades, nos ayuda a dejar el miedo y tomar el mando.
El indiferente es la máscara que nos ponemos para ocultar el sufrimiento.
El salvador es ese que necesita salvar a todas las personas y sigue a personas necesitadas.
El que sufre, aprendió que la vida es sólo dolor y busca la atención de los demás a través del victimismo.
El tipo duro, una máscara habitual en las personas más sensibles, que temen ser heridas y ante ese temor han aprendido a mostrarse pocos emocionales.
El eterno feliz, fingen todo con una sonrisa, atrás a veces hay mucho dolor.
El chistoso, son los que alegran las reuniones, aprenden a esconder sus emociones detrás del humor y creen que si dejan de hacer chistes no serán aceptados.
Todas estas máscaras tienen algo en común y es que protege a nuestro verdadero YO. A veces vivimos tanto tiempo con ellas que quedan adheridas a nuestra piel y no sabemos quiénes ¡somos!
Por eso, a medida que vamos entrando a nuestro ser y nos conocemos, podríamos mirar esas máscaras que usamos y preguntarnos: “¿soy así? O ¿uso esa máscara para protegerme?
¿De qué o de quién?
Ya nos somos ese niño que debió defenderse de quién debía cuidarlo, hoy podemos mirarlo conscientemente y dejar de escondernos detrás de máscaras que ya no nos sirven más.
Recordemos que todos usamos máscaras, no esta bien ni mal, no es para juzgarnos, sólo sincerarnos y cada día poder ser más auténticos con nosotros mismos.
Bendiciones.