El ritmo de aumento generalizado de los precios en la economía argentina parece no encontrar su techo, aunque en períodos de corto plazo, como un trimestre, se advierte con claridad como fue avanzando de escalones, primero al 2%; luego al 4%; siguió al 6% y en julio se aceleró a un rango próximo al 8%.
Por ahora, se mueve en progresión aritmética, de dos en dos, pero no son pocos los economistas que alertan de los riesgos del paso a progresión geométrica: 2, 4, 16, en particular cuando la tasa mensual ya se mueve a una tasa equivalente a tres dígitos porcentuales al año (7%, por ejemplo repetida 12 meses consecutivos lleva a un aumento acumulado en ese tramo de 125%, casi el doble de la registrada en junio en comparación con igual mes de 2021 por parte del INDEC).
Se trata de un “aumento generalizado y sostenido” del nivel de los precios al consumidor que mide el organismo oficial de estadística cada mes sobre “una cantidad aproximada de 320.000 en los puntos de recolección”, precisa el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) en el Informe Metodológico de la estimación del IPC, el cual incluye a “negocios tradicionales de distintos rubros, súper e hipermercados, empresas prestadoras de servicios, colegios, hogares inquilinos seleccionados en concordancia con la distribución de los gastos según el tipo de negocio a partir de la Encuesta Nacional de Gasto de los Hogares (ENGHo 2004/2005, y con posteriores ajustes y adecuaciones”.
Sin embargo, cada vez más a menudo funcionarios del Gobierno, y hasta el propio presidente Alberto Fernández, destacan en declaraciones a la prensa y discursos que se trata de un “fenómeno multicausal” y que se explica por la concurrencia de las “remarcaciones de quienes especulan con una devaluación” y los efectos de la “guerra entre Rusia y Ucrania”.
Esos argumentos rápidamente quedan debilitados al extremo cuando se observa el desempeño de la inflación en un conjunto de 192 países que releva el Fondo Monetario Internacional y que acaba de actualizar al alza las proyecciones para el corriente año y siguientes, porque en menos de cinco se registra un aceleración de la magnitud que acusó en los últimos meses la Argentina, aun sin devaluación del tipo de cambio oficial, y sin fuerte aumento del conjunto de las tarifas de los servicios públicos.
Más aún cuando en el sector real se advierte sobre un cuadro inquietante que afecta al sistema productivo, comercial y el empleo: “Las restricciones impuestas por las autoridades económicas y monetarias, ya ampliamente conocidas, están generando diversos inconvenientes en la cadena de aprovisionamiento automotriz. Al mismo tiempo, la incertidumbre sobre el mercado financiero y cambiario también está provocando subas de costos de materiales de origen local cuyo precio evoluciona según precios internacionales en dólares según cotizaciones legales alternativas”, alerta a las autoridades económicas en un comunicado la Asociación de Fabricantes de Autopartes y Componentes (AFAC).
Claramente, se trata de preocupaciones de carácter doméstico que nada tienen que ver con los efectos de la crisis sanitaria de comienzos de 2020, ni tampoco con los de la invasión de Rusia a Ucrania, porque esos eventos si bien afectaron a todos los países, en la amplia mayoría de los casos lo hicieron en proporciones en términos de tasas porcentuales de aceleración de la inflación notablemente menores que la que acusa la Argentina.
Respecto del momento previo a la irrupción del COVID-19, mientras la tasa de inflación en el promedio de 192 países se aceleró en 3 puntos porcentuales: de 3,8% en 2019 a 6,8% en la nueva estimación del WEO del FMI para 2022 -no es equivalente a un 79%, sino a sólo 2,89% (un índice de precios que estaba en 100 en la media del mundo subió a 103,8 en un año hace un trienio, y ahora ese índice 100 pasó en 12 meses a 106,8)-; en la Argentina se elevó de un ritmo de 53,8% a 76% en la proyección del REM del BCRA en igual período, aunque en la próxima medición se espera que resulte mayor.
Únicamente tuvieron peor desempeño que la Argentina, Sudán, Turquía y Yemen; en tanto la equipararon Surinam y Rusia, aunque con tasas interanuales de inflación que pasaron de 4,2% a 25,8%, en el primer caso -tras un pico de 60% en los dos años previos-; y de 3% a 24%, en el segundo -por el costo de la invasión a Ucrania-.
Un ejercicio similar, pero acotado al corriente año en que el mundo que no había llegado a superar los efectos de la crisis sanitaria se vio sorprendido con el conflicto bélico entre dos grandes países proveedores de materias primas esenciales, como alimentos y energéticos, también eleva a la Argentina en el primer puesto entre los que más se aceleró la inflación, junto con Zimbabue.
Claramente, tanto la crisis sanitaria como la invasión de Rusia a Ucrania, desestabilizaron todas las economías, al punto que el último informe global del FMI destaca: “En este momento, la principal prioridad en materia de políticas es controlar la inflación, ya que la estabilidad de precios es una condición previa para lograr aumentos duraderos del bienestar económico y de la estabilidad financiera. La combinación adecuada de políticas monetarias, fiscales y estructurales para reducir la inflación varía entre las economías, dependiendo de las fuentes y la intensidad de las presiones de precios”.
Contexto
Según el pronóstico de base del FMI, “el crecimiento se reducirá de 6,1% del año pasado a 3,2% en 2022, un descenso de 0,4% con respecto a la edición de abril de 2022 de Perspectivas de la economía mundial.
8%
sería la inflación registrada durante el mes de julio debido al fuerte salto registrado en el dólar informal.
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