Con su andar pausado, siempre digno imponente, seguro de si mismo. Amoroso compañero.
Siempre dispuesto a dar amor a todo aquel con el que se cruzaba en su camino.
Tan seguro de sí mismo que no necesitaba ser agresivo ni arrogante o desafiante.
Siempre callado, en silencio sin alboroto, siempre presente.
No necesitaba ladrar todo el tiempo para demostrar su presencia o demarcar su territorio, Jamás corría si no era necesario.
Con su sola presencia se imponía. Era su energía que se expandía y marcaba su espacio, marcaba alrededor nuestro un círculo no se pasa.
Nadie podía acercarse si él no lo dejaba. Sólo con su mirada bastaba.
Amor encarnado. Tan leal y compañero, sabía todo lo que pasaba en casa y atendía con su amor a cada uno.
Cuando estaba triste o dolorida abría todas las puertas y traspasando todas las reglas ese día se subía a la cama conmigo y apoyaba su espalda contra la mía como diciendo: “No estás sola, yo te cuido las espaldas, dormí tranquila”.
Todo está en paz. Mágico, siempre me llevaba a los lugares indicados en el momento preciso.
Cuánto me dejaste mi ángel guardián. ¡Cuánto aprendí!
Me quedo con cada amanecer en el río compartido.
Cuando te dabas cuenta que me paraba a mirar salir el sol, el cielo, las nubes, venías a mi lado y simplemente te apoyabas contra mis piernas, inevitablemente me bajaba para abrazarte y seguíamos mirando el cielo juntos.
¡Gracias! Ya todos tus recuerdos están dentro mío en amor.
¡Gracias!! No te lloro, no mereces sentir mi pena.
Nunca fuiste mío. Eras tuyo.
Siempre digno.
Solo nos compartimos un momento de amor en esta vida.
Por siempre en mi corazón vivirás eternamente porque cuando un perro ama, ama para toda la vida y nunca se va.