Hincharnos, prepararnos para algo doloroso, sabemos que “un día antes de” las cosas se ponen difíciles, combatir, luchar, resistir, persistir. Querer estar con los demás, pertenecer al clan.
Dicen que las molestias en los dientes son problemas con los parientes, familiares.
Sin embargo, también, la boca junto con los dientes, la lengua y las encías trabajan juntas con los músculos faciales para iniciar los procesos de absorción de nutrientes (digerir, digestión). Además, también, pronunciar las palabras, los sonidos.
Tener capacidad de procesar los alimentos desde un inicio y no tragar sin masticar, hablar sin pensar. En contrapartida de ingerir conscientemente lo que necesitamos y pronunciar palabras premeditadas. De vuelta, hincharnos desde la ingesta desmedida o mal digerida, hasta explotar de enojo, por no haber hablado a tiempo, dicho lo necesario, lo justo.
Nombrar a las cosas por su nombre requiere de tanta atención, de poner a disposición del intelecto y el corazón las verdades primeras y últimas. Pero trae tanta solución, paz y certeza. Cómo nombrar a las cosas por su nombre, cuando el meta universo, la posverdad y la virtualidad parecen desvirtuar, desconceptualizar y reiniciar.
El miedo también puede ser otra razón para no decir o peor aún, decirnos la verdad. A veces el miedo nos viste con carbohidratos y azúcares, retención de líquidos, nos lleva a la búsqueda de todo lo que puede amortiguar los golpes, los daños, el dolor. Mientras, muy adentro, siguen esperando la verdad y la razón. Y para que las veamos a veces se reflejan afuera, o para que las escuchemos a veces hacen eco en otras voces.
Entonces eso que nos parece conocido o que resuena no es solo parte de un recuerdo lejano o algo que nos contaron. Es también algo que aún permanece vivo dentro nuestro y necesita que le demos nuestra atención.
Démonos atención. Escuchémonos más seguido. Mirémonos un rato, todos los días. Hablemos con nosotros. Después sigue lo demás, que también es parte de nosotros. El Gran árbol genealógico de la vida.