La enorme distorsión entre la agenda del Gobierno nacional y los temas que atañen a los argentinos es cada día más evidente, lo que no es menor teniendo en cuenta, por ejemplo, la proximidad de las urnas.
Vale destacar un dato reciente que asevera que al menos siete de cada diez habitantes creen que los temas que se debaten en el Congreso Nacional no representan los intereses o necesidades del pueblo.
Que en un país cuyo mayor porcentaje de problemas pasa por lo económico, es altamente preocupante que el 70% de la población sienta que su dirigencia no atienda cuestiones cotidianas como los precios, las tarifas y la imposibilidad de ahorrar con la moneda nacional sin perder mucho todos los días.
El descrédito no se agota en los oficialismos, sino que se contagia a las oposiciones que se fagocitan en peleas intestinas por hipotéticas candidaturas y cargos.
En escenarios como el actual no es casual que emerjan nuevas figuras de extremo con fuertes discursos de corte económico y contra las dirigencias actuales y pasadas.
La tolerancia social al fracaso de sus gobiernos y, por ende, de la propia sociedad, se va acortando severamente conforme pasan las administraciones.
El gobierno que asuma el siguiente período deberá gestionar y resolver la economía. Pero también deberá lidiar con otro desafío no menos importante… el descrédito.