Como todo docente con inquietudes que tiene una participación activa en su comunidad, Lidia Mariel Mendoza pretende seguir sembrando conocimientos aún después de acogerse a los beneficios de la jubilación.
Aunque para eso restan algunos años, casi sin querer y en tiempos de pandemia, desde su Espacio Cultural Independiente “Mi lugar en el mundo” -calle José Rivera 63 de Jardín América– se vinculó a “Libros Cartoneros”.
Se trata de un proyecto de escritura y edición de libros con cartones y materiales reciclados, elaborados por los niños y sus familias. La iniciativa pertenece a la docente Caroll Castro, de la Editorial Ucumari Cartonero, de Perú.
Mendoza, que es docente, escritora, narradora autodidacta, docente titiritera y estudiante, contó que el proyecto nació en Buenos Aires, en 2003, con Eloísa Cartonera, y se va replicando en otros países de Latinoamérica, entre ellos Perú, Brasil, Colombia.
“Me conecté en la época de la pandemia con titiriteros de Perú, y eso llevó a vincularme con Caroll Castro. Fui participando y viendo. Nos comunicamos en forma privada mediante videollamadas. Me propuso sumarme al proyecto y -como estoy a punto de jubilarme y soy propietaria del Espacio Cultural Independiente Mi lugar en el mundo, trabajo de manera articulada con las escuelas y el municipio-, no dudé en sumarme”, comentó.
Fue entonces que “lo tomé como un trabajo experimental con los niños de mi taller, y tomamos como proyecto cartonero a la identidad de nuestro nombre. Se puede trabajar la temática que uno quiera; una o varias. El objetivo es que el niño escriba, así sea sólo una hoja, que edite y presente su libro, cuya tapa es de cartón. Entonces se trabaja el reciclado. Y ahí podés volar y trabajar con todas las técnicas artísticas y plásticas que se quieran”, manifestó.
Presentó este proyecto ante el Concejo Deliberante de Jardín América. Explicó a los ediles, les mostró, les compartió y pidió que sea declarado de interés municipal, de manera que a partir del inicio del próximo ciclo lectivo “lo voy a replicar en todas las escuelas, los barrios, las familias, porque la idea es que a fines de 2023 hagamos la primera Feria de Libros Cartoneros. No tiene costo y es un trabajo solidario”, detalló.
Confió que del proyecto participan países como Colombia, Perú, Argentina y México, e invitó al Jardín de Infantes de la Escuela Nº 310, del barrio Hermoso, de Jardín América. “Es una experiencia muy linda porque se vuelve a rescatar la escritura, se vuelve a comprometer a la familia en el acompañamiento. Son editores, y quién dice que el día de mañana no salgan escritores y editores de estos libros”, comentó entusiasmada.
Indicó que “ya somos escritores. Porque se le considera escritor y editor a toda persona que realiza su libro cartonero. Suelo trabajar mucho con la familia. En el taller desarrollo tareas con los niños y después siempre explico a la familia a fin de que se sume. Trabajamos diez a doce familias y empezamos por el nombre. Primero les conté por qué me llamo Lidia Mariel, quién me eligió el nombre –fue mi papá-, la identidad de mi nombre, que es donde nace nuestra historia. Después cada uno trajo escrito sobre su nombre y contó quien lo eligió y qué significa”.
Más adelante, trabajaron con una poesía que se llama “¿Quién le puso el nombre a la luna?”, de Mirta Goldberg. “La leímos, la analizamos, y ellos dibujaron la luna tal como la imaginaron. Después trabajamos con el nombre de Jardín América. Como este trabajo iba a ir al extranjero, la idea era que explicaran cómo nace el nombre de su pueblo, su ciudad. Después ellos retiraron su libro cartonero, donde replicaron un elefante del artista plástico chaqueño Milo Lockett. Terminamos porque fue casi sobre el final del año, pero en 2023 se amplía el panorama. La idea es que se haga en toda la provincia, a través del Ministerio de Educación”, expresó.
Su mamá, Clara Álvarez, fue una docente reconocida de la que mamó la profesión, al igual que de sus maestras a las que calificó de “excelentes, desde primero a séptimo”.
Comentó también que, desde la cartera educativa, “me regalaron hermosos libros para mi taller, y es algo que compartía con la docente de Perú. Ellos no tienen esa facilidad. Los demás países latinoamericanos no tienen la facilidad que tienen los argentinos, y la oportunidad de que las escuelas reciban material bibliográfico de distintos autores, en distintos tipos de edición (tapa dura, blanda). Eso es muy significativo. Eso le expliqué a los concejales, a los chicos, a los padres, y a todas las personas que se van sumando con los libros cartoneros. Les voy explicando para que también se valore la riqueza que tenemos en Argentina. Somos unos bendecidos de poder contar con bibliografía de distintos tipos temas y distintas encuadernaciones y editoriales”, aseveró.
El Espacio Cultural al que denominó “Un lugar en el mundo” nació de manera paralela a la docencia. Lo emprendió junto a su familia, compuesta por su esposo, Silvio Marcelo Aguirre; e hijos, Pablo Ernesto y Santiago. “Un día les dije que estaba llegando al final de mi carrera, pero que yo quería seguir realizando actividades que me gustan tanto en la política como en la docencia. Propusieron que tuviera mi espacio en mi casa y me apoyaron con recursos y emocionalmente al igual que mi papá, Ernesto Mendoza. Me ayudaron a construir un salón con sanitarios, en el frente de la casa. Le puse ese nombre porque realmente para mí es ‘mi’ lugar en el mundo, donde puedo leer, escribir, armar los títeres, dar clases”, manifestó.
Admitió que “le gustan mucho los tés literarios que compartí con mis amigas, y trato de que sea un espacio no solamente de aprendizaje sino también de compartir emociones. Este año hicimos talleres arancelados de muy bajo costo y otros gratuitos. Hicimos macramé, recibimos a una cosmetóloga, dimos taller de botellas, tuvimos tardes de té con un grupo de amigas que confeccionan telar. Esto, más allá de los títeres y el reciclado. Es como un centro integral”.
“Estoy agradecida a Dios, a la Virgen, a la vida; a mis padres, Clara y Ernesto, que me hicieron estudiar y a toda la comunidad, por el acompañamiento. Siempre lucho por un arte sin fronteras”.
Como si fuera poco, recibió la visita de directoras de cultura de la zona, desde Puerto Rico a San Ignacio. También “nos visitó un escritor. Es un chico que trabaja con tecnología, y sirve para informar sobre las actividades que en la provincia se desarrollan en la parte artística. Es como un centro de comunicación, de recreación y del compartir”, agregó.
Expresó que el año pasado participó del programa provincial de Fomento a las Industrias Culturales. En esa instancia, “presenté el trabajo que vengo haciendo hace 31 años con títeres y arte. Me becaron y ese dinero pude utilizar para insumos, para colocar el piso y comprar las sillas. Fue el complemento físico de mi espacio, y lo devolví con trabajo solidario en la comunidad. Al estar registrada en la provincia como trabajadora cultural independiente y tener este espacio, el año pasado fui becaria de la diplomatura de Gestión Cultural, en la sede Puerto Rico. Fue un mimo al alma, como para que uno pueda seguir trabajando y ayudando a la comunidad”.
En los títeres incursionó de forma paralela a su carrera. “Cuando me recibí, en el 90, hice un taller con referentes de la Escuela de Títeres de Puerto Rico en el Profesorado para la Enseñanza Primaria de Jardín América. Estaba haciendo una suplencia de artística en la Escuela de Comercio Nº2, y fui a hacer el curso para aprender algo más para mis alumnos. Ahí me enamoré de los títeres. Mi maestra formadora, Cecilia Alarcón, daba clases los viernes y me preparó durante un año. Después, la municipalidad me ofreció trabajar ad honorem por el término de doce meses. La directora de la Escuela de Comercio, Ana Tagniani, me ofreció horas cátedra. Con el tiempo, con el profesor Horacio Bareiro, que daba folclore –yo daba títeres- presentamos el proyecto al Consejo de Educación”, relató quien es directora del Centro de Educación Artística (CEA) Nº 1310.
Nacida en Jardín América, aseguró que es una “agradecida a Dios, a la Virgen, a la vida; a mis padres, Clara y Ernesto, que me hicieron estudiar y a toda la comunidad, que en todo este tiempo, 32 años de servicio, me acompañó en todos los sentidos: emocionalmente y con insumos para que niños, adolescentes y adultos pudieran acceder al arte en forma gratuita en la escuela y en mi taller, por una cifra módica. “La idea es hacer llegar el arte, porque siempre lucho por un arte sin fronteras”, concluyó.