Diez distritos argentinos comenzaron hoy el ciclo lectivo, que en Misiones se iniciará recién el miércoles 1 de marzo. Entre medio, la agenda escolar tiene marcado en rojo -o debería hacerlo- la noche del martes 28 (en el caso de los diez distritos mencionados sería en realidad la pasada madrugada), cuando comience la “previa” del llamado “UPD” o Último Primer Día.
Ese fenómeno, en el que los adolescentes celebran el inicio de su último año del nivel secundario, irrumpió por sorpresa hace unos años pero se ha instalado con tanta fuerza que ya no puede pasar desapercibido y exige una actitud proactiva y reflexiva de parte de los adultos, tanto docentes como autoridades y sobre todo padres.
En el UPD, los estudiantes por lo general se abastecen de grandes cantidades de alcohol y, luego de pasar toda la noche en casas particulares, van a sus escuelas extenuados y muchas veces borrachos.
Materia de otro debate será por qué la concepción de un festejo va asociada ineludiblemente al consumo de alcohol y otras sustancias problemáticas, aunque lo cierto es que viene ocurriendo así desde tiempo casi inmemorial, con o sin UPD.
También resulta estéril hoy condenar lo inadecuado o desenfocado de arrancar el curso en esas condiciones por parte de la mayoría de los estudiantes de último año, lo mismo que parece condenado al fracaso discutir formas de erradicar esta práctica.
Lo cierto es que la “tradición” del “Último Primer Día” parece haberse instalado para quedarse, y al entorno de los jóvenes y a las comunidades educativas no les va a quedar otra que resignarse, lidiar con ella y en todo caso aplicar un “control de daños”, es decir, prevenir desórdenes o situaciones perjudiciales para los propios adolescentes y que las celebraciones no terminen en hechos lamentables.
En ese contexto, conviene idear en estrategias preventivas, sin prohibir la práctica “indeseada”, sino promoviendo otras más saludables que los adolescentes puedan incorporar como propias.