El amor propio crece lento, pero a paso seguro cuando aprendemos a valorar cada movimiento que hacemos, habitando el cuerpo que tenemos, conscientes de cada centímetro de suelo que tocan nuestras plantas de los pies hasta el aire y las ideas que dan vueltas alrededor de la cima de nuestra cabeza; pasando vértebra por vértebra como con una cinta de luz blanca existente, residiendo dentro nuestro, estirándonos hacia arriba tanto como un Palo Rosa de la Mata Atlántica, de la Selva Paranaense.
Alto, centenario, seguro de su estructura que da justo lo que necesitamos para crecer genuinamente (amor propio).
El Palo Rosa (AspidospermapolyneuronMuell. Arg.) es un árbol siempre verde, gigantesco, uno de los más altos y grandes de la Selva del Paraná, pudiendo llegar a 40 metros de altura. Su copa es densa y redondeada con ramas tortuosas, de corteza áspera, grisácea y por dentro, al rasparse, rosado intenso.
Las hojas son simples, de bordes enteros, de ápice romo (sin punta ni filo), oblanceoladas, alternas y de color verde oscuro.
La inflorescencia se da en racimos axilares, con flores tubulares, amarillo-blanquecinas y el fruto es un folículo oblongo castaño con puntos blancos.
Las semillas son numerosas, aplanadas pero rodeadas de un ala para volar más allá del árbol madre. Es natural volar más allá del árbol madre.
Se desarrolla y habita en suelos profundos. De otra manera, ¿cómo podría sostenerse en tan alto andar? Es que se trata de un árbol del estrato emergente, sobresaliendo de la bóveda forestal. Y a veces, pocas veces, desarrolla en densos rodales que cubren extensas áreas.
De acuerdo con la teoría de campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, si la especie humana contiene a todas las demás, cuando alguna de ellas corre peligro como es el caso del Palo Rosa, también corre peligro nuestra integridad. Vívidamente el amor propio y el desarrollo con seguridad es un bien, una aptitud y un valor difícil de encontrar; sin embargo, ahí están algunos cientos de Palos Rosas creciendo, protegidos por Ley en nuestra Misiones profunda y fatal.
Amor propio, sin pasar al egoísmo, sin caer en la soberbia o exceso de humildad, amor propio para vivir en paz.