Dos de cada tres argentinos de entre 18 y 29 años se iría del país si tuviera los recursos económicos para hacerlo. Esa es la dramática estadística que surge de un estudio del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Escapar de la crisis a costa de dejar todo atrás: como en un deja vu, una pesadilla cíclica que se repite prácticamente una vez por generación, parece que otra vez (y van..) la única salida que ven los jóvenes es Ezeiza.
En la memoria colectiva persiste el recuerdo de la “fuga de cerebros”: la decisión de profesionales altamente calificados de emigrar en momentos críticos como la dictadura militar de Juan Carlos Onganía (1966-1970) o el estallido social de la crisis del 2001; pero, si bien es cierto que muchos de esos “cerebros” fueron volviendo cuando las cosas mejoraron, también lo es que la “canilla” hacia el exterior nunca llegó a cerrarse y el “goteo” se siguió produciendo con freno pero sin pausa.
El informe del Observatorio de la UBA, que cifra en 68% el porcentaje de jóvenes a los que les gustaría abandonar Argentina cuanto antes, fue realizado en el Área Metropolitana de Buenos Aires y otros cinco grandes centros urbanos del país, donde acaso golpean más en la franja consultada el desempleo, la precariedad laboral y los salarios “basura”. Por eso los principales argumentos para irse son la insatisfacción con la coyuntura económica y la resignación a que “el país no podrá salir de su decadencia por muchos años”.
“Los jóvenes perciben que sus padres vivieron peor que sus abuelos, y que ellos van a vivir peor que sus padres: se acabó la movilidad social ascendente en Argentina”, es la conclusión del psicólogo y director del Observatorio, Gustavo González, quien incluso ya puso nombre a esa sensación: la “visión del futuro quebrado”.
Un país donde se puede ser pobre incluso con un trabajo fijo, en blanco y de remuneración media no puede seducir a nadie, y menos a quienes tienen buena parte de su futuro por delante.