La política, se ha dicho y escrito, vale más por lo que insinúa que por lo que consigue. Sólo ello puede explicar que dirigentes que encabezaron fenomenales fracasos sigan siendo electos o tengan margen de aceptación social. Al fin y al cabo, desde hace varias elecciones en Argentina nos dedicamos a optar entre lo que consideramos menos peor y eso es lo que subyace al final de cada convocatoria a las urnas. Con todo, el trayecto que desemboca en los comicios de octubre próximo está repleto de incongruencias y sinsentidos… nada a lo que no estemos acostumbrados, bah. Pero es llamativa la cantidad de veces en las que la dirigencia viene incurriendo en esas paradojas en los últimos meses. La respuesta tiene nombre y apellido y es una paradoja en sí misma: Javier Milei.
Encumbrado hoy en un formato que saca provecho de la desconexión entre la dirigencia y la calle, el liberal lidera una suerte de religión política mientras contagia con éxito su apatía hacia los partidos tradicionales. La apatía en cuestión, convengamos, ya nos pertenecía desde antes de Milei, pero no fue sino hasta su irrupción que notamos nuestro propio hastío en uno de ellos.
Milei acierta en el crítico diagnóstico, pero oculta la forma de resolverlo. Dolarización, amplio recorte del Estado, privatizaciones y otros conceptos forman parte de su discurso, pero ninguno de ellos, sin embargo, viene con contexto.
En un país con 45% de pobreza, aplicar esas medidas de buenas y primeras significaría enviar a la pobreza a por lo menos un 20% más ¿Es viable o gobernable un país con 65% de pobreza e indigencia? Pareciera que sin contexto vale decir cualquier cosa. Al fin y al cabo qué importa, si lo que la mayoría quiere escuchar es lo “miserable que es la casta política”. Ese proceso se denomina sesgo de confirmación y consiste en buscar, favorecer e interpretar la información que confirma las propias creencias. Y he ahí otra paradoja de la paradoja. En Llao Llao, donde varios precandidatos se exhibieron ante el poder económico, no hubo alusiones a la casta y su miserabilidad. Entonces el formato es claro, hay un discurso para los votantes y otro para los que toman decisiones, hay una distancia entre lo que se propone y lo que se hace. Nada que no hayamos visto y sufrido hasta hoy, pero lo que cambia es la forma de “vender el producto”.
De hecho, fuimos viendo a diario cómo varios de los que componen la “casta miserable ” a la que se refería y se refiere Milei en sus presentaciones públicas fueron acercando posiciones con él y cómo fue cambiando su apreciación personal sobre ellos a punto de imaginarse juntos en fórmulas pensando en octubre. Es cierto, la miserabilidad que conlleva la sola búsqueda del poder está a la vista.