Amelia del Valle “Teté” Lacroix es coreógrafa, bailarina, maestra de la danza misionera, fundadora y directora de la Escuela de Danzas “Ecos de Tradición”, que en breve cumplirá 41 años de vigencia. En este tiempo, vio pasar por sus aulas a miles de alumnos que la recuerdan y la estiman.
Nació en Alvear, Corrientes, pero desde muy chica, se trasladó a Posadas con su familia, porque su padre, José Narciso Lacroix, era empleado del Tribunal de Cuentas.
Tanto ella como a su hermana, Milda, gustaban de la danza, por lo que empezaron a estudiar en la Escuela Municipal de Danzas, bajo la dirección de María Luisa Alonso de Zambrano. Siguieron la carrera y se recibieron de profesoras. Mientras su hermana se limitó a “colgar el título”, “Teté” continuó estudiando y tuvo la posibilidad de viajar a Buenos Aires para ser parte de la Escuela Argentina de Declamación y Danzas. El ofrecimiento llegó de parte de la directora de la Zona Posadas de esa institución, Gladys Peruch de Krebs, “así que fui a rendir el último examen y obtuve el título de Profesora Nacional de Danzas. Volví a Posadas siguiendo estudios, pero ya como bailarina”.
Pasaron los años y se organizó una presentación muy grande en el Auditórium del Instituto Montoya. Participaba el grupo de Zambrano y otro, de Ermelinda “Chiquita” Aranda de Odonetto, entre cuyos bailarines había rivalidades.
“Les faltaba una integrante y me preguntaron si quería bailar con ellos. Accedí, fui a los ensayos y salió un hermoso espectáculo, pero, al finalizar, aseguraron que esa era la última actuación y comunicaron la decisión y las causas a la profesora. Luego, me pidieron que fuera su guía. Formamos un grupo y conseguimos espacio para los ensayos en la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos de la República Argentina (FOETRA), por calle Junín”, comentó.
Seguían bailando y actuando, hasta que uno de los profesores dijo: “Es muy lindo lo que estamos haciendo, pero no estamos dejando un semillero”. Fue entonces que “me ofrecieron iniciar la enseñanza de la danza. Respondí que sí, pero que sola no me animaba. Irene Brítez se ofreció a acompañarme en este desafío”.
Empezaron a buscar un nombre para la Escuela y a la misma “Teté” se le ocurrió “Ecos de Tradición” porque “quería que se reviva todo nuestro pasado, que fuera tradicional, tal como se bailaban las danzas en épocas antiguas, sin deformaciones, sin arreglos coreográficos, respetando la idiosincrasia de cada danza”.
“Tengo un equipo de profesores extraordinarios: en Casa Central, Emilia López e Iván Giménez. En Miguel Lanús, Oscar Barreto. En Candelaria, Gastón Barrios. En San José, Marcela Leguizamón y, en San Ignacio, César Acuña y Rosario Haurech”.
Los primeros alumnos fueron los hijos de los integrantes del sindicato y, despacito, se fueron sumando otros. Al año, Irene Brítez le confió que no seguía, entonces se sumó el profesor Rubén Sosa. “Nos pusimos de acuerdo, buscamos regularizar el nombre, efectuar los trámites de inscripción en Buenos Aires, porque los comienzos de toda institución son difíciles. Así empezamos con ‘Ecos de Tradición’”, recordó.
La cantidad de participantes no colmaba las expectativas al punto que “Teté” dijo a Sosa: “Soñaba con muchos alumnos y mira lo poquito que tenemos. Con ímpetu, empezamos a hacer propaganda en las escuelas, en los medios de difusión, que nos ayudaron muchísimo, gracias a periodistas como Carlitos Lezcano, Carlos Gómez, Alejandro Miravet. Mediante eso comenzó a aumentar el número de alumnos y nos tuvimos que cambiar de salón porque nos quedaba chico. Nos fuimos al Club Tokio. Fue una época hermosa en la que hasta los basquetbolistas venían y se enganchaban”.
Pero llegó un momento en el que “ya no se podía convivir con el bochinche que se provocaba entre las dos disciplinas, ensayando al mismo tiempo, en la cancha y en el salón. Así no se podía trabajar. Nos fuimos a Coronel Álvarez y Troazzi donde alquilamos una casa antigua y cobrábamos una cuota muy elemental, básica, para que los chicos puedan asistir”.
Es que toda la vida Lacroix fue partidaria que las clases de folclore deberían gratuitas, pero, “lamentablemente, no es algo viable en estos tiempos porque la danza es trabajo. Al menos la nuestra, que reúne todos los requisitos, libreta, y es mucho gasto”. En ese espacio, profesores y alumnos vivieron años “divinos”.
El semillero comenzó a multiplicarse, la concurrencia era impresionante. Por la tarde, abrían los enormes ventanales de la casona y la gente traía sillones, armaba su mate y se sentaba a mirar los ensayos desde la vereda.
Más adelante, se formó la primera Asociación Cooperadora de la Escuela, con personería jurídica, que, al decir de “Teté”, “trabajó muchísimo. Para lo que yo necesitaba, estaban predispuestos”.
“Tuvimos la suerte de recorrer casi toda la Argentina, a veces en dos oportunidades al año viajábamos a congresos de folclore para seguir aprendiendo. Conocimos a Juan de los Santos Amores, que nos invitó a su casa, y albergó por una semana a un grupo de bailarines. Sigo aprendiendo, porque el folclore sigue evolucionando. Fui reacia al cambio que incorpora la estilización, el contemporáneo, pero, finalmente, tuvimos que aggiornarnos, gracias a dos profesores excelentes”, comentó la profesora, que destacó el trabajo del grupo de padres que “realizan la venta de rifas y otras actividades para poder solventar todos los gastos, porque de otra manera es imposible”.
La escuela a la propia casa
La Escuela debió abandonar el edificio de Coronel Álvarez y Troazzi a raíz del considerable aumento en el precio del alquiler. Había fallecido José Narciso Lacroix, el papá y compañero de vida de “Teté” -ya que su madre, Ema Amelia Silva, había partido cuando ella tenía apenas 16 años-, dejando vacía la vivienda de grandes dimensiones en el barrio Belgrano.
La profesora confió que, aún de grande, seguía siendo su malcriada. Y que siempre le decía: “Hija, mi sueño es que tengas la escuela de danza en esta casa, mientras proyectaba la forma de hacer un edificio en la parte de atrás, porque el terreno era extenso. Tras su muerte, mi hermana -Milda Lacroix de Sosa, a quien estoy profundamente agradecida- sugirió que usara la vivienda para la Escuela de Danzas. Era realmente una felicidad estar ahí, porque se cumplió el sueño de papá. Ahora, guardamos gratos recuerdos porque él se sentaba en el patio a mirar cuando se ensayaba”, rememoró con nostalgia.
Se organizaron de tal manera que el garage fue acondicionado para la parte práctica del taller de danzas y los dormitorios hacían de salón de teóricos, vestuario, sanitarios. “Era toda la casa para nosotros. Había placares de punta a punta y los chicos podían dejar todos sus trajes. Cortábamos la calle y hacíamos los festivales. Era impresionante la cantidad de gente que iba a vernos. Fueron realmente épocas doradas. Teníamos el apoyo de la intendencia, estaba Osvaldo “Negro” Torres, que le encantaba el folclore. Estuvimos muy bien, felices, viajando, porque seguía la cooperadora con nosotros”, alegó.
Después, la Escuela se hizo amiga del Ejército Argentino, al punto que montaron juntos un espectáculo. “Era uno muy grande donde recreamos la historia de esa institución a través de la música y de la danza. Fue maravilloso. Se hizo en Apóstoles y en el auditórium del Montoya. La organización estuvo a cargo del teniente coronel Hugo Areco, al que nunca voy a olvidar porque era uno más de Ecos de Tradición. En las tardes de ensayo venía y se quedaba con nosotros, tomando mate. Los chicos sentían alegría porque una autoridad se esmere y preocupe por nosotros, lo que resulta difícil últimamente”.
A raíz de eso, siempre subraya que el folclore “es la savia de la Patria y en él se funda la cultura nacional. Cada chico tiene que tener incorporado ese amor por nuestras tradiciones porque sin darnos cuenta todos los días estamos haciendo tradiciones (festejo de la Pascua, Navidad, Año Nuevo)”.
A Italia, sin escalas
Tanto luchó para que el folclore surgiera, hasta que sucedió, y en 1993 la designaron Representante Cultural Argentina en el Festival Internacional de Folclore, en Italia, por resolución de la Secretaría de Cultura de la Nación, y con el apoyo del entonces senador César Humada, que hizo un aporte económico para pagar los pasajes.
Armó una delegación grande con ocho parejas de baile, diez músicos y el traductor, bajo su responsabilidad y la de Rubén Sosa, que ante tamaño compromiso, le cuestionaba: “¿Vamos a asumirlo?, ¿Estás segura?”. Sin muchas explicaciones, “ensayábamos y ensayábamos. Los iban a ejercitarse al anfiteatro y subían las escaleras como si tuvieran plumas en los pies. Conseguimos auspiciantes en las localidades del interior de Misiones donde teníamos filiales (San José, San Ignacio, Candelaria y Apóstoles), y ‘Chela’ Mazza llamó para ofrecer su ayuda desde la Agencia de Turismo, ofreciéndonos los pasajes en comodísimas cuotas”.
A pesar que desde el momento que llegaran a Roma tenían todo gratis y disponían de un viático de un dólar por cada bailarín y músico, hicieron venta de locro, pastelitos, trabajando sábados y domingos, para juntar más fondos, además de los dólares que le facilitaron los padres. Y ser previsores, valió la pena. Fuera de todo pronóstico, una de las primeras bailarinas del grupo se descompuso y tuvieron que internarla. “Me pidieron autorización para someterla a una cirugía a causa de una peritonitis. Lograron recuperarla, y estuvo internada dos días. Fue una responsabilidad muy grande, pero era otra generación. Había respeto, disciplina, y yo era sagrada”, contó.
Tuvieron la dicha que Santiago “El Chúcaro” Ayala y Norma Viola aceptaran ser padrinos de “Ecos de Tradición”. Aseguró que “fue una tremenda alegría, hicimos un espectáculo maravilloso en el Montoya donde aceptaron el padrinazgo. Y se quedaron varios días conociendo y compartiendo”.
Permanecieron en Europa por poco más de un mes en un encuentro que no tenía carácter competitivo, pero donde resultaron premiados por el Consejo Internacional de Organizaciones de Festivales de Folclore y de las Artes Tradicionales (CIOFF), que es la entidad más grande en materia folclórica a nivel mundial, y depende de la UNESCO.
“Son sumamente estrictos en cuanto a la disciplina y a todo lo que se haga. Los integrantes de todos los países que fueron, nos custodiaban. Iban detrás, viendo nuestro desenvolvimiento, por ejemplo, en el supermercado o cuando íbamos a comer algo. El cierre se hizo en la Isla de Sicilia. Ese último día, cuando ya todos los chicos estaban llorando, en esa despedida después de un mes de convivencia, recibiendo el cariño de los martinicanos, los mexicanos, los de Bielorrusia, los locutores anunciaron que la copa a la mejor delegación del mundo llevaba Argentina, y nosotros éramos los únicos representantes del país”, señaló, mientras estalló en llanto de emoción.
En medio del bullicio, “Teté” no escuchaba el anuncio, y los chicos le gritaban: “profe, la están llamando” pero “como mi traductor no estaba cerca, no quería meter la pata. Eduardo Sosa vino corriendo y tomándome del brazo me acercó al escenario. Me entregaron la copa, que la tengo guardada en casa. Fue una cosa muy emocionante por el cariño que nos ganamos de todos los otros países. Sacamos el puntaje más alto –que era cinco- en cada uno de los cinco rubros”.
Los siguieron invitando en los años sucesivos pero la situación económica impidió el regreso, a pesar de haber tirado muchas monedas a la Fontana Di Trevi. “Me hice amiga del delegado del CIOFF en la zona de Italia, Leonardo de Agustino y otro integrante de la Comisión, Antonio Notaro, italiano los dos, que me dijeron: ‘sabemos por la situación económica por la que está atravesando la Argentina así que te ofrecemos pagarte la mitad de los pasajes’, pero lamentablemente no pudimos contar con el apoyo oficial para volver. Los padres estaban atentos a lo que decidía, pero analicé y era un riesgo porque la situación se presentaba muy fea”, lamentó.
En Italia no permitían música enlatada, debía ser en vivo, por lo que se formó la Orquesta de “Ecos de Tradición” con “Los tres del río, el maestro Ricardo Ojeda –como director-, Pinucho Fiorino, Miguel Gutiérrez y el director de la Banda Municipal, Abel Pérez”. La cantante de la delegación fue Patricia Gaona, que para el último día se estudió el tema italiano Calabrisella. Miles y miles de personas la ovacionaron en ese espectáculo. Tuvimos que salir con custodia de los carabinieri porque la gente se enloquecía, nos querían tocar, y nosotros no estábamos acostumbrados. Vivimos experiencias hermosas”, aseguró.
Entiende que el viaje a Italia fue una de las cosas más fuertes que le pasó al grupo. Después llevaron la danza a Paraguay, a Bolivia y a Brasil, en muchísimas oportunidades.
Según “Teté”, fueron muchísimas cosas las que pasaron en estos 41 años de permanencia que, “si me pongo a escribir un libro, no voy a terminar de tantas anécdotas. Pasamos cosas hermosas, también tristes, porque se nos fue gente muy querida como el locutor oficial de toda la vida, Aramis Orellano, también presentador y recitador de la Orquesta Folclórica de la provincia. También Jovita del Valle, Carlitos Gómez y Ricardo Odziomek, que ya nos abandonaron. Hace unos años tenemos como presentadores a Roberto “Toti” De Lima y a Jorque “Coqui” Aquino, que trabajan de corazón. Jamás cobran, y dan lo mejor de sí. La mayoría de los músicos distinguidos de Posadas nunca quiso cobrar por colaborar en los festivales, así que también para ellos va mi eterno agradecimiento”.
Sin descanso, pero con pasión
Ese viaje al viejo continente se produjo en agosto o septiembre, y para fines de octubre o primeros días de noviembre estaban invitados a viajar Neuquén. “Nunca voy a olvidar que la secretaria de la Cooperadora, Esther Alegre, fallecida, cuyos hijos eran mis alumnos, me dijo: te doy la palabra que van a viajar, cuando yo sabía que no había plata. Hicimos la reunión y a los dos días nos comunicó que nos dieron un auspicio para pagar el colectivo de la empresa de Quique Horianski, un hombre muy querido, que nos ayudó tanto, haciéndonos precio en todo, siempre”.
Contó que “Quique” era uno más del grupo. A uno de los congresos de folclore viajaron con la combi “la cucaracha” que él mismo condujo. “En la fiesta de gala mis bailarines se ponían smoking y las chicas, vestidos largos. Sobraba un smoking y me dijo: no se preocupe profe que yo también me visto. Llegó el momento en que tenían que bailar con las otras delegaciones y mientras cenábamos, me pateaba por debajo de la mesa y decía: qué hago, no sé bailar y las chicas me están sacando. No sé, copiales, hacé algo, hasta que se ingenió para pasar desapercibido Nos moríamos de risa. Era tal el cariño que nos teníamos al igual que con los locutores”. Con otro chofer pasó que un día antes de actuar, estaban ensayando el cuadro “La diablada”, que trataba sobre la rivalidad entre el bien y el mal, y faltaba alguien que hiciera de cura. “Pregunté si se animaba y no dudó en ponerse a bailar, hizo todo muy bien, pero cuando terminó se desmayó de los nervios”.
Mutipremiada
Se define como “una agradecida a la vida” que, en todo este tiempo, en esta trayectoria, recibió distinciones como el premio “Hacedores”, otorgado en el Parque del Conocimiento. También en Oberá, de mano de un grupo de Escuelas de Danza que dependen de la Municipalidad; y de la Academia de la Danza a nivel internacional, entre otros tantos. Para ella “son cosas que te alegran el alma. Pasé bien, pasé feliz, con altibajos. Tristezas, como la muerte de alumnos, que te calan hondo, pero seguimos adelante, sin bajar los brazos”.
A pesar de todo tiene esperanzas que “si existen personas que nos apoyan, que están a nuestro lado para solventarnos, darnos una mano, va a seguir creciendo nuestro folclore. Es muy difícil, pero se puede”.