En tiempos como los actuales, nublados por la crisis y la incertidumbre propias de un año con muchas votaciones, a quienes no formamos parte de los gobiernos o del poder nos gusta creer (o al menos nos aseguraron que así era) que allí todo está medido, calculado y previsto y que simplemente se ajustan detalles para que el sistema se salga lo menos posible de lo proyectado.
La tranquilidad que intentamos autotransmitirnos a través de esa fuerte y reveladora ingenuidad permite que el mecanismo perdure, aunque cada vez en menor proporción.
Y es que de un tiempo a esta parte los argentinos comprendimos a fuerza de crisis y varapalos que el grueso de nuestra dirigencia actúa más por visceralidad que por tecnicismos y que, por ende, la realidad ya poco y nada tiene que ver con lo que nos intentan proyectar a través de sus plataformas de campaña y sus programas de gobierno.
Ejemplos sobran por donde se mire y quizás sea la economía el argumento actual más contundente para afirmarlo.
Ayer, por caso, el INDEC dio a conocer el costo de las canastas (Básica y Alimentaria) volviendo a dejar en claro que 2023, último año de esta gestión, cerrará en crisis como cerró 2019, cuando la entonces oposición le arrebató el poder al entonces oficialismo que había caído en descrédito por no ceñirse a lo prometido.
Otro fuerte ejemplo de la visceralidad distanciada de lo necesariamente técnico es el cierre de listas (uno de los pocos ítems que la dirigencia cumple a rajatabla y sin grietas) que acontece por estos días y que tiene como fecha límite este sábado 24 de junio.
Lejos de cualquier previsión y seguridad para ellos y para nosotros, prevalecen a la vista de todos los enredos, las roscas y las negociaciones, con pases de último momento y pasadas de factura, decisiones que, al fin y al cabo, tendrán fuertes efectos en la sociedad, en la actualidad y en el futuro.