El obispo emérito de Posadas, Jorge Kemerer, considerado una figura emblemática de la Iglesia católica en la región, falleció el 26 de junio de 1998, a los 89 años, tras una larga agonía que lo mantuvo en un profundo estado de coma en los últimos días de las casi dos semanas que permaneció internado tras el agravamiento de un afección coronaria y respiratoria.
Kemerer nació el 13 de septiembre de 1908 en San Rafael (Entre Ríos), en el seno de una familia con 14 hijos. A los 12 años ingresó al Colegio de los Padres del Verbo Divino en Buenos Aires y a los 18 comenzó el noviciado, cursando estudios de Humanidades y Filosofía.
El 30 de octubre de 1932 fue ordenado sacerdote en Roma (Italia) y su primera misa la dijo en su ciudad natal, pero su primer destino lo tuvo como cura teniente en la Parroquia de Posadas. Aquí mismo fue nombrado en 1937 primer director del Colegio San Miguel (el actual Instituto Roque González).
En 1957 fue nombrado por el papa Pío XII como primer Obispo de la Diócesis de Posadas, cargo que ejerció durante tres décadas, hasta que en 1987 se retiró y dejó paso a su sucesor, Carmelo Giaquinta. Poco antes, ese mismo año, fue el encargado de consagrar a Joaquín Piña como primer Obispo de Iguazú.
En su memoria, rescatamos aquí una nota publicada por Olga Zamboni en “Domingo Misionero” en septiembre de 1982:
“Todo el que pretenda escribir una historia de la educación y la cultura de Misiones no podrá dejar de
mencionar la acción de Monseñor Jorge Kemerer desde el momento mismo de su llegada a esta provincia, allá por el año 1934, coincidentemente con la fecha en que fueron beatificados el P. Roque González de Santa Cruz y sus dos compañeros mártires del Caaró.
Los hechos están a la vista: instituciones educativas de todos los niveles; algunos colegios secundarios, como al Instituto Politécnico Arnoldo Janssen ofrecen a los jóvenes una especialización adaptada a las características regionales; la Escuela Taller para No Videntes, única en su género, cumple con una función social inapreciable; el ISPARM, primer establecimiento de formación de profesores de Misiones, creado por su iniciativa en 1960 ha venido nutriendo con personal idóneo nuestros colegios del nivel medio.
Estas obras, cuya enumeración consideramos innecesaria por conocida, están sustentadas por una “filosofía cristiana” de la educación, reiteradamente expresada en la palabra del Obispo, en una total coherencia a lo largo de estos años.
Así, en 1959, en mensaje destinado a los educadores de colegios católicos, hace suyos los conceptos del entonces Pontífice Pío XII para llamar la atención sobre una “educación moderna completa”, que no debe limitarse a la “simple instrucción” o a la “sola afirmación religiosa”, sino la apertura a todos los aspectos integradores de lo humano (educación social, cívico-política, física) y a una dinámica educativa
de diálogo y arraigo al medio. El ideal pedagógico de “que nuestras aulas sean fuente de convergencia, valoración y respeto de las diferencias étnicas, culturales, políticas, religiosas, sociales y económicas como camino a la superación de las barreras que hoy dividen a los hombres” (Mensaje al ISPARM, iniciación al año lectivo de 1975).
La clara visión del papel que debe cumplir la educación y la institución educativa en los tiempos actuales, en que se hacen notar como nunca las necesidades espirituales de los hombres, su búsqueda de horizontes más trascendentes que los que le ofrece una sociedad materializada y mercantilista, todo esto nos permite ver en Monseñor Kemerer un verdadero “guía de la comunidad”. Espíritu de avanzada; sus ojos avizoran inquietos el futuro, pero antes se han detenido en profunda mirada en el pasado histórico cultural de Misiones para mejor afirmarlo a aquél.
En 1966, con motivo de la terminación de las actividades docentes de ese año, hablaba a los profesores del Instituto de un “nuevo humanismo” surgente, que habrá de asegurar “el equilibrio del hombre intelectual y del hombre afectivo, de los individuos y los pueblos” y del modo de contribución por parte de los que creemos en ello: poner “manos a la obra” con urgencia y no esperar que “el cambio venga de arriba hacia abajo”.
“Llegó el momento -agrega- de superar en nuestro estilo de vida y en nuestra orientación pedagógica el individualismo, el intelectualismo, el liberalismo europeo del siglo XIX”.
En ocasión de recibir -en su jubileo episcopal- el título de “profesor honorario” de la Universidad Nacional de Misiones, reafirma estos conceptos en su clase magistral ante el claustro de esa casa de estudios: “Confío en ustedes y en el espíritu de sus aulas. Que en ellas se relativicen las pretensiones del cientificismo, de las ideologías, de los dogmatismos y de todo aquello que atenta contra esa exigencia radical de solidaridad que hace a los hombres personas y a las masas pueblo”.
Este nuevo humanismo es esperanza para un futuro no lejano; de ahí su preocupación constante por los jóvenes, a quienes llama en su Pastoral de abril del presente año “promesa del mundo renovado: ese mundo por el que muchos hemos trabajado, luchado, sufrido, amado y creído…”.
Esperanza que se cifra en la acción educadora integral e integradora: “…para que entre nosotros cesen las persecuciones, las diferencias odiosas, los tratos de privilegio, las infidelidades, la interioridad frustrada o burlada, los falsos valores, la desesperación y el abandono, la idolatría del dinero, la búsqueda de status y de determinados puestos sociales o de mayor riqueza material a cualquier precio, la falta de respeto a la persona humana, sea cual sea su condición histórica, geográfica, socio-económica y espiritual o religiosas…”.