Hace unos días retorné de mi silencio para escribirte una carta sobre la felicidad. Es invisible pero grande mi indignación y tristeza por la situación actual, recibí miles de correos de todo el mundo con la respuesta “no soy feliz”.
No es sorpresa: crisis, guerras y heridas a la Madre Tierra; parecen ser las novedades de nuestra época.
Mientras la humanidad se degrada y la mujer, amputada de poder y sensibilidad, en ausencia de esas alas, permanece en una lamentable somnolencia existencial, justificando lo insoportable, entrenada para ser su propio verdugo.
Quiero invitarte a subir las escaleras de la vida, a recuperar tu sensibilidad y desentrañar el misterio de tu paso por la tierra; con el tiempo descubrirás que tienes alas, que los límites son muros con ruedas, que los miedos son tigres de papel y la vida una fiesta de crecimiento y creación. Para ello es preciso despertar.
Despertarse es comenzar a brillar, empezar a ser mujer, empuñar tu sensibilidad y atreverte a sentir y presentir, es entonces que el amanecer de tu vida habrá comenzado; la espada es el amor, el escudo, el humor y la vida, el desconocido arte de vivir.
Comenzamos a vivir recién cuando nos despertamos, es decir la vida de la gente dormida no es vida, es mera supervivencia y en el mejor de los casos, grotesca pantomima.
Cuando la mujer despierta y reconstruye su poder, de la mano de la sensibilidad accede a otros conocimientos que incorporados a la vida diría, devienen en sabiduría.
Permanecer dormida es detener la evolución; resulta sorprendente encontrar mujeres que viven satisfechas con su autoengaño, uniformándose cuando manda la moda y maquillándose con un barniz de felicidad.
Sólo la mujer despierta está completa; no, no se trata de ser perfecta, pero es imprescindible haberse despertado y, a continuación, iniciarse en el aprendizaje del sagrado arte de vivir. (Carta de Chamalú).