La minifalda marca un antes y un después en la moda. El papel de esta prenda como instrumento de liberación femenina la convierte en una forma de poder entender el pasado para lograr una proyección hacia el futuro. El espíritu rebelde de la minifalda la convierte en una pieza que los diseñadores no se cansan de revivir.
Durante la primera mitad del siglo XX, la falda o “pollera” sufrió numerosas transformaciones y, con el pasar de los años, su largo se acortó de manera progresiva. En la década de los años 20, en medio de una era de diversión y hedonismo, casi por primera vez pudimos ver a las mujeres luciendo un placard atrevido y seductor. Sin embargo, todo esto cambió con la llegada de la Segunda Guerra Mundial al final de la siguiente década. Después de años donde la locura y la opulencia reinaron, vinieron el conservadurismo y la austeridad, que inevitablemente se reflejaron en la moda.
Los años 60 llegan para revolucionar tanto el pensamiento como el armario de las mujeres de aquella época. Hasta entonces, el largo de la falda no había rebasado la rodilla. Podríamos decir que no existía una línea clara entre lo que se consideraba juvenil, pero esto estaba por cambiar con una nueva década que traía con ella el deseo de liberación.
La agitación y el manifiesto social trajeron consigo un cambio trascendental en el papel de la mujer, la cual acortaba su falda casi 15 centímetros, se incorporaba a la vida laboral y por primera vez en la historia tenía acceso a la pastilla anticonceptiva, lo cual significaba la máxima liberación.
En aquel momento, la diseñadora Mary Quant abre una boutique en Chelsea donde vendía sus diseños, entre ellos la primera minifalda, en 1964. Esta atrevida invención, usada públicamente por la legendaria Twiggy, causó un escándalo. Pero esas transgresoras faldas se revelaron como una prenda cómoda y versátil, que quedaba bien en todo tipo de cuerpo y liberaba a las mujeres del guardarropa tradicional.
Mientras en el Reino Unido triunfaba Mary Quant con su reconocible estilo fresco y provocador, las pasarelas francesas adoptaron esta pieza por medio de Emanuel Ungaro, Pierre Cardin y André Courréges, donde combinada con botas altas, la demandada minifalda conquistaba adeptas.
El último de ellos, quien alguna vez fue discípulo de Balenciaga, se reclamó como el verdadero y único artífice de la minifalda, tomando a Brigitte Bardot como su musa y convirtiéndola en la abandera de la minifalda.
Poco tardaron el cine y la televisión en proyectar a la minifalda, lo que ayudó a que se colara de manera paulatina a la sociedad en general, para que fue acostumbrando a tan atrevida prenda.
Hoy en día, esta historia se mantiene igual de vigente que en sus inicios. Su relevancia, igual de significativa que en los 60, la convierten a la minifalda en el objeto de deseo para el vestidor de muchas mujeres.
Fuente: Vogue