La comunidad científica volvió a ponerse en alerta respecto a las crecientes amenazas ambientales que enfrentan el planeta y la salud humana debido al escaso cuidado ambiental que tuvimos y, en muchos casos, seguimos teniendo. Es que estudios recientes revelaron que los microplásticos que contaminan el aire, el agua, la tierra y por ende los alimentos, también se filtran en nuestra sangre y llegan a nuestro cerebro.
Los respiramos y también los incorporamos a nuestro organismo a través de la ingesta, y aparentemente lograron atravesar la barrera hematoencefálica de los mamíferos, es decir, la capa de células que actúa como límite para los agentes nocivos al cerebro. Algunas de las moléculas penetran las neuronas, con graves consecuencias patológicas.
¿Cómo nos afecta esto en el corto y mediano plazo? Entre los efectos que más preocupan se encuentra el desarrollo en la etapa prenatal, provocando alteraciones en la sociabilidad durante la vida de los ratones, único animal en el que se ha estudiado el fenómeno pero que eventualmente podría extrapolarse.
Otras investigaciones demostraron que también afectan de manera negativa a las neuronas que secretan la hormona vasopresina, produciendo hiperactividad, ansiedad e inhibición en la búsqueda de pareja.
Se estima que el peso total del plástico alojado en los océanos superará al de los peces existentes para el año 2050. Y a más plástico, menos oxígeno, con todo lo que eso implica. ¿Y qué hacemos al respecto?
Es obvio que debemos limitar el consumo de plástico. Pero cuesta tomar conciencia de sus efectos negativos, o al menos de la relación ganancia-pérdida de su uso: nos resulta más cómodo o más “económico” hoy recurrir a él, sin pensar en los daños que provocan tanto en el planeta como en nuestro propio organismo y en lo “caro” que lo podemos pagar, mucho más temprano que tarde.
Mientras los posibles desastres ambientales se planteen mayoritariamente como algo que les afecta a otros (en países lejanos o en generaciones futuras), será difícil que la “masa crítica” modifique sus hábitos. Es un problema de los Gobiernos, de los individuos y también de los académicos y científicos, que aún no logran hacerse entender con suficiente claridad.