Junto a la recreación de un puesto de estancia jesuítico-guaraní de San Juan Bautista emerge una colección de árboles nativos, mandiocas y un yerbal histórico. Es en ese entorno con tanta mística ancestral, que el Instituto Gentilini promovió y puso en marcha, el floreciente proyecto de recreación del huerto jesuítico-guaraní.
Este año ya se cumplieron seis años de acciones con muy buenos los resultados, lo cual corona de satisfacción a sus impulsores.
“Lo más interesante fue poder recuperar y replicar el trabajo que hacían los guaraníes de unir los cultivos de maíz, el poroto y el zapallo en una producción articulada, dejándonos un legado ancestral”, dijo a Eco&Agro el hermano salesiano del Instituto Gentilini, Agustín Borzi, encargado del proyecto huerto.
Pero él no está solo en la labor, ya que además de los alumnos que prestan su esfuerzo cotidiano para la tarea de campo, también están muy involucrados los profesores de segundo y tercer año, Marcelo Yakowek y Hugo da Silva; la ingeniera agrónoma Angelina Fediuk, la rectora Graciela Osipluk y el coordinador de prácticas, David Legal.
Sobre el aporte que dejaron los aborígenes respecto del trabajo en la huerta, dijo Borzi: “La ciencia hoy les da la razón, resulta que se probó la forma en la que ellos hacían estas tareas porque el poroto le da el nitrógeno al maíz para que crezca, mientras que lo usa para crecer y sustentarse y a la vez, el zapallo más abajo da sombra necesaria y mantiene la humedad del suelo”, destacó. Y agregó: “Se trata de una técnica agraria de los guaraníes que los jesuitas toman y promueven su desarrollo en los huertos de las reducciones. Con la mandioca también hacen algo interesante por las más de 20 variedades que nos dejaron”.
Además de todo lo bueno que tiene de por sí, los conocimientos se siguen impartiendo porque forma parte de la currícula de los alumnos del Gentilini, quienes, aprender en segundo año todo lo referido a los cultivos anuales.
“La preeminencia que tuvo la actividad agrícola en las reducciones convirtió a los huertos en un imprescindible recurso ante la necesidad de explorar, conocer y experimentar con la reproducción, ambientación y técnicas de cultivos de las especies indígenas y las europeas”, sintetizó.

En equilibrio
Todas las reducciones jesuíticas poseían un huerto, ubicado generalmente tras la línea de edificación del cementerio, el templo, la residencia y los talleres.
“En clase se imparte además de lo técnico saberes culturales sobre los dos momentos de la tarea agraria de los guaraníes, que estaba en absoluto equilibrio: el Avá Mba’e y el Tupá Mba’e respecto a lo que se cosechaba para sí y lo que era para la comunidad”, finalizó.