“Alguien tiene que hacer este trabajo”. Quien lo dice no es ningún improvisado. Héctor Chavez tiene 63 años y la mitad de su vida lleva trabajando como sepulturero en el Cementerio La Piedad de Posadas. Un oficio que es invisibilizado y, como expresa Héctor, nadie lo quiere hacer por elección.
Es que convivir con la muerte todos los días no es algo para cualquiera. Se requiere de una mentalidad de hierro para afrontar tres, cuatro y, a veces, hasta cinco exhumaciones por día.
“Es un trabajo desagradable, que no nos agrada mucho, pero hay que hacerlo”, destaca el hombre, quien aprovechó su tiempo de descanso para hablar con PRIMERA EDICIÓN.
El sepulturero tiene la labor de enterrar al difunto que llega en el féretro y mantener las tumbas. Pero, muchas veces, también “servimos de psicólogos, dando consejos” a los familiares, contó. Como buen cristiano y que predica la palabra de Dios, Héctor expresa que particularmente “yo trato de superar, hacer lo que a Dios le agrada”. Y también lo aconseja a quienes despiden a un ser querido.
En ese sentido, el trabajador resalta que “lo principal en este trabajo es tener respeto hacia los familiares del difunto. Vienen mal, destruidos, tristes, porque se les va un ser querido. Hay que saber tratarlos, porque algunos se enojan también”, mencionó.
En el Cementerio La Piedad trabajan una veintena de sepultureros, la mayoría de ellos por la mañana. Sin embargo, no es el único trabajo que tienen en el lugar. Mientras uno o dos se dedican -por turnos diarios- a realizar las sepulturas, los demás hacen labores de jardinería, poda, albañilería, arreglos.
Héctor la tiene clara, sabe que tarde o temprano, las personas terminamos siempre en el mismo lugar. Pero, el trabajo diario es el camposanto es agotador, física y mentalmente más que nada.
“Tenemos sentimientos como todos, y a veces, se nos caen las lágrimas cuando nos toca sepultar a un adolescente, a una criatura, a quien sufrió un accidente, a un amigo”. Para él no hay diferencias, cuando se debe partir hacia la eternidad, se parte, aunque sea doloroso afrontarlo.
El sepulturero nos recibe amablemente en un día soleado. Los pájaros trinan y el viento sopla. Es una agradable jornada, llena de vida, en un lugar donde los vivos son menos que los muertos.
Héctor siguió contando cómo es el día a día en su trabajo. A su lado está su hijo, quien se crió “desde chiquito” en el camposanto posadeño y hoy trabaja allí con él. “Viene de familia y la mayoría es así, porque no es fácil que una persona venga de afuera y sea sepulturero. Es muy difícil, tenés que estar acostumbrado a este trabajo”, expresó con seriedad el hombre.
La mirada fija del hombre experimentado no deja dudas a lo que asegura: “Casi nadie entiende si no está en estos lugares, si vos no estás acá y convivís con los muchachos, no vas a entender. Yo te puedo contar mil cosas, pero hay que estar acá”, reiteró.
La familia sobre todo
A punto de cumplir 64 años, Héctor nos da su mirada particular acerca de la vida y la muerte. “En esta vida estamos de paso y Dios tiene el control de las cosas”, menciona el enterrador. “Una persona grande ya se está preparando para partir. Yo que soy cristiano me estoy preparando para partir”, dice, aunque espera vivir varios años más para disfrutar de su pequeña hija.
Y es que los hijos, su esposa, su familia son su gran sostén. “A veces llegamos destruidos a nuestras casas, y nuestra familia absorbe todo también. Normalmente dicen que el problema hay que dejarlo en el portón, pero es difícil nuestra situación. A veces no queda otra que contarlo”, explica.
Pero este trabajo, por más desagradable y duro que sea, “alguien tiene que hacerlo”. Y muchos lo hacen por necesidad, principalmente los jóvenes que recién arrancan en este oficio.
Un nudo en la garganta
Los minutos corren en la soleada mañana, pero a medida que Héctor nos va contando historias, el clima se vuelve más pesado y aparecen las nubes. El cielo se va oscureciendo. Es creer o reventar. Todo como preludio de lo que iba a venir, una historia que nos eriza la piel y nos hace sollozar.
“Un señor tenía esposa y una nena de 5 años, supuestamente le dieron de comer un huevo duro y se le cerró la garganta. El señor en ningún momento nos dejó sepultarla, pedía por favor que no la sepulten”, cuenta Héctor, al parecer sin inmutarse luego de todo lo que presenció.
Pero la mente y el corazón juegan una mala pasada muchas veces y somos superados. “Todos los que estábamos ahí lloramos ese día porque era grandioso lo que el hombre decía, hablaba de la hija. Decía que siempre bailaba junto con su hija y se preguntaba ¿con quién voy a bailar el vals de los 15 años?”, recordó entre lágrimas. “El hombre sepultó a la hija con la mano, no quiso que tiremos tierra”, rememoró.
Secándose los ojos, con sinceridad absoluta, Héctor nos dice que “es un trabajo muy difícil, hay muchas historias que conmueven y solo las personas que trabajan acá saben. Te lastima porque uno también tiene chicos, uno desea que no le pase a nadie eso”, expresó entre sollozos.
Tocados emocionalmente por lo que nos contó Héctor nos fundimos en un abrazo y nos despedimos, con la promesa de visibilizar el trabajo más ingrato, que nadie quiere hacer, pero hay que hacerlo.