Las prácticas y las concepciones acerca de la democracia están en transformación.
La decreciente participación electoral, la desconfianza ciudadana hacia la clase política y hacia las instituciones de la democracia formal así́ como los desafíos de la democracia representativa para asegurar la integración social y la igualdad de oportunidades, han desatado intensos debates.
Paralelamente, en el campo educativo existe una creciente preocupación por las limitaciones del modelo de educación tradicional. Es claro que la memorización pasiva de datos y los cursos de instrucción cívica son insuficientes para formar una ciudadanía crítica, protagónica y solidaria.
En las últimas dos décadas han proliferado experimentos de democracia participativa y de educación ciudadana en diversos ámbitos sociales. Asimismo, ha aumentado la conciencia respecto al potencial que tiene el aprendizaje colectivo en espacios democráticos para promover el bien común y el desarrollo humano, sin embargo parecen insuficientes.
Retomo como marco de referencia dos de los pilares de la educación del Siglo XXI definidos en el informe de la comisión de la UNESCO presidida por Jacques Delors: aprender a aprender y aprender a vivir juntos.
Aprender a aprender implica un esfuerzo de reflexión sobre las propias experiencias de aprendizaje que no pueden desarrollarse sin un acompañamiento escolar. Aprender a vivir juntos, implica vivir experiencias de contacto con lo diferente, experiencias de solidaridad, de respeto, de responsabilidad con respecto al otro, que la sociedad no proporciona naturalmente.
Esta acción urgente y enorme debe ser provocada y nos requiere actuando juntos, requiere a ambas instituciones, familia y escuela.
La tarea educativa debe ser concebida como una tarea de orientación.
En este sentido, la escuela puede cumplir un papel cultural y social significativo si asume un cierto grado de tensión y conflicto con la cultura. Su papel no es adecuarse a la cultura popular empobreciendo los contenidos, sino tomar la tensión y fomentar el valor del esfuerzo para transformar lo que sea necesario, enseñar a pedir de manera asertiva para construir en paz.
No tengamos miedo a los disensos, no tengamos miedo al conflicto, eduquemos para su gestión dialógica, partamos del disenso para llegar al consenso. Solo educando desterraremos la cultura del escrache, de la queja y echar la culpa al otro, que no nos sirve de nada.
De esta manera estaremos contribuyendo en la capacidad de los jóvenes de definir un proyecto de vida, de definir propósitos, de construir lo que sí quieren de manera responsable y constructiva.
La democracia no es solo un proceso electoral. Los ciudadanos tenemos un compromiso y por eso debemos buscar la forma de participar activamente en las decisiones públicas. Aprender a trabajar en equipo, con humildad, admitir errores y seguir adelante de manera honesta.
Para fortalecer la democracia no basta con el ejercicio de la representación política, se requiere de la participación activa y responsable de la ciudadanía ejerciendo la democracia participativa.