Miguel Ernesto De León (77) no tiene raíces francesas, pero lo enamoró la pronunciación, la musicalidad y la dulzura del francés, por lo que se transformó en profesor del idioma y en perito traductor. Es un apasionado, y de eso da testimonio con su vida, que transcurrió entre pupitres y alumnos de distintos establecimientos educacionales y de la Alianza Francesa de Posadas.
Si bien nació en Buenos Aires, su familia era de origen misionero. Su mamá, Magdalena Alvarenga provenía de San Pedro, y papá, José Eduardo De León, de Bernardo de Irigoyen. Ambos se encontraron en Buenos Aires en los años 40, cuando grandes cantidades de provincianos viajaban a la gran urbe en busca de trabajo. “Se encontraron allí, se enamoraron y aparecí yo, seguido por otros seis”: Carlos Alberto, José Eduardo, Luis María, Néstor Raúl, Alicia Isabel y Ricardo Daniel, todos residentes en Posadas.
En un momento, sus padres decidieron regresar e instalarse en Misiones, donde su padre pudo realizar diferentes tareas. “Para mí siempre fue admirable que mi papá siempre estuviera trabajando. O sea, desde ser dependiente de almacén en el Alto Paraná hasta prosecretario de un bloque político cuando, en ese momento, por razones de salud debió dejar de trabajar”, señaló con admiración.
Durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón “empecé a darme cuenta que existía firmemente la cultura del trabajo. Mi padre, mis tíos, los amigos de mi padre, los adultos que constituyen los héroes de cualquier niño, eran hombres que trabajaban, perfectamente bien, con gran orgullo de ser eficientes. Y no había que dudar de la eficiencia de un trabajador, era, más o menos, como dudar de la madre. Podía uno recibir un buen puñetazo si dudara de la capacidad de trabajo de una persona. Jamás me olvidé de ese concepto”, rememoró durante la entrevista con Ko’ape, que transcurrió en la sede de la Alianza Francesa, en calle Rivadavia 1.470 de Posadas.
Vocación cimentada
Contó que cuando tenía once o doce años, la familia se trasladó a Misiones y aquí “aprendí a hablar con la elle y a comer chipa, entre otras cosas. Vinieron los años de la secundaria y es ahí donde descubro el francés. En aquel momento mi profesora era la directora de la Alianza Francesa, que todavía no se encontraba en este lugar. La Alianza había sido fundada en 1953 y funcionaba en casas de familia hasta que en 1964 se logró adquirir esta propiedad. Cuando se compró, era alumno y empecé a venir a aprender aquí”.
Pero ya pronto, en 1966, “empecé a enseñar. La directora influyó mucho en mi vocación, que era una vocación docente desde antes de los 20 años, pero que no estaba muy bien definida. Y ella me proporcionó algunos pequeños trabajos, algunos momentos de reemplazo, y a partir de allí nació el docente”, continuó.
Recordó que, en 1964, visitó la Argentina el general Charles de Gaulle, presidente de Francia y héroe de la Resistencia. “Escucho su discurso en el Congreso y descubro su dicción y la inmensa capacidad de su arte oratorio. Y ahí se produce el segundo flechazo. El primer flechazo había sido cuando descubrí a mi profesora que era francesa y que me trajo a la Alianza. Posteriormente viajé por algunos años. Desde 1984 estoy de vuelta y continúo dando clases. Me apasiona la docencia, y como cuestión accesoria realizo traducciones porque soy perito traductor. Pero puedo definir mi vida de manera muy simple: la enseñanza es mi vida, el aula es mi capilla y la liturgia es la clase. Eso se mantiene firmemente. Eso es un ideal. Por supuesto, se puede desarrollar en mayor o menor medida, a veces las fuerzas no son las mismas que cuando tenía 40, 50 o 60 años, pero en sí, la pasión es la misma”, aseguró, mientras acomoda los tiradores sobre sus hombros.
Rumbo a Francia
Cuando viajó tenía 26 años y llevaba poco tiempo en la Alianza. Fue entonces que se produjo un hecho muy interesante “porque el hijo de uno de los directores de la Alianza Francesa vino a trabajar a la Argentina y estando acá, fue quien me facilitó el viaje y la llegada. Lo hice en un transatlántico porque en esa época era lo más barato, pero viajé en clase turista. Aparte aproveché porque ellos querían mandar dos o tres valijas que en avión no se hubieran podido transportar”, comentó.
Tras 16 días, desembarcó en Francia, cerca de Cannes, donde se hace el festival de cine. “Una persona me fue a buscar y entré al país, mirando pueblo por pueblo. Después llegué a un lugar que se encuentra en lo que sería Borgoña, el centro de Francia, donde pasé la Navidad con los franceses. Y comencé a recorrer un poquito porque todavía no tenía que ir a clase”, reseñó.
Una mañana fue a caminar por la campiña “con un bastón que no necesitaba, pero quería tener para afirmarme en el suelo. El dueño de casa me dijo, le voy a prestar un bastón que lleva el espíritu de un viejo señor francés. Entonces fui avanzando por el borde de la ruta, cantando. ¿¡Y qué podía cantar!? -y canta-. ¡Aquí está como el cielo refulgente, ostentando sublime majestad, después de haber cruzado el continente exclamando a su paso libertad! Los habitantes que estaban al costado del camino, miraban a ese tipo raro que cantaba en una lengua extraña, pero eso era lo que yo sentí que quería cantar”, aseguró entre risas y lágrimas de emoción.
Sostuvo que “jamás me abandonó el ser argentino y siempre pensé en regresar. Ahora me da mucha pena que nuestros jóvenes se vayan, incluso nosotros tenemos alumnos a los que los estamos preparando porque necesitan viajar a un país francófono (Francia, Suiza, Bélgica, África) y ya estamos ensayando el abrazo de despedida, porque dentro de dos o tres años, cuando tengan cierto nivel, se van a ir”.
Lamentó porque “no logro que nuestros jóvenes se enamoren de Argentina, lo cual me apena. Y eso que pasaron y están pasando por acá numerosos alumnos. Conozco gente de 30 y algo, con hijos, familias hermosas, padres vivos, trabajo normal, que se están preparando para viajar y, rara vez, regresan. Solamente vienen de visita. Entonces soy un profesor de francés hasta la médula, argentino, al cual le duele que Argentina sufra. Y eso lo transmito a cualquiera”.
Al hablar del enamoramiento con el francés, dijo que “fue pura casualidad. Cuando empecé el secundario en el colegio Martín de Moussy, pensaba ir a la mañana, pero nos dijeron que, si veníamos a la tarde, no teníamos que rendir exámenes de ingreso. Entonces, yo decidí ir a la tarde y mi padre no estaba contento. Decía para qué te va a servir, es mejor que aprendas inglés, por qué no vas a la mañana. Pero ahí descubrí a la señorita Mado Clermont, fundadora de la Alianza y directora por mucho tiempo, que fue la que me dio una beca y me hizo venir aquí. Fue la que me permitió, primeramente, empezar a enseñar. A mí me interesó, me gustó la pronunciación, la dulzura del francés, la musicalidad. Es una lengua latina que yo transmito como transmito, cuando puedo, algo de castellano”.
Pasó por las aulas del Martín de Moussy, el Virgen de Itatí, la Escuela de Policía, el colegio Roque González, y la Escuela Normal Estados Unidos del Brasil.
“Me jubilé hace relativamente poco tiempo, en 2021, cuando ya estaba por cumplir 75 años, con 45 años de antigüedad”, pero decidió seguir.
“Esto no se abandona porque la Alianza es mi segunda casa. Vivo en la zona oeste, desembarco en la Alianza, aquí tengo todos mis papeles, me organizo, organizo eventualmente una clase, y nunca dejo de pasar por acá. Hice la primaria en la Escuela Nº 3, que queda cerca, así que andaba por el barrio hace más de 70 años”, manifestó, quien no es partidario a tomar fotografías porque “creía que todo iba a quedar en mi mente, fielmente, y que después me iba a acordar. Esa era la impresión más fuerte, entonces nunca le di mayor importancia a tomar fotografías. Incluso, con los tiempos que corren, en los que hay tantas facilidades, todavía es raro que tome alguna”.
El lugar ideal
Admitió que en Francia estuvo en un “muy buen lugar porque fui a trabajar, fui a aprender, a la Alianza Francesa de París, desde donde recibí una beca y donde me recibí de profesor. Esa gente me proporcionó vivienda, me acogió en los primeros tiempos, y también trabajé en París directamente porque era cuestión de ganarse el dinero de bolsillo: di clases de castellano, trabajé en una agencia de turismo, cuidé a niños, fui conserje en un hotel, pequeños trabajos que permitían que uno pudiese seguir viviendo, con pequeñas cosas que se pagaban, al día. Pero la experiencia fue notable porque el señor que me alojaba era uno de los directores de la Alianza Francesa de París, además de escritor, conferencista, profesor de la Universidad Sorbona, dueño de un idioma excelso, de una oratoria de primera. Y eso para mí fue fundamental. Como vivía en su casa a veces a la noche compartíamos la sopa que había quedado del mediodía y yo seguía preguntándole cosas sobre lo que nos había enseñado. O sea, en ese sentido la experiencia fue extraordinaria”.
Después decidió viajar un poquito más, y se fue a España, a vivir la experiencia española. “Uno quiere estar en España, quiere conocer, fue algo extraordinario porque Francisco Franco todavía vivía. Y entonces vi una parte de lo que era el franquismo y también el destape, el advenimiento de la democracia, Don Juan Carlos el rey. Llegué a al país y veía inscripciones como ¡Viva el Rey! Y decía, ¡pero en qué siglo vive esta gente! Incluso, me acuerdo perfectamente de una pintada que decía: si tienes un hijo bobo, no lo tires, cuídalo, quizá pueda ser rey. Es extraordinario estar en un país extranjero y ser un cronista sin periódico, pero retener lo que pasa, ver cómo la gente reacciona. Recuerdo perfectamente cuando murió Franco, el 20 de noviembre de 1975, estaba en un bar, así como cantaba a Leonardo Fabio -canta-, observando lo que pasaba y observando cómo los españoles reaccionaban. Los que estaban ahí lo hacían con enorme respeto porque si bien había sido un tirano, etc, etc, y a pesar de todas las críticas que se le formulen, España había mejorado”, señaló.
Indicó que la experiencia española fue interesante, “no hice docencia para nada, me convertí en un vendedor. Era vendedor de aspiradoras a domicilio. Había que presentarse con una tarjeta, hacer el artículo y venderlo. Salí de España con mucha gratitud porque es posible hacerse querer y es posible, a partir de ahí, ser respetado, recibir cariño y tener una experiencia humana de primera”.
“Cuando viajé, papá me decía ¡te vas a casar con una francesa y no vas a venir más! No sabía qué iba a pasar porque fui con pasaje de ida. No sabía en qué momento iba a volver. Puedo decirles, sinceramente, que, entre Buenos Aires y Montevideo, lloré todo el tiempo porque no sabía cuándo iba a volver a ver a mi familia”.
En aquel momento su padre estaba enfermo entonces decidió volver, algo de lo que “nunca me arrepentí”. En el año 1977 regresó a Argentina, “a una Argentina con problemas. España era sumamente próspera en esa época y cuando llegué, vi la diferencia. Me inserté en mi familia durante ese año 77 y en 1978 empecé a trabajar de nuevo como docente en varios colegios, después regresar Alianza y después del regreso, todavía no me fui. Puedo decir que, si uno puede obedecer a su vocación profunda y lo puede hacer hasta una edad avanzada, está perfectamente premiado por la vida. ¡No se puede pedir más! Hay circunstancias de amistad, de amor, familiares, que generalmente no cuentan en una entrevista, pero yo le puedo decir con firmeza que estoy todavía en el aula y -¡dónde mejor recibirlos, que en el aula!- y que aquí todavía ejerzo”.
El primer contacto con Misiones
El primer recuerdo que tiene de Posadas es cuando, junto a su mamá y a su hermano, vinieron en hidroavión. Aún no había aeropuerto. Ahí fue que descubrió el intenso calor de Posadas porque, “nosotros que éramos unos niños, llegamos con sobretodo y gorra”.
El hidroavión paraba cerca del puerto viejo, y había una lancha que los acercaba hasta tierra firme. “Siempre digo que la cuestión del hidro era una cosa porque llegaba alrededor de las 13 y la gente preguntaba ¿qué hora es? y debe ser la una porque ya vino el hidro. Esa era la referencia”, acotó entre risas. Llegaron a una Posadas todavía con muchas calles de tierra, con zanjas, mosquitos, mosquiteros y espirales, lo que “era bastante duro cuando hacía calor. En Buenos Aires nací, viví y trabajé un poco, pero adopté profundamente a nuestra provincia y trabajé, sabe Dios, con cuántos alumnos misioneros, entonces Dios bendiga a esta tierra”.
“Cuando viajé, papá me decía ¡te vas a casar con una francesa y no vas a venir más! No sabía qué iba a pasar porque fui con pasaje de ida. No sabía en qué momento iba a volver. Puedo decirles, sinceramente, que, entre Buenos Aires y Montevideo, lloré todo el tiempo porque no sabía cuándo iba a volver a ver a mi familia”, narró.
Pudo volver impulsado por la enfermedad de su papá. Cuando tomó el avión para regresar “escuché una canción de Édith Giovanna Gassion, conocida por su nombre artístico Édith Piaf, una de las cantantes francesas más célebres del siglo XX. Estaba cantando la canción, que traducida sería, “no me quejo de nada”. La escuché sobre el Atlántico y, mentalmente, le dije a mi viejo: tranquilo que mañana o pasado nos vamos a encontrar. Y eso se produjo. Y no me arrepiento. Por supuesto que allá había posibilidades interesantes de trabajar, de estudiar, pero uno quiere volver a su país, ver la bandera”.
Recordó que cuando, en Madrid, era vendedor de aspiradoras, iba con dos cajas, con un compañero y que, por casualidad pasaron por el Consulado Argentino. “Vi la bandera que flameaba. Bajé las cajas y me quedé mirándola. Mi amigo me dijo: hombre ven, coño, que estamos trabajando. Estoy mirando la bandera de mi país”, le respondí. Y en París, siendo conserje, prendía la radio a las 2 o 3 porque había que pasar la noche. Y en un momento dado, Gardel cantó Mi en Buenos Aires querido. Entre lágrimas contó que “mientras estaba escribiendo en el libro el asiento de los clientes, número de pasaporte, caían las gotas sobre las hojas por lo que cerré todo y me fui a preparar un café a la cocina porque era insoportable, la nostalgia es muy fuerte. Sé que los que emigran tienen mucha nostalgia al igual que algunos que vienen para acá, como mi amigo haitiano que hace 17 años que está en Posadas y que se va a vivir a Canadá, creo que habrá tenido mucha nostalgia. No es tan fácil irse”, graficó.
De León nunca más volvió a esos lugares. Hizo algunos planes en la época del uno a uno, pero “después no pude volver, y ahora ya no me interesa”. El viaje en trasatlántico duró 16 días y fue muy interesante porque había que salir del puerto de Buenos Aires, pasar por Montevideo, Río de Janeiro, Santos, y luego atravesar el mar durante siete días, sin ver la tierra. “Fue una experiencia muy interesante porque uno está lejos de las ciudades construidas, está lejos de coches y máquinas, el aire es libre, puro, del mar. Después llegamos hasta Lisboa, bajamos hasta Barcelona y después navegamos un poco más y ya era la frontera francesa. Ahí pude desembarcar en Cannes. Era una experiencia muy buena porque no era un barco de carga sino un transatlántico, en el que se podía tomar sol, nadar, ir a la piscina, a la discoteca, ver cine, conocer gente, conocer mujeres interesantes. No sé si actualmente se hacen esos viajes, pero fue sumamente agradable”, describió.
Aprendizaje
A su entender, hay ocasiones en las que los chicos del colegio “no tienen mayor interés por aprender un idioma. Pero hay que conquistarlos, hay que enamorarlos, uno puede hablar con ellos. Es una mentira considerar que los alumnos no van a escuchar, los alumnos escuchan porque es un mensaje de amoroso afecto de un adulto que les va a hablar, más que de francés, de la vida, de sus relaciones con los padres, del trabajo, del futuro. Y si uno tiene suficiente talento, y los hace reír, nadie se rebela contra quien lo hace reír. Esa es mi conclusión”.
Por otra parte, consideró que la enseñanza “es la expresión de mucho amor, del amor por el otro y por el ser humano. Necesitamos profesores de primera, recuerdo a profesores que quizás eran autoritarios en su tiempo, pero que eran figuras de proa en la enseñanza. Esas son personas que inspiran. Y la inmortalidad de las personas existe porque muchos de los que queremos, no los olvidamos. Toda esta investidura de carne y hueso desaparece y el recuerdo del que hizo bien, queda para siempre. Tanto los que somos modestos como en los que son héroes, eso queda siempre”, aseveró.