La altísima inflación y el decreciente poder adquisitivo con el que se inicia 2024 constituyen un cóctel explosivo que no solo golpea al consumo directo, incluso de los productos y servicios básicos, sino que deja como principales damnificados a los mismos de siempre: los sectores de menores recursos, que destinan la mayor parte de sus ingresos al consumo de esos bienes esenciales.
Nadie (o casi nadie, ni mucho menos el propio Javier Milei) pensaba que se podría resolver en el corto o mediano plazo los problemas macroeconómicos que jaquean al país; de hecho, muchos lo consideran una misión imposible en el corto y mediano plazo.
Pero los andariveles en los que se está moviendo la economía argentina en este comienzo de año -independientemente de que sean causados por las políticas de la anterior gestión o profundizados por las de la actual- generan extrema angustia en esos sectores de menores recursos.
Y también, por añadidura, a la cadena comercial, uno de los más importantes motores hoy en día de las economías locales, que anticipa un año difícil por la aceleración inflacionaria, la devaluación del peso y el quite de subsidios que se traducen en una caída del poder adquisitivo que frena el consumo en sectores clave.
Los últimos datos oficiales evidencian la magnitud del fenómeno: las ventas en supermercados se contrajeron de forma importante y en los almacenes cayó a la mitad, mientras la comercialización de electrodomésticos y artículos del hogar sufrieron fuertes bajas también, por la pérdida de ingresos a causa de una inflación anual superior al 150% y una devaluación del peso frente al dólar que superó el 100%.
Dice el Presidente que un 30% de inflación en diciembre sería algo así como un éxito. El dilema es saber hasta cuándo se podrán sostener esos guarismos. En este contexto, sostener los salarios reales se vuelve un desafío dificilísimo, pero imprescindible.